Editorial
Irak: víctimas de EU
En lo que va de este mes, las fuerzas estadunidenses en Irak han sufrido más de 70 bajas fatales, lo que las coloca ante la tasa de mortalidad (un promedio de cuatro muertos por día) más alta desde enero de 2005. En total, el país agresor ha perdido en su guerra criminal 2 mil 783 soldados, a los que se suman 237 de otras nacionalidades, principalmente ingleses e italianos, y el total de bajas estadunidenses en combate incluidos heridos, pero sin contar a los accidentados y enfermos es de más de 23 mil. La cifra puede considerarse pequeña si se le compara con la de iraquíes caídos durante la guerra, estimados en más de 650 mil por un estudio de la Universidad Johns Hopkins dado a conocer la semana pasada, de los cuales más de 180 mil fueron muertos por los ocupantes. Sin embargo, el primer dato es revelador en la medida en que pone de manifiesto el empantanamiento en que se encuentra la agresión estadunidense contra Irak. No pasa un mes sin que el presidente George W. Bush y sus colaboradores aseguren que Washington va ganando la contienda y anuncien severos reveses para la insurgencia del país ocupado. Sin embargo, las cifras revelan que ésta, a lo largo de tres años y medio de enfrentamiento con la máquina de destrucción y guerra más poderosa del planeta, ha conservado intacta su capacidad bélica, si no es que la aumentado.
Con todo y el carácter genocida y depredador del conflicto, no sería pertinente dejar de lado el sufrimiento que esta guerra ha causado en decenas de miles de hogares estadunidenses y la destrucción anímica provocada en otros tantos jóvenes reclutas que han sido enviados al país árabe a cumplir una misión que pasa, como demuestran las cifras divulgadas en el informe de la Johns Hopkins, por dar muerte a la mayor cantidad posible de iraquíes.
Por supuesto, el objetivo táctico de diezmar a la población de Irak el propósito de fondo es hacer negocios y ganar control geoestratégico no puede ser admitido en público, y para ocultarlo Washington recurre al eufemismo de las "bajas colaterales" y de las supuestas "equivocaciones" de pilotos y artilleros que bombardean "por error" objetivos civiles. Desde esta perspectiva, el juicio de guerra al que se someterá en breve a 11 soldados estadunidenses por asesinar a personas no combatientes en la nación ocupada parece más una maniobra propagandística orientada a distraer la atención de la responsabilidad principal por las atrocidades de guerra cometidas en Irak, recae de manera directa en Bush, en su vicepresidente Richard Cheney y en su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.
El hecho de que los 11 militares referidos sean meros chivos expiatorios no atenúa su condición de criminales. A guisa de ejemplo, cuatro de ellos protagonizaron una acción particularmente bárbara en marzo de este año, en la localidad de Mahmudiya, donde violaron a una menor y luego la asesinaron junto con tres integrantes de su familia. Dos de los implicados pueden ser condenados a muerte por el tribunal militar encargado de juzgarlos. Con todo, el castigo de esos cuatro homicidios resulta excepcional frente a los casi 200 mil perpetrados por los ocupantes en Irak y hace pensar que la verdadera falta de los efectivos involucrados no fue la violación y las muertes, sino haber actuado en forma poco sigilosa y no haber disfrazado sus delitos de acciones "legítimas" de combate. La paradoja es terrible: los soldados enviados a liquidar iraquíes combatientes y civiles enfrentan ahora una posible sentencia a muerte por haber hecho demasiado evidente el sentido de su misión.
Para ponderar la abismal hipocresía de esta aventura bélica es pertinente recordar que, tras el escándalo suscitado en 2004 por las torturas y los asesinatos perpetrados en la prisión de Abu Ghraib por soldados estadunidenses, varios de ellos el sargento Charles Graner y las soldados Lyndie England y Sabrina Harman, entre ellos fueron sometidos a procesos castrenses, degradados y sentenciados a diversas penas de prisión, en tanto que la general Janis Karpinsky, responsable del centro de reclusión, vio destruida su carrera. La clase política de Washington se rasgó las vestiduras por prácticas de maltrato a los prisioneros, muy semejantes a las que fueron aprobadas en días pasados por el Capitolio y promulgadas antier por el propio Bush.
El habitante de la Casa Blanca emprendió su "guerra contra el terrorismo" y la agresión a Irak con el argumento de que ésa era la forma correcta de proteger a los estadunidenses. Como consecuencia directa de sus decisiones, sin embargo, han muerto casi 3 mil de sus compatriotas, decenas de miles han resultado heridos muchos de ellos, con mutilaciones y discapacidades permanentes y un gran número de jóvenes del país vecino han padecido en carne propia la extrema degradación moral y síquica que conlleva la participación en una agresión bélica injustificada contra la población inerme de una nación. Con esos elementos de juicio, es inevitable concluir que Bush es para los estadunidenses un peligro mucho mayor, y más concreto, que el nebuloso Osama Bin Laden y sus seguidores terroristas.