Usted está aquí: miércoles 18 de octubre de 2006 Opinión Ventana de oportunidad

Alejandro Nadal

Ventana de oportunidad

Finalmente la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) rechazó las solicitudes de permisos para la siembra experimental de maíz transgénico presentadas por tres trasnacionales. El argumento de la Senasica -órgano de la Sagarpa responsable en esta materia- es doble. Primero, señala que no se cuenta con los acuerdos intersecretariales para determinar las áreas geográficas en las que se localizan los centros de origen de este cultivo, tal como establece la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados (LBOGM). Por otra parte, tampoco se cuenta con el régimen de protección especial para el maíz al que hace referencia el artículo 2 de la LBOGM.

Es de esperar que las empresas en cuestión (Monsanto, Pioneer y Dow) vuelvan a la carga y soliciten nuevamente permisos para realizar siembras de maíz transgénico más adelante. Pero la respuesta deberá ser un nuevo rechazo: los obstáculos legales a los que se enfrentan son infranqueables.

¿Qué implicaciones tiene para México este rechazo a las pretensiones de las trasnacionales? ¿Se quedarán en el atraso nuestros productores del campo, sin acceso a la tecnología que les permita obtener mejores rendimientos y con una mejor relación con el medio ambiente?

La introducción de cultivos genéticamente modificados (OGM) no es un factor de progreso. Ciertamente no lo es en materia de rendimientos. Aun en el caso de que la inserción de material genético sea "exitoso", lo que se modifica en la planta receptora concierne a las funciones de un solo gen. Por ejemplo, si éste permite producir la toxina del bacilo thuringiensis entonces se tendrá la posibilidad de repeler algunos insectos. Pero el impacto de esa modificación sobre los rendimientos (cantidad producida por hectárea) será nulo o marginal.

La biotecnología molecular está lejos de ofrecer a los productores una nueva vía para incrementar rendimientos de manera significativa. Para lograrlo se necesita modificar varios componentes estructurales de la planta. Por ejemplo, se podría pensar en conferir al maíz la propiedad de contar con un número mayor de granos o más grandes. Eso requiere una mazorca más grande y un tallo más fuerte, lo que demanda mayor soporte estructural. La energía para lograr eso tendría que provenir de hojas más grandes y todo eso necesita un sistema radicular más profundo o más extendido. ¿Cuántos genes están involucrados simultáneamente en estos cambios? Muchos, y ciertamente muchos más de los que hoy puede manipular la biotecnología molecular.

El aumento de rendimientos podría alcanzarse de otra forma, mejorando la capacidad de una planta para aprovechar insumos agroquímicos. Ese fue el camino de la revolución verde, pero en el caso de la biotecnología eso también implica la capacidad de manipular con éxito muchos genes simultáneamente. Lo mismo se puede decir de la capacidad de una planta para resistir varios tipos de plagas o de fuentes de estrés hídrico o térmico. Esas transformaciones en cultivos no están siendo ofrecidas por la industria de biotecnología hoy. De todos modos, la coevolución se encargará de erosionar las modestas ventajas que se obtengan por este camino cuando las plagas desarrollen sus propios mecanismos de resistencia.

Así que desde el punto de vista de los rendimientos, los productores mexicanos no se están privando de una tecnología más eficiente. Y la introducción de los OGM en el campo mexicano no sólo no es factor de progreso, sino que representa un retroceso. Los cultivos genéticamente modificados no son respuesta a la necesidad de reducir el impacto de la agricultura sobre el medio ambiente. Por si eso fuera poco, hay muchos estudios sobre los riesgos que entraña esta tecnología para los ecosistemas.

La negativa a estos permisos constituye una ventana de oportunidad para repensar el papel del campo y la agricultura en nuestro país, basándonos en nuevos principios. Es indispensable reorientar la política hacia el maltrecho sector agropecuario que hemos heredado después de décadas de agresión contra los productores rurales. Por una parte es de vital importancia recuperar las bases de la agricultura sustentable y revalorizar el trabajo y las aportaciones de los productores del campo. La agricultura desempeña muchas funciones, además de satisfacer la demanda de alimentos y materias primas para la industria. Es necesario reconocerlas.

Los productores del campo, con experiencia y conocimientos acumulados por siglos, son responsables de la salud e integridad de los ecosistemas y tienen a su cargo la ardua tarea del manejo de suelos y de recursos hídricos. Además, son los responsables de la conservación y desarrollo de recursos genéticos, sin los cuales la producción futura no sería viable. Para desempeñar estas funciones les hace falta apoyo y lo único que han recibido es negligencia.

Una agricultura sustentable que descanse en los principios de la agroecología y que reconozca la importancia de la agrobiodiversidad es el camino a seguir. Esta nueva estrategia deberá estar acompañada de una mejora real en las condiciones de vida de las familias rurales. Rediseñar la política para el sector agropecuario y revalorar la contribución de los productores del campo es la tarea que debemos emprender. Dejemos a las trasnacionales lamerse las heridas.

 
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