Usted está aquí: miércoles 18 de octubre de 2006 Opinión ISOCRONIAS

ISOCRONIAS

Ricardo Yáñez

Antigua nueva Valladolid

MORELIA, TEATRO Ocampo. Lleno. Alrededor de 17 de los más connotados trovadores (del canto nuevo al rolerismo) del país, entre ellos Marcial Alejandro, David Haro, David Aguilar, Mauricio Díaz y Lety Servín. Un acontecimiento. No pasa desapercibido, no se deja ver como lo que es, algo inusitado: la reunión, a la vez inesperada y esperada, de amigos como si de siempre, de voces y guitarras peregrinas que encuentran su asiento, su asentarse, en un foro y en una celebración, los 20 años de una panadería. ¿Una panadería? Sí. Sabedores de que no sólo de pan vive el hombre, que hambre tiene de algo más, siempre algo más (no cantidad, calidad), los auspiciadores del encuentro celebraron su aniversario con algunos de sus músicos preferidos, según ellos en cierto modo mágicos, pues que en tiempos de crisis lograron que la gente se acercara a su pan.

EN EL HOTEL, Haro me presenta con Jorge F. Hernández, novelista y ensayista, quien cuenta varias anécdotas, algunas de su padre, imitador radiofónico. La que me impresiona no tiene que ver con él: relata que alguien viajaba al sur del país en una línea aérea patito y hubo tormenta tropical y el avión no parecía gozar de la estabilidad requerida. La aeromoza, dijo Hernández, se arrodilló en su asiento y preguntó: ''¿Quién me acompaña a rezar un Padrenuestro?" Finalmente los pasajeros llegaron a su destino. La tripulación se disculpó de mano ante ellos. Un viajero ironizó: ''No se preocupe, señorita. Yo ya llegué. Malo usted, que tiene que volver a volar".

EN EL CAFE Europa, de los portales, me topo con Mauricio Montiel Figueiras, padre de una niña lindísima, Lya, que -es mi sobrina- pasó el fin de semana en casa. Mauricio es novelista, periodista y crítico de cine. En Morelia, se sabe, hay un festival de cine, y él está cubriéndolo para su periódico. Platicamos de narrativa, de la narrativa cinematográfica y literaria. El autor de la novela La penumbra inconveniente indica que la primera está obligada a una capacidad de síntesis que la segunda no. Pone como ejemplo Ulises, de Joyce, un 16 de junio del siglo pasado ''en 600 o 700 páginas", cuya lectura exige al menos varios días. Ese día en una película debería reducirse a cuando mucho dos horas y media (la película existe, pero ni el ensayista de La errancia, sobre literatura y cine, ni quien esto escribe hemos tenido la oportunidad de verla; parece ser que se limita al monólogo de Molly Bloom).

ME EXPLICA QUE hay dos tipos de guión, el literario y el técnico. Que los directores tienden a optar entre ambos. Bergman, por ejemplo, por el primero. Comenta que Nicolás Echavarría se queja de que cuando le pide un guión a un escritor lo más probable es que le entregue un relato, no un guión.

LA NARRATIVA propiamente literaria termina en sí misma, dice; la del guión fílmico debe pasar a la pantalla, sólo entonces termina su función.

ME SORPRENDE indicando que en Estados Unidos existen los ''doctores (médicos) de guión", gente que se dedica a revificar desalentados argumentos que idealmente pasarían al celuloide.

MAURICIO SE despide. Yo regreso a la mesa de los músicos.

 
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