Segundo Festival de Cine Argentino
Del 3 al 11 de octubre se presenta en cuatro salas de Cinemex World Trade Center la segunda edición del Festival de Cine Argentino, con 30 cintas de ficción y un número importante de documentales y cortometrajes.
En total, 78 producciones. En pocos años este cine ha logrado una presencia creciente en nuestro país, desde los ciclos propuestos por la Cineteca Nacional hasta las producciones que han podido llegar a la cartelera comercial (Nueve reinas, Buena vida, El aura), con una suerte y una permanencia muy azarosas.
Algunas cintas interesantes han desaparecido rápidamente (Pizza, birra, fasso, Tan de repente); otras siguen pendientes (La libertad, El bonaerense). Lo cierto es que la percepción común de lo que es el cine argentino sigue siendo muy esquemática: cine sentimental (Mignona), melancólico a rabiar (Solanas), poético y pretencioso (Subiela), demasiado autoral (Martel) o volcado a una recuperación de la memoria histórica.
Hay mucho más que eso en una producción anual que llega a alcanzar 70 largometrajes. Con rapidez se cifra la salud de una industria en la cantidad de películas producidas al año sin tomar en cuenta que ese criterio deja, a menudo, de lado la calidad de las propuestas.
A juzgar por lo presentado hasta ahora en este segundo festival, la situación en la nación austral no es siempre venturosa y la calidad de las cintas es, por decir lo menos, aún muy desigual. Sin embargo, aun en las producciones menos logradas se percibe frescura e imaginación en los guiones, un intento por preservar la noción de cine de autor por encima de la fórmula comercial (lejos de Dios, pero lejos también de Estados Unidos), una gran variedad temática y un fuerte impulso a la creación juvenil.
Véanse cinco ejemplos.
Chicha tu madre, de Gianfrancio Quattrini, primera parte de una trilogía que se inicia en Lima, Perú, y deberá culminar en Buenos Aires con el relato fantasioso de Julio César, un cholo taxista, lector de tarot, incapaz de vislumbrar su propio destino, menos aún de incidir en él, apasionado del futbol y adicto a los burdeles; sentimental y transa a morir, cuya vida se trenza con la de un entrenador deportivo argentino y un médico que ofrece a su pacientes terminales limeños una curación a mitad de precio en Buenos Aires, todo en un clima de estética kistch y charlatanería.
Una cinta extraña, desbordada, original en su rechazo de todo glamur y corrección política, una película fuera de serie. Casi tanto como otro animal extraño en la programación, Chile 672, de Pablo Vardauil y Franco Verdoia, en la cual la vida de los moradores de un edificio situado en la calle y número que menciona el título se libran al espectáculo esperpéntico de sus derrotas existenciales y sus miserias, con visiones de misoginia límite en la triste suerte de una actriz crepuscular o en la frustración conyugal que ventila la secreta pedofilia del marido inapetente. Un desfile de vanidades desvencijadas en el microcosmos habitacional, imagen caricaturesca de todo un país.
Palermo-Hollywood, de Eduardo Pinto (29 años), es la caótica mescolanza de un thriller convencional (dos amigos fraternales contrariados por la fatalidad) y un burdo señalamiento de la corrupción política, donde hay lugar para las referencias al clasismo, al tráfico de drogas (con homofobia adjunta) y al sentimentalismo que desvanece en el último momento la brecha generacional que creíamos insalvable. Detrás de este marasmo hay, con todo, mucho brío en la realización y cierto cuidado en contar bien la fantasía juvenil que añora al Martin Scorsese de Calles peligrosas.
Sigue un rápido regreso a lo emblemático rioplatense, con El viento, una sobria realización de Eduardo Mignona (Sol de otoño, Cleopatra), en la que el veterano Federico Luppi vaga en torno del obelisco bonaerense, aquejado por culpas inconfesables y con el deseo de restituir a su nieta (estupenda Antonella Costa) la calma afectiva que en vano quiso procurar a su hija ya fallecida. Buen cine intimista con notable fotografía de Marcelo Camorino.
A través de tus ojos, de Rodrigo Furth, es otro retrato de un anciano en naufragio afectivo, varado en Manhattan, donde acaba de asistir a la muerte de su esposa, sin perspectivas ya para el futuro, en quiebra material y anímica, con la desolación a cuestas, ajeno a su país en crisis que ya no le interesa. El retrato de un señor Lazarescu porteño en vías de una redención perfectamente inútil.
Estas cintas se exhiben hoy y hasta el miércoles próximo en Cinemex WTC.