Rafael Guízar, el obispo de los pobres
La canonización de Rafael Guízar y Valencia no es casual. La santificación del quinto obispo de Veracruz es una magnífica oportunidad para remirar y renovar un estilo de ser obispo que ha venido quedando obsoleto al caer el Muro de Berlín. Me explico. El papa Juan Pablo II, con la inercia de la guerra fría, en los años ochentas aplicó medidas disciplinarias tendientes a contrarrestar el auge alcanzado por las corrientes de las teologías de la liberación, que acentuaban el compromiso social de los actores religiosos entre los sectores populares, minorías sociales y grupos marginados. El Vaticano disciplina los planes de estudio de los seminarios, censura revistas y centros de reflexión teológicos y desata una implacable persecución de teólogos progresistas como Leonardo Boff y Gustavo Gutiérrez, entre otros. La piedra angular de la contraofensiva del Vaticano fue el nombramiento de obispos con matriz ideológica de corte conservador, absoluta sumisión a Roma y bajo perfil. Eran los tiempos de luchas ideológicas, internas y externas, en que el Papa, aliado al gobierno de Ronald Reagan, se empeñó con éxito en dar la puntilla al derrumbe del mundo socialista. Esa arena de confrontación ha venido quedando atrás y los actores religiosos deben obligadamente adaptarse a nuevas circunstancias políticas y culturales en América Latina. Pese a que pasaron cerca de 50 años de proceso, la canonización de Rafael Guízar no es un acto gratuito ni un accidente eclesiástico. Es el primer obispo hecho santo en el continente americano que sale de las pautas de osadía cristera que había forjado Juan Pablo II.
Durante la ceremonia dominical, Benedicto XVI exaltó las virtudes que deben ser ejemplo a seguir: "imitando a Cristo pobre, se desprendió de sus bienes y nunca aceptó regalos de los poderosos, o bien los daba enseguida. Por ello recibió 'cien veces más' y pudo ayudar a los pobres, aun en medio de 'persecuciones' sin tregua (...) Fue un incansable predicador de misiones populares, el modo más adecuado entonces para evangelizar a las gentes... su caridad, vivida en grado heroico, hizo que le llamaran el obispo de los pobres". Otro rasgo destacado fue su perseverancia en la formación de seminaristas y su figura paradigmática: "que su ejemplo sirva a los hermanos obispos y sacerdotes a considerar como fundamental en los programas pastorales, además del espíritu de pobreza y de la evangelización, el fomento de las vocaciones sacerdotales y religiosas". ¿Por qué Ratzinger recomienda a los obispos de México y América Latina el ejemplo del obispo de los pobres? Saltan estas preguntas porque Ratzinger fue uno de los persecutores ideológicos más implacables de la Iglesia 20 años atrás. La respuesta me parece obvia. La Iglesia católica se está desfondando, tiene una severa crisis de presencia e incidencia entre los sectores populares del continente. Ya desde fines de la década del noventa, en Eclessia in America se advierte un éxodo masivo de creyentes provenientes de los estratos sociales más empobrecidos a otras denominaciones religiosas. Ya desde entonces el propio Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) reconoce que diariamente emigraban 10 mil personas hacia otros grupos religiosos e iglesias, principalmente pentecostales y movimientos neopentecostales.
Juan Pablo II fomentó las pastorales de espiritualidad y de elites. Sin embargo, ha sido insuficiente el fomento de las devociones populares o los enfoque religiosos altruistas y asistencialistas que los grupos de clase media y alta promueven hacia los pobres. En ese sentido, los nuevos movimientos religiosos han desarrollado, en los últimos 20e años, metodologías de agregación social y religiosa muy efectivas. La Iglesia católica tiene necesidad de recuperar sus tradicionales principios de "con y desde" los pobres que las pastorales populares desarrollaron desde los sesentas; así lograron interactuar y construir tejidos sociales que llevaban a los sectores marginados a ser protagonistas sociales. Así, Rafael Guízar es heredero de Vasco de Quiroga, quien en el siglo XVI defendió del maltrato a los indios tarascos, fundó hospitales y asistencia social, además de fomentar la creación de artes y oficios para los pobres desde una perspectiva dinámica y emprendedora. Pero, al mismo tiempo, obispos como Guízar fueron precursores de muchos otros que destacaron no sólo como guías espirituales, sino líderes sociales; hay que recordar que en los años treintas y parte de los cuarentas, la iglesia mexicana estuvo a la vanguardia en Iberoamérica al inspirar la labor de altos prelados como monseñor Manuel Larraín, quien, sensible socialmente, crea una nueva estructura de diálogo entre los obispos en el continente; José María Pires, obispo negro que protegió con ardor a su raza discriminada en Brasil y en el continente; monseñor Leonidas Proaño, protector de indígenas aymaras y quechuas en los Andes; y cómo no recordar al cardenal Silva Enríquez, defensor de los derechos humanos en los momentos de terror militar en Chile.
Rafael Guízar, el nuevo santo mexicano, le queda muy grande a las aspiraciones de apropiación simbólica que los Legionarios de Cristo intentaron realizar sin éxito porque es un personaje antitético a la pastoral de la riqueza y la simulación que fomentó Marcial Maciel. En la tradición católica, los santos son modelo de vida religiosa perfecta que los creyentes deben imitar y seguir como referencia; los obispos mexicanos tienen un nuevo talante; esperamos que puedan sacudirse el modelo acartonado del prelado disléxico. Resulta refrescante que las dos últimas canonizaciones latinoamericanas, la de Guízar y la del padre Alberto Hurtado, de Chile, sean de personajes de profunda espiritualidad y genuina solidaridad pastoral con los más pobres. Ojalá vengan nuevos tiempos en el péndulo de la Iglesia de cara a la sexta conferencia del Celam.
En memoria de Alcides Collado