Catorce bailarines toman la Plazoleta del Carmen
Sorprende a vecinos de San Luis muestra de danza contemporánea
Las experiencias artísticas que ha atestiguado la amplia y bellísima Plazoleta del Carmen resultan las más humanas aventuras sociales del Estado: espacio de reunión, se ve cercado por distintos tipos de edificios que hablan, expresan su propia lengua. En contraste con este universo tradicional, los espectadores potosinos se hallaron, algunos complacidos, otros sorprendidos, con un espectáculo callejero de danza contemporánea, realizado por bailarines profesionales de varias entidades de la República, titulado certeramente Improvisando en San Luis.
Las técnicas de la improvisación, en todas las artes, son procedimientos para virtuosos, para eruditos, para profesionales. Improvisa sólo alguien que domina un conocimiento, una habilidad: oradores, actores, dirigentes políticos, deportistas. Improvisar es el acto de aplicar espontánea y sorpresivamente el caudal de experiencia y dominio acumulados en la mente y el cuerpo. En el caso del espectáculo que admiramos en los prados de la Plazoleta se trató del resultado del curso que impartieron un alemán (Dominick Borucki) y un mexicano (Alonso Alarcón), dos coreógrafos e intérpretes que han madurado hasta la saciedad, no sólo los procesos para llevar a cabo una improvisación sino también los más idóneos procedimientos para enseñar este verdadero arte de la expresión y del movimiento facial y corporal.
El solo de Borucki sobrevino ante ojos y miradas que por primera vez experimentaban en su conciencia el género de la danza contemporánea: desfile de estructuras sucesivas construidas a partir y desarrolladas exclusivamente por medio de imágenes: caídas y vueltas vertiginosas, incesantes evocaciones de una fiera al acecho de sí misma, reptil sabio, intensidades, sensaciones alrededor de un cuerpo sorprendentemente ágil que no se cesa de dialogar con sí mismo y que, si acaso, al dejar de volar, reptar, levitar, salta, se apoya en un murete de piedra. Luego la irrupción de un soliloquio que se esparce hasta el público. El torso desnudo, el diálogo se expande hacia dos personas que se hallaban allí, contradictorios, en el único cuerpo de Borucki. La creatividad espontánea, el aprovechamiento de las circunstancias, del espacio a flor de piel. Concentración y habilidades dancísticas sorprendentemente logradas. ¿Realmente sorpresivas y espontáneas? La ausencia de "trama" nos indica que sí.
La irrupción de la danza que desarrollaron 14 bailarines (siete mujeres, siete varones) en otro prado, más amplio y provocativo, de la Plazoleta del Carmen, obligó al público a concentrarse en la observación de composiciones sugerentes, sucesivas, intempestivas, que fueron apareciendo y desapareciendo tan rápidamente que nos hacían entender las cualidades del buen bailarín: introspección y juego, trayectorias en armonía y en choque, saltos, ritmos esbozados pero vívidos, brotados desde el interior de cuerpos flexibles, preparados, capacitados. Por momentos podíamos percibir un juego superficial de dimes y diretes; en seguida un bailarín convertido en estatua de carne y hueso que sin reacción en el rostro, los ojos inmóviles y llameantes decían mucho de él, sus pasiones y profundidades.
¿Cómo llegaban a bailar con tanta seguridad, sin entorpecer sus movimientos? Ah: la técnica: el curso propiciado por el festival daba sus resultados y el público (la mayoría de él) penetraba, con naturalidad, en este arte que, sin trampas, nos habla del hombre y de la mujer de hoy, de las vicisitudes de los cuerpos jóvenes, de los mensajes abstractos lanzados a partir de miembros, huesos, músculos, ojos y rostros que se apoderan del espacio y de la plazoleta y del arte de la danza.