Usted está aquí: martes 3 de octubre de 2006 Economist Intelligence Unit El lado oscuro de la deuda

El lado oscuro de la deuda

El mundo está al borde de un ataque de préstamos, pero no a países, sino a empresas

Economist Intelligence Unit /The Economist

Ampliar la imagen Si las pequeñas y medianas empresas consiguieran créditos más baratos, funcionarían de manera más eficiente Foto: Ap

Prestar es un negocio sensato, interrumpido por raros momentos de locura. La indulgencia de los prestamistas genoveses ante la costosa afición bélica de Felipe II de España causó no sólo la primera bancarrota imperial del mundo en 1557, sino la segunda, tercera y cuarta también. En los años setenta, los prestamistas reciclaron petrodólares a países del tercer mundo en la creencia, intencionadamente ingenua, de que como esos países no podían quebrar, no se declararían en moratoria.

El mundo, de nuevo, está a punto de sufrir un ataque de préstamos, pero esta vez dirigidos a empresas más que a países. Lo que asombra es que la mayor parte de estos créditos no fluye a través de instancias públicas y mercados de bonos ni sólo a través de bancos. La emisión de préstamos sindicados saltó de 2 mil 300 mdd en 2000 a 3 mil 500 mdd el año pasado. Gracias al bajo costo de la deuda, los acreditantes privados y los fondos de cobertura de riesgo están otorgando enormes montos crediticios a empresas que hacen compras apalancadas con financiamiento ajeno y a otros deudores privados. Abandonando las soleadas tierras de las finanzas globales, los mercados de capital se hunden en las sombras.

Para los agentes financieros ése es un mundo irresistiblemente lucrativo. En mercados de bajo volumen, poco regulados y nada transparentes, los audaces pueden ganar muchísimo dinero y perderlo en proporción aún más extravagante. Esta semana, un grupo de inversionistas perdió 6 mil mdd, luego que salió a la luz que Amaranth Advisors, fondo de cobertura de riesgo que tenía aproximadamente 9 mil mdd en administración, sufrió pérdidas catastróficas en unas semanas a consecuencia de la caída de precios del gas natural.

Hay la absoluta posibilidad de que los mercados puedan arreglárselas con un debilitado Amaranth, o algo peor. Por otra parte, la gente de negocios tiene razones suficientes para operar fuera de la mirada pública. El problema es que las vulnerabilidades del lado oscuro de la deuda no han sido completamente puestas a prueba por otro acto de locura colectiva. Las sombras resultan amenazadoras porque nadie sabe qué secretos ocultan. Eso tiene preocupados a los organismos reguladores, con toda razón.

Antes, en los días de almuerzos citadinos donde corría el vino, la vida era simple. Los fondos de pensión empresariales y los fondos mutualistas colocaban dinero en valores de gobiernos y empresas catalogadas y esperaban haber hecho lo correcto. Las cosas son más complicadas ahora. Más aún, a medida que el mundo privado eclipsó a los mercados públicos, las finanzas se han visto convulsionadas por un frenesí de creatividad optimizado por las computadoras. En las salas de negociación de hoy, donde el combustible es la cafeína, un grupo de capital privado poco regulado podría obtener préstamos de sindicatos de prestamistas privados, incluyendo fondos de cobertura de riesgo, para invertirlos en la toma de empresas públicas privadas. En cada etapa, los riesgos pueden convertirse en valores, rebanarse, empacarse de nuevo, venderse y rebanarse otra vez. Las enormes oportunidades de celebrar contratos sobre instrumentos de deuda subyacentes explican por qué el valor excepcional de los contratos derivados ha subido a 26 billones de dólares, 9 billones más que hace seis meses, y siete veces lo registrado en 2003.

En muchos aspectos, estos complejos contratos derivados son benéficos para las economías. Al permitir que los inversionistas sorteen el riesgo de las moratorias de los acreditados, los dejan en libertad de prestar más. Al derivar el riesgo a los que tienen apetito por él, el sistema se hace más fuerte. Al comercializar los derivados en mercados líquidos, la información sobre la capacidad de pago de los acreditados se transmite rápidamente. Los beneficios de este hiperactivo movimiento de dinero se extienden más allá de los mercados financieros. Si las empresas consiguieran créditos más baratos, hicieran adquisiciones con prudencia, pagaran dividendos y recuperaran sus propias acciones, los negocios funcionarían de manera más eficiente.

Esta es la teoría, al menos. Y hasta ahora se ha confirmado de manera amplia. Los mercados se las han arreglado con crisis de General Motors y la fuga de inversionistas lejos de las inversiones riesgosas financieras en Asia y Rusia a finales de los años 1990 y con el colapso, en 1998, de la Administración de Capitales a Largo Plazo, fondo de cobertura de riesgo. En contraste, nunca hubo serios temores de que explotara la burbuja creada por las empresas punto com, que hubiera un 11 de septiembre de 2001, o, más recientemente, de que el desplome de los bonos condujera al derrumbe del sistema.

Los reguladores se dan muy bien cuenta de cuánto puede ganar el mundo con esta revolución financiera, sin embargo están nerviosos. A causa de la falta de transparencia, no saben si estos nuevos instrumentos volátiles de deudas están en manos seguras o cómo se comportarán en una crisis cuando cada quien busque la salida.

Se pueden hacer cosas sensatas. Los bancos podrían incrementar las garantías colaterales que exigen a sus clientes altamente apalancados, para el caso de que los negocios salieran mal. Se les ha pedido que sean más estrictos al evaluar los fondos de cobertura de riesgo que negocian. Los reguladores también insinúan que, a la larga, podría ser necesario supervisar los fondos de cobertura de riesgo que ahora monitorean sus agentes de bolsa. Aquí, el deseo de los mercados de permanecer en las sombras contiene una lección y una amenaza. La prisa por desvanecerse en lo oscurito es también, en parte, una fuga de la regulación, para liberarse de los gastos y la carga de cumplir con las normas y conservar la "fachada" que contribuye a que una organización mantenga para sí un comercio provechoso. Cuando la siguiente recesión revele el próximo acto de locura y se despierte el deseo de volver a regular las finanzas, habrá que recordar que los éxitos de hoy se fundaron parcialmente en esas libertades.

FUENTE: EIU

Traducción de textos: Jorge Anaya

 
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