La UNAM en la coyuntura sexenal
Como viene sucediendo, en mala hora, previo a cada cambio de gobierno, la UNAM se convierte en terreno de contienda política, por completo diferente a su dinámica educativa, científica, artística y de divulgación. Hace seis años, podemos recordar el crimen cometido no sólo contra la principal universidad pública latinoamericana, sino contra el país mismo. Al igual que ahora, el gobierno en turno supone que los problemas sociales en particular, se resuelven por sí solos. Esta marcada conducta puede ser que se deba, entre otras razones, a que tanto el sexenio de Ernesto Zedillo como el de Vicente Fox, comparten las mismas metas y percepciones respecto de lo que es la educación pública y el papel de México en su relación de subordinación y socio menor de Estados Unidos.
La estabilidad de la UNAM no debiera ser considerada desde el exterior como un patrimonio de grupo o burocracia en turno. La relevancia que tiene la institución para el desarrollo del país, también se significa por el valor que entraña la posibilidad de crecimiento de cualquier estudiante. La educación, como vía fundamental para la movilidad social, implica crear las condiciones para reconocer que hay mejores escenarios a futuro con base en el conocimiento. La naturaleza laica y pública de nuestro sistema educativo, a su vez, determina y fortalece la presencia de los principios que nos identifican como nación.
Utilizar a nuestra universidad como moneda de cambio política o caja de resonancia con cualquier otro pretexto que no sean los fines mismos de la institución, afecta, y de fondo, sus actividades, así como la percepción de ella. No lo merece.
Recurrir al siempre criticable expediente de agitarla por motivos que le son del todo ajenos, más parece que se hace una alianza, sin querer o no, con los críticos no sólo de la UNAM, sino de la educación pública y laica.
Justo en el momento en que los reconocimientos internacionales y que casi ha concluido el tránsito sexenal sin mayores sobresaltos, aparecen las sombras de una probable participación y presencia en Ciudad Universitaria de un movimiento sindical, cuya inconformidad es en sentido estricto, de origen salarial. Se trata de un asunto que ni de cerca, ni forzando cualquier interpretación, tiene que ver con la misión de la universidad.
La inacción e impericia del gobierno federal frente al problema originado en la capital del estado de Oaxaca ha comenzado a afectar y a extenderse hacia otras partes de la geografía del país; al igual que hace seis años, se pretende que la solución la tomen "otros" e incluso, que los directamente afectados resuelvan por sí mismos el problema.
Por su parte, los segmentos sociales involucrados ni tienen las condiciones ni los recursos legales para convocar a solución alguna, pues ésa es la función y para eso cobran los funcionarios de todos los niveles. Y así, aparece la gran paradoja: que hay puntos de confluencia entre el gobierno saliente de Vicente Fox y la pretensión de desestabilizar a la UNAM. El resultado es el mismo: propiciar una ruptura en lo cotidiano de la institución, en tanto de una parte -la del gobierno- se le percibe como una de las instancias que prevalecen y que reivindican la naturaleza laica del Estado mexicano, y por la otra, la forma de irrumpir e interrumpir en sus instalaciones sólo beneficia a quienes ven en las instituciones públicas un atractivo negocio, en el mejor de los casos. No se dan cuenta, acaso, que vulnerar y agredir al sistema educativo público es debilitar el futuro de la nación.
Por eso, la responsabilidad del siguiente gobierno, en cuanto hace a la UNAM y a la educación pública, no se remite exclusivamente a cuestiones presupuestales, que por otra parte son claves para cualquier proyecto de desarrollo nacional. También se refiere a propiciar las condiciones de estabilidad para que México pueda seguir contando con una institución de la que cualquier mexicano con claro sentido histórico y de pertenencia se pueda sentir identificado, haya o no estudiado allí.