Guión o milagro
Ocurre así: la sociedad ha padecido la receta neoliberal durante mucho tiempo -mucho más del necesario para darse cuenta que este modelo no sirve a la gente- y un buen día los electores voltean a ver al que habla de bienestar, equidad, soberanía y justicia social; se fragua un liderazgo, el liderazgo se refleja en las encuestas y en el siguiente proceso electoral el dirigente se coloca como favorito en las intenciones de voto.
Entonces el resto de las formaciones políticas, desde las derechas más primitivas y autoritarias hasta las socialdemocracias tropicales, descubren que se encuentran ante un peligro para la paz, la estabilidad económica, el imperio de la ley y las libertades. A renglón seguido, el Espíritu Santo sintoniza a las mafias empresariales, a los partidos de la reacción, a los impolutos medios de prensa y a algunos representantes virtuales de izquierdas "modernas" y "moderadas" y aparece un tsunami propagandístico que revienta, con todo su lodo y su caca y su podre, sobre la cabeza del que propone cambios de fondo. Eso basta, en ocasiones, para que el sujeto descienda en las encuestas. A veces se hace necesario echar mano de algo más -intervención abierta de los gobiernos en las campañas, por ejemplo, o compra de votos, o intimidación judicial y fabricación de delitos, en ese orden o en otro- para desinflar al favorito y colocarlo en un sorpresivo segundo sitio una vez que cierran las urnas.
Parece ser que algo así le ocurrió a Humala en Perú, que la receta (o la alineación astral, o el designio divino: nunca se sabe) se repitió contra López Obrador en México y que ahora se aplica en la persona de Rafael Correa en Ecuador. Curiosamente, los tres fueron descritos por sus adversarios como versiones locales de Hugo Chávez, por más que el paralelismo sea, cuando menos en dos de los casos, manifiestamente disparatado. El linchamiento mediático ha tenido su propio eco en Brasil, donde por lo menos consiguió forzar a Lula a la incertidumbre de una segunda vuelta.
Otro dato, a propósito: parece que en este hemisferio el desgaste del poder sólo afecta a las izquierdas. Las derechas, cuando lo ejercen, se mantienen en él tan incorruptas como los despojos de cierto beato mexicano recién ascendido a los altares. Acaso el actual papado tendría que plantearse la apertura de los procesos de canonización a los partidos políticos a fin de incluir, al lado de santos individuales, a organizaciones que, tras realizar administraciones pésimas, hacen el milagro de sobrevivir a las urnas.
Puede ser que esta repetición de circunstancias en el hemisferio sea mera coincidencia, pero igual puede tratarse del resultado de una coordinación entre las oligarquías y sus representantes políticos. Lo cierto es que los procesos electorales de ese año en Perú, México y Ecuador generan sensaciones de dejà vu y evocan lo ocurrido en 2000 en Estados Unidos, cuando Bush se impuso a Gore a contrapelo de las tendencias y por una ventaja reducidísima y marcada por la sospecha del fraude. Cuatro años después el mundo había cambiado tanto, que tal vez no fue necesario adulterar la voluntad ciudadana -o tal vez sí- para que el actual presidente estadunidense se mantuviera a la cabeza de un gobierno corrupto y ensangrentado.
Por lo pronto, el guión o la voluntad divina parecen haberse consumado en Ecuador, donde el Partido Renovador Institucional Acción Nacional (PRIAN) y su candidato, el bananero multimillonario Alvaro Noboa, ganaron, contra todos los pronósticos, la primera vuelta.