Las elecciones en Nicaragua
Nicaragua se acerca a la fecha de sus elecciones nacionales, y las preguntas que se me hacen aquí en Berlín, como antes me las han hecho en Sevilla, giran necesariamente sobre el tema. Antes de salir de Managua ya había respondido a las del corresponsal para América Latina de la revista Der Spiegel, Jens Glüsing, y aquí quiero meditar otra vez sobre ellas.
Quienes a lo largo de los últimos años hemos buscado que los espacios electorales se abran, para que el monopolio creado por el pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán se vuelva cosa del pasado, podemos sentirnos gratificados. Fueron frustrados todos los intentos de inhibir candidatos, o ilegalizar partidos, y los electores nicaragüenses tienen esta vez la oportunidad de escoger entre cinco opciones, dos de ellas contestatarias del viejo sistema excluyente del pacto, que ha basado su ventaja en la polarización: la opción del Movimiento de Renovación Sandinista, que lleva como candidato a Edmundo Jarquín, y la de la Alianza Liberal, que lleva a Eduardo Montealegre, lo que viene a crear un nuevo liderazgo alternativo, más moderno y democrático.
Si las elecciones se celebraran hoy, estos dos candidatos sacarían, juntos, más de la mitad de los votos, y sus dos partidos lograrían formar en la Asamblea Nacional una mayoría suficiente para derogar las abusivas reformas que los aliados en el pacto, Ortega y Alemán, hicieron a la Constitución para repartirse el poder y someter al sistema judicial a la corrupción y al capricho, esto último uno de los daños más graves que ha sufrido la institucionalidad del país. Para derogar esas reformas antidemocráticas, o para llamar a una asamblea nacional constituyente, que dé un nuevo orden democrático a la nación desde sus cimientos.
El pacto se muestra en escombros también por razones adicionales. El candidato presidencial de Alemán, el liberal José Rizo, no tiene fortaleza en las encuestas, y su partido sacaría menos diputados que antes, con lo que uno de los soportes del pacto termina por quebrarse. Y Daniel Ortega, como candidato perpetuo del FSLN, tiene hoy en las encuestas no más de 30 por ciento de intención de voto, 10 puntos menos que en la campaña electoral pasada, para las mismas fechas. Otra vez, si las elecciones fueran hoy, Ortega y Alemán, aun juntando sus diputados, estarían en minoría en la Asamblea Nacional.
Pero no todo es miel sobre hojuelas, y estas conquistas, o avances de la democracia nicaragüense, pueden desaparecer de un golpe si los votos no son contados de manera transparente el próximo 5 de noviembre. Es necesario decirlo con todas sus letras. La posibilidad de un fraude electoral es cierta, y hay que buscar cómo detenerlo.
Precisamente a consecuencia del pacto, el Consejo Supremo Electoral se convirtió en un coto de caza de Ortega y Alemán, pues los magistrados que lo integran fueron señalados de dedo por ambos caudillos, y sólo así resultaron electos por la Asamblea Nacional, bajo el control de los dos. Y conforme la ley electoral bendecida también por ambos, las juntas electorales, o mesas receptoras de votos, quedan todas bajo el control del FSLN de Ortega y del Partido Liberal de Alemán. La autoridad electoral, desde arriba hasta abajo, no es de ninguna independiente, sino partidaria, y partidarios son también los departamentos y direcciones técnicas que controlan la cedulación de ciudadanos, el registro de electores y aun el sistema informático.
Estamos, entonces, frente al reto de tener unas elecciones verdaderamente libres y transparentes, a pesar de quienes deben contar los votos. La vigilancia de los fiscales de los partidos independientes en las mesas electorales se vuelve clave, así como la presencia de los observadores nacionales e internacionales en el mayor número posible de lugares de votación. No en balde Ortega ha combatido vehementemente la presencia de los observadores de la OEA, a quienes quisiera ver fuera del país, desde luego que el beneficiario de un fraude sería él mismo, dado que el candidato presidencial de Alemán no tiene oportunidad de competir.
Ortega sabe muy bien que si no puede ganar en la primera vuelta electoral, iría a la segunda con las elecciones de antemano perdidas. El candidato que pasara con él a la segunda vuelta, ya sea Jarquín, ya sea Montealegre, arrancaría con más de la mitad del electorado a su favor, según las actuales encuestas. Y para que Ortega pudiera ganar en primera vuelta es que Alemán, su socio del pacto, le hizo la concesión de ayudarlo a reformar la ley electoral, rebajando el porcentaje necesario a 35 por ciento de los votos, siempre que el contendiente más inmediato se halle a más de cinco puntos de diferencia.
Es en esta mecánica de porcentajes necesarios para que no haya segunda vuelta donde todas las artimañas van a ser aplicadas. Ya existe el antecedente de que, en las últimas votaciones municipales, al candidato independiente que resultó ganador en la ciudad de Granada, como los resultados fueron cerrados, lo despojaron del triunfo bajo el ardid de anular el suficiente número de actas electorales que le eran favorables.
Se tratará entonces de manipular los resultados para que Ortega alcance 35 por ciento, y su contendiente no llegue a 30 por ciento, o viceversa, ya sea anulando o falseando actas electorales, alterando la transmisión de datos o interviniendo el sistema central de cómputo electrónico. Ellos controlan todos esos mecanismos, sin excepción.
Siempre se tiende a decir que los comicios en un país son los más trascendentales de su historia. En Nicaragua esta afirmación no es gratuita. La democracia que avanza, puede ser no sólo frenada, sino echada por la borda. Así que no se olviden de Nicaragua, digo a quienes me preguntan por las elecciones. Nos estamos jugando el futuro.
Berlín, octubre 2006
www.sergiramirez.com