La sexualidad como bien público
Entre filósofos, historiadores, sociólogos de la ciencia y los propios científicos es admitido de manera unánime que para que el científico pueda ser considerado como tal tiene que hacer públicos sus conocimientos y descubrimientos. Nada en la ciencia tiene sentido si no es publicado. La ciencia es, pues, un bien público. Los debates en torno a lo que la ciencia descubre, modifica o descarta se tienen que ventilar de manera pública.
De aquí podemos derivar un principio ético: en la medida en que la ciencia es un bien público, todo ser humano tiene derecho irrestricto al acceso a los conocimientos que la ciencia produce, así como al disfrute y aprovechamiento integral de aquellos conocimientos y aplicaciones científicas que lleven a elevar la calidad de vida.
En pocas palabras: un imperativo categórico de los tiempos presentes es que se debe garantizar el acceso de todo ser humano al conjunto del conocimiento científico.
Esta tesis viene a cuento en relación al debate que se lleva a cabo acerca de la inclusión o no de la enseñanza de la sexualidad en las secundarias mexicanas. La derecha de nuestro país ha demandado históricamente otorgar a los padres de familia el derecho a intervenir para decidir acerca de la educación de sus hijos en la educación básica. Las organizaciones de la derecha consideran que los padres de familia tienen prioridad para decidir cuáles han de ser los temas, áreas del conocimiento y enfoques que se han de enseñar a los niños en las escuelas.
El tema de la sexualidad no escapa a esta consideración. El Partido Acción Nacional (PAN) indica en el punto 95 de su plataforma electoral 2006: "Desarrollaremos programas de formación, orientación y prevención dirigidos a adolescentes y jóvenes sobre el ejercicio responsable de la sexualidad, en coordinación y colaboración con los padres de familia".
En un primer momento parecería lógica y justificada la argumentación del PAN, pero un examen más atento muestra que no es así, pues se trata de una intromisión de lo privado en el ámbito de lo público. En efecto, los padres de familia son agentes que educan a los hijos en la privacidad del hogar, pero es falso y falaz derivar de ahí que los padres tienen plenos derechos y un poder irrestricto sobre ellos. Ningún padre o madre, por el hecho de haber dado la vida a sus hijos, tienen derecho a quitársela. Ningún padre tiene derecho a maltratar, ni física ni sicológicamente, a sus hijos, ni a causarles daños morales de ninguna especie.
Lo mismo vale para la educación escolar. Ningún progenitor tiene el derecho de mantener a sus hijos en la ignorancia. Nadie tiene derecho a vetarle a nadie el derecho de ser una persona instruida, culta y con una formación integral y global, que le permita comprender el universo de manera crítica, analítica y coherente. No es atribución de los padres limitar el acceso de sus hijos al conocimiento de la ciencia, la técnica o las humanidades. Los menores de edad, independientemente de las opiniones de sus padres, tienen el derecho de recibir una educación con las características arriba mencionadas. Aprobar que los padres de familia tengan facultades para decidir, de acuerdo con sus preferencias particulares, lo que los hijos deben aprender, como pretende Acción Nacional, es abrir las puertas a la posibilidad de censuras y vetos a temas tan fundamentales para la formación humana como es la sexualidad y constituye una violación a las garantías individuales de los educandos.
En este sentido, la enseñanza científica de la sexualidad que brindan las instituciones de educación pública no puede limitarse ni censurarse, pues se trata de una aportación de la ciencia al mejoramiento de la calidad de vida de la humanidad toda y en particular de los menores de edad, quienes, una vez adquiridos los conocimientos objetivos sobre la materia serán capaces de unirlos a sus deseos y placeres personales para ejercer otro de los derechos humanos inalienables: decidir lo que cada quien quiera hacer con su propio cuerpo.
Aún hay gente que piensa que el ejercicio de la sexualidad es algo sucio, inmoral, propio de enfermos mentales o de degenerados. Dejemos en paz a todas esas personas con sus malestares internos, pero, por favor, que no gobiernen este país ni pretendan imponer a los niños, adolescentes y mujeres las normas de su falsa moral ni la extensión de su ignorancia.