Usted está aquí: jueves 5 de octubre de 2006 Opinión Lula, cuesta arriba

Angel Guerra Cabrera

Lula, cuesta arriba

Luiz Inacio Lula da Silva no logró la relección en la primera vuelta de las elecciones brasileñas debido, en primer término, a lo que ya es patrón de comportamiento del imperialismo estadunidense y las derechas locales en los procesos comiciales: recurrir a las peores mañas para cerrar el paso a cualquier candidato que no convenga al neonazismo instalado en Washington. Brasil, donde una eventual derrota de Lula inclinaría a su favor la balanza geopolítica latinoamericana, no iba a ser la excepción. La feroz campaña de linchamiento mediático de la derecha hizo mucho daño a Lula, pero acaso podría haber sido derrotada si el Partido del Trabajo (PT), fundado por el actual presidente en 1980, no se hubiese alejado tanto de sus principios fundacionales.

En el declive del ex líder sindical en las preferencias electorales influyeron la insatisfacción de las grandes expectativas despertadas en millones de electores por su llegada a la presidencia y, sobre todo, los escándalos de corrupción que envolvieron a varios de sus más cercanos colaboradores, incluyendo a varios dirigentes del PT. Este partido ha perdido mucha de su combatividad, pero Lula es honesto hasta la candidez y no hay pruebas de que tuviera conocimiento de los hechos. Tampoco el PT hizo nada por esclarecerlos ni ahondar en sus causas profundas.

Esta actitud complaciente ante un fenómeno tan grave favoreció la decisión tomada por el imperialismo y la derecha de impedir la relección de Lula. Porque con todos los defectos que puedan achacarse a su gobierno, es indiscutible su importante aporte al cambio de la correlación de fuerzas en América Latina en favor de políticas más independientes de Washington. El Brasil de Lula fue decisivo para enterrar el ALCA. De allí la gran conjura mediática, en particular respecto al último de los escándalos en su entorno días antes de las elecciones. Lo que machacaron los medios hasta el cansancio fue el intento de compra que hicieron funcionarios de su campaña de una lista de opositores envueltos en una operación corrupta, procedimiento censurable sin duda y, por cierto, condenado enérgicamente por el presidente. Pero no publicaron los nombres de los involucrados.

Lula no fue capaz de cumplir algunas de sus promesas de campaña, defraudando así a muchos de los que votaron por él en 2002: obreros, trabajadores sin tierra, clases medias empobrecidas por el modelo neoliberal. Tampoco logró hacer nada significativo para cambiar la estructura del modelo. Pero su programa de redistribución del ingreso ha contribuido a aliviar el hambre de 40 millones de los más necesitados de Brasil y a crear puestos de trabajo en el empobrecido nordeste. Esto explica su victoria en 16 de 27 estados, incluyendo todos los de esa región, donde obtuvo 70 por ciento de los sufragios.

Todas las encuestas lo daban ganador por 14 puntos porcentuales en la primera vuelta hasta días antes de las elecciones y apenas logró superar por la mitad de esa cifra a su contrincante Geraldo Alckmin, lo cual sugiere que fue la arremetida mediática de última hora lo que terminó por modificar la inclinación de millones de votantes. Puede que la no asistencia de Lula al debate entre los candidatos no lo favoreciera, pero, otra vez, su ausencia fue objeto de duros ataques en los medios, cuando no es usual en Brasil que el puntero se presente a esa discusión.

El plan derechista contra Lula fue analizado por Emir Sader, quien explicó por qué era necesaria la victoria de aquél en la primera vuelta e hizo un vibrante llamado a la izquierda brasileña a cerrar filas para asegurarla. No se pudo.

Ahora la derecha está envalentonada. Ha ganado las estratégicas gubernaturas de Sao Paulo, Río y Minas Gerais, avanzado en la Cámara de Diputados y alcanzado el control de la de senadores. Intenta alianzas para derivar hacia Alckmin los decisivos votos de los candidatos que no pasaron a segunda vuelta y en esa dirección enfilará la artillería mediática.

Lula tiene por delante la batalla más importante y difícil de su vida en la que muy poco puede ayudarlo el aparato del PT. En tres semanas y bajo fuertes ataques de su adversario debe convencer a la mayoría de por qué la suya es la mejor opción para Brasil. Si logra captar los sufragios de quienes votaron por Heloisa Helena y Cristiam Buarque, tiene la victoria asegurada. Tal vez la indispensable recomposición de la izquierda brasileña comience con esta batalla.

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