Por Fernando Mino y Carlos Bonfil
La cultura del consumo apunta hacia una homogeneización global, resaltando de paso las diferencias culturales, económicas, sociales y políticas. La sexualidad también participa de esta dinámica de poder y resistencias. En palabras de Dennis Altman, se trata de un “campo de batalla legítimo”, donde se afirman las identidades construidas a partir de experiencias de vida. En su libro más reciente en español, Sexo global, editado por Océano, el también autor del estudio pionero Homosexual: opression and liberation (1971), y profesor de la Universidad La Trobe, de Melbourne, Australia, discute el papel de la sexualidad en el mundo globalizado, la carga política del deseo y los placeres, y los renovados embates del tradicionalismo moral.
¿Cómo puede ser el sexo a la vez un “asunto privado” y una renovada fuerza social, económica y política?
Cuando dos personas están juntas en un espacio privado, se puede decir en efecto que lo que ahí sucede es “privado”. Sin embargo, las fuerzas que les permiten estar juntos son a menudo sociales: piénsese en las restricciones que enfrentan las mujeres para moverse libremente, o en esa realidad que hace que mucha gente no disponga del lujo de tener un espacio propio. Además, los gobiernos y las iglesias continuamente establecen normas y reglamentos que afectan el comportamiento sexual: es posible que ninguno de nosotros adopte sus opciones sexuales en un vacío social. Incluso el conocimiento básico y las ideas sobre lo sexual son una realidad construida socialmente que depende de un amplio espectro de factores externos.
Entre más se habla en el tercer mundo acerca de sexo, menos se ve reflejada
esa realidad en términos de conocimiento real, equidad y libertad de género.
¿Cómo explica esto?
No estoy seguro de que sea cierto: hablar acerca de lo que suele ser un tabú, a menudo es el primer paso hacia una libertad más grande. Quizá a lo que se alude es a las formas en que los medios de comunicación explotan lo sexual sin quitar en realidad ningún tabú, aprovechándose a menudo de aquellos cuyo comportamiento puede parecer “audaz” o “disoluto”. Puede ser que en algunos países -y vacilo en hacer generalizaciones en lo que toca al llamado “tercer mundo”- una atención pública creciente a lo que es el sexo venga estrechamente acompañada de una represión más fuerte, lo que podría ser un ejemplo de una represión expresada en formas nuevas en la era de los medios electrónicos, los reality shows televisivos y el sensacionalismo periodístico.
La combinación de libre mercado estadounidense y conservadurismo sexual parece a ratos estable y a otras tambaleante. ¿Tiene éxito esa política oficial? ¿Podría ser un modelo para otros gobiernos conservadores en el mundo?
Estados Unidos me parece algo único en su afán por exportar sus productos comerciales
—que incluyen una enorme industria pornográfica— y su moralidad. A otros gobiernos conservadores esto les importa menos, aun cuando hagan equipo común en foros internacionales. Estados Unidos descubre así aliados un tanto extraños en países como Irán o Siria durante los debates de Naciones Unidas sobre planeación familiar, VIH/sida, etc. Sin embargo, lo que finalmente parece triunfar es el capitalismo: los mensajes de una sexualidad más libre son difundidos por la televisión y el cine estadounidenses con mayor fuerza que aquellos mensajes de prohibición que sugiere la retórica oficial.
Usted escribió: “Existe un cambio gradual que tiende a conceptualizar la sexualidad como un sustento central para la identidad en muchas partes del mundo” ¿Por qué es necesario hacer de la sexualidad el sustento central de la identidad?
Si la gente vive su sexualidad como algo central, adoptará —y adaptará— las identidades que estén disponibles, y en el mundo contemporáneo los conceptos “gay” y “lesbiana” son símbolos tanto de modernidad como de sexualidad. Pero al final la gente construirá una identidad común a partir de una experiencia común, y el mayor estímulo para organizarse en torno a las identidades sexuales es la hostilidad hacia cualquier forma de inconformidad sexual o de género que hoy encabezan las iglesias y sus parientes ideológicos. A los movimientos sociales los genera a menudo el odio, el cual puede ser una fuerza potente para unir a la gente que desea defenderse.
¿Es la sexualidad, considerada como “un campo de batalla y espacio legítimo para la acción política” (según escribe usted), una novedad en la lucha por el poder? ¿Tiene tanta relevancia política?
Dudo que sea algo totalmente nuevo, pero sin duda es algo esencial en un mundo en el que no damos ya por sentado las suposiciones acerca del comportamiento, y donde la gente está consciente de modelos de sexo/género muy diferentes a los de la sociedad tradicional. En México esto lo ha analizado muy bien un libro de Héctor Carrillo La noche es joven. Y naturalmente, en cuanto algún grupo se organiza, todo esto se vuelve políticamente relevante. La política sexual es algo inherente a cualquier sociedad en la que existan reglas controvertidas acerca de lo que es permitido, trátese de contracepción, aborto, divorcio ú homosexualidad. |
La política sexual es algo inherente
a cualquier sociedad en la que existan reglas controvertidas acerca de lo que es permitido. |
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