La democracia bananera
El rey del banano a escala mundial acaba de triunfar, aunque con escasa votación sobre sus rivales en el vecino Ecuador. Y todos los latinoamericanos, en especial los colonizados por el FMI y el Banco Mundial, han de levantar un alarido aprobatorio que sobrecoge a la región andina y más allá. Un multimillonario, en su tercera tentativa, puede por fin llegar a conducir el destino de una nación destinada a cargar con el fardo secular del atraso y la marginación. De seguir fielmente los lineamientos adelantados por ese prohombre durante la campaña, Ecuador saldrá de su postración y miserias en las que se encuentra envuelto. La vida digna los espera a la vuelta de una esquina llena de esfuerzo productivo. La fidelidad que muestren los ecuatorianos a las reglas de la eficiencia tiene un precio incalculable ante la hosca mirada de aquellos que son responsables en el manejo de las finanzas.
La apreciación de tan conspicuo y adinerado personaje como un virtual vencedor, aunque sea por escaso margen y en la primera ronda, hace de su rival, el amigo de, ¡oh aves de mal agüero!, Hugo Chávez, el mero reo de arraigadas sospechas apisonadas con raciales desprecios. Nada de lo que provenga, aunque sea de manera curveada, de esa Venezuela del gritón, envalentonado, mulato y cantador presidente que la gobierna ha de ser satisfactorio o sano para las obedientes naciones del subcontinente, en específico para la muy reputada democracia mexicana.
Aquí se tiene, afirman los triunfadores, todo un sistema de arraigados valores familiares, de escalas éticas a las cuales ceñir comportamientos. Rigurosas pruebas de control institucional para hacer transparente el gobierno. Tales reglas de conducta serán ahora guiadas por una mirada de estadista que va, con el detalle obligado, múltiples años adelante. Nada se hará para retornar esas prácticas antediluvianas donde las elecciones, ¡oh infierno para los derechos humanos, aléjate lloriqueando!, se dirimían a palos y balazos. Donde los robos de urnas eran la insana costumbre de los poderosos. Y el dispendio de los recursos públicos y privados fluía sin cortapisas o torpe escrúpulo ciudadano. Una competencia donde el triunfo, supremo ideal, brillaba sin medir las consecuencias de los métodos empleados para lograrlo. Ya no se recuerda, dicen por ahí, cuando las turbas rondaban por calles y distritos electorales en busca de boletas deseosas de ser ultrajadas. Ahora se cuenta con instituciones sólidas, eficaces, con normas claras, dentro de las cuales habrán de dirimirse las diferencias, por abismales que sean.
Los guardianes del orden establecido, bien se sabe, acudirán presurosos en busca de cualquier sospechoso que intente intervenir en las elecciones vecinas. No habrán de tolerarse vagos, tampoco melenudos, principalmente si provienen del Distrito Federal. Ellos, en especial, son reos de todo estigma perredista. Irredentos alborotadores que osan intranquilizar a los calientes tabasqueños, a los amodorrados chiapanecos y, en un futuro cercano, a los fiesteros veracruzanos. Esos chafiretes denominados panteras, los infelices habitantes de barrios irregulares motejados como panchos villas y otros tantos desarrapados con acentos distintos a los locales, serán acusados de subversivos delitos, fieramente penados por leyes a modo. Su misma presencia habrá de condenarlos al cadalso instantáneo. Así se tendrán las elecciones que todo mexicano (¿bien nacido?) sueña. Similares a la nacional de ese ya legendario 2 de julio pasado que alaban tantos más cuantos interesados en ponderarlas, sin el mínimo rubor, como impolutas.
Pero la realidad que se vive no perdona a las conciencias tranquilas y penetradas de un rancio olor a santidad. Las elecciones que se acaban de celebrar en Tabasco y en Chiapas, como antes lo fueron en Veracruz y en las escandalosas tierras oaxaqueñas de los Ulises rejegos, son un cruento testigo del estado de salud social y política del México actual. El sur profundo está presente con todo y sus hombres de horca y cuchillo. Y no sólo un trozo de la patria queda marcado por el lastre del escabroso pasado. A nivel nacional irrumpe, con la tempestad debida, la maquillada figura de Elba Esther Gordillo para testimoniar la voluntad del próximo cambio educativo que la nación reclama. Ella hace sencilla gala de los 41 mil millones de contantes pesos, todos planchaditos, que don Felipe Calderón comprometerá para que afiance, sin dudas ni titubeos, su cacicazgo por todos los años que le queden de vida. Ella y sus correligionarios del SNTE se los merecen. Podrán, al fin, cumplir con su misión educadora de urnas embarazadas a tierna edad. Ahí está ella para extender carta abierta a la represión de los maestros de la temible sección 22.
No cabe duda que hay un inmenso trecho entre el bananero Ecuador de los multimillonarios y los folclóricos gobernantes mexicanos. Mientras, aquí, lo único que parece contar es la derrota sufrida por AMLO y su desfondado movimiento. Ya lo veremos el 20 de noviembre.