El amor: eterna búsqueda
Como dice Lacan: ''Lo que interviene en la relación de amor, lo que se pide como signo de amor, es siempre algo que sólo vale como signo y como ninguna otra cosa (...) No hay mayor don posible, mayor signo de amor que el don de lo que no se tiene (...) pues lo que establece la relación de amor es que el don se da, digámoslo así, por nada''. El principio de intercambio es nada por nada. En el don de amor se da algo por nada. El principio de intercambio es nada por nada. En el don de amor se da algo por nada, y sólo puede ser nada. El sujeto da algo de forma gratuita, pues tras lo que da está todo lo que le falta; el sujeto sacrifica más allá de lo que tiene.
Para Derrida, madame De Maintenon ejemplifica el don. Esta mujer (sultana de la conciencia de Luis XIV) fue la amante que desempeñó el papel de una persona fuera de la ley y la figura misma de la ley. Esta mujer decía que al rey se lo daba todo. Pues al dar todo el tiempo de uno mismo, se da todo, se da el todo si todo lo que se da está en el tiempo y si se da el tiempo de uno mismo. Pero para Derrida, lo que ella da no es tiempo, sino el resto del tiempo. Si el rey se lo toma todo, el resto, en buena lógica, no es nada. Sin embargo, ella lo da. ¿Mas cómo le puede pertenecer el tiempo? Derrida sugiere que si el tiempo pertenece es que la palabra tiempo designa menos el tiempo mismo que las cosas con las que se llena la forma del tiempo, el tiempo como forma. Derrida trata de articular el tiempo y el don por medio de la economía, el retorno circular al punto de partida, al origen. Forma del tiempo, tiempo como forma, pasos abiertos, nachtraglich freudiano, apertura siempre a nuevas significaciones como lo está el texto cervantino.
El personaje de Don Quijote encarna asimismo esta ausencia de pasión de la carne como agente de transparencia entre Dios y hombre. Las entrañas del hombre no claman ni reclaman; su inexistencia deja todo el lugar al ser y al no ser, al pensar y al pensamiento. No sueña este ser encarnarse. El misterio cristiano de la Encarnación no le roza apenas, ni el de la pasión ni el del dolor divino a lo humano. No acepta ni pide la humanización de Dios. No pide tampoco tiempo, no reclama existir, sin embargo, escapa, logra escapar de la súplica y la ofrenda para ir en busca del solitario olivo, de la hospitalidad de la venta y la mujer, blanca hospedería, verde olivo, y aunque imposible, vuelve los ojos a la mujer, fantasía de gacela en celo. Y así nos dice Machado: ''Todo amor es fantasía;/ él inventa el año, el día,/ la hora y su melodía;/ inventa el amante y, más,/ la amada. No prueba nada,/ contra el amor, que la amada,/ no haya existido jamás".
El amor se devela como el caudal de un río, pero en esencia, sin que aparezca un objeto concreto en su ribera. La mujer captada en su esencia por Machado (Abel Martín) es el anverso del ser. Aquella que siempre ha estado esperando -virgen esquiva, blanca sombra, sombra de amor, fantasía inasible, melancólica inspiración, compás de espera, maternal susurro, indescifrable escritura, desdoblado anhelo. Historia de ausencia, de búsqueda eterna, de deseo sin encuentro.
El amor para el poeta, así como en Don Quijote y en la concepción freudiana, es una eterna búsqueda sin posibilidad de encuentro. Sin embargo, el amor, como el arte, como la poesía y el sicoanálisis conlleva su propio tiempo, tiempo que trasciende a todo tiempo, tiempo salido de sus goznes. En el acecho, en la espera, en el crearse y el renacer, el amor hiere como la tempestad y el rayo. De las sombras y sus laberintos emerge para herir con su deslumbrante haz de luz. Herida que fluye fuera del tiempo y la razón, pero que apunta en su blanco al centro del ser. Fluye el amor que no confluye en los amantes, los atraviesa, los traspasa, no sin dejar su pálpito incandescente en el alma. Y así el amor escapa a toda lógica ordinaria. Así el hombre y la mujer aman porque aman, más allá de cualquier lógica. Locura o cordura, iluminación mística o enceguecimiento de la razón.