Un desastre maquillado
El desempeño del gobierno de Fox durante sus seis años de gestión ha resultado un fracaso. Sus grandes metas económicas no se concretaron: el crecimiento económico en el sexenio será de 2.1 por ciento promedio anual, lo que servirá para que el producto por habitante tenga un pírrico aumento de uno por ciento anual. El incremento del empleo resultó igualmente reducido: en noviembre de 2000 había 12 millones 963 mil 871 trabajadores asegurados y para junio de este 2006 se llegó a 13 millones 702 mil 371 trabajadores asegurados, lo que implica un ascenso de 738 mil 500 personas. De éstas, 258 mil 291 fueron permanentes, apenas 35 por ciento.
Esto significa que en estos cinco años y siete meses únicamente crecieron los empleos permanentes en 2.3 por ciento, lo que da cuenta de una situación en la que quienes se incorporan al mercado de trabajo no consiguen empleo, de modo que sus únicas opciones son incorporarse al sector informal o emigrar. Los ocupados en el sector informal alcanzan niveles que representan entre 50 y 60 por ciento de la población trabajadora y aportan 30 por ciento del producto interno bruto.
Un compromiso importante de Fox fue respetar la ortodoxia en materia presupuestal. El gobierno foxista, junto con los corredores financieros internacionales, han señalado que se logró mantener bajo control los equilibrios económicos fundamentales. Fox se ha vanagloriado de ello; sin embargo, si se revisa atentamente la situación, resulta que los supuestos éxitos fiscales son resultado de factores externos que operaron favorablemente. La evolución de los precios del petróleo, las remesas de los mexicanos en el exterior y la evolución de las tasa internacionales de interés han sido, en verdad, los factores explicativos de esos éxitos que se ha adjudicado el foxismo y que le sirvieron como instrumento propagandístico a favor de Calderón y en contra de López Obrador.
Con estos ingresos extraordinarios de divisas se ha logrado el cambio de deuda externa por deuda interna. La información al cierre de agosto de 2006 muestra que el saldo de la deuda interna neta del gobierno federal llegó a un billón 318 mil 800 millones de pesos, en tanto que la deuda externa neta se ubicó en 40 mil 400 millones de dólares, lo que significa 444 mil 400 millones de pesos. En consecuencia, la deuda interna constituye las dos terceras partes de la deuda pública total. Ello no implica reducción alguna del monto, ya que ha sido simplemente una sustitución.
Lo que sí ha significado es un incremento del costo. Según una información reciente, el total de los recursos destinados al pago de intereses y comisiones de la deuda total del sector público en el sexenio fue de un billón 144 mil 500 millones de pesos, superiores en 57 por ciento a lo que ocurrió en el sexenio anterior. Hasta agosto de 2006, el crecimiento de los intereses y comisiones pagadas por la deuda externa fue de 16.2 por ciento, en tanto que para la interna el aumento fue de 53.5 por ciento.
Otro dato de importancia es la petrolización de las finanzas. Los ingresos tributarios, de por sí raquíticos, equivalentes a 10.6 por ciento del PIB en 2000, se han reducido hasta llegar a 9.7 por ciento en 2005. Al mismo tiempo, los ingresos fiscales relacionados con el petróleo aumentaron 1.5 puntos del producto, al pasar de 7.2 en 2000 a 8.7 en 2005. Un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) muestra que México ha quedado francamente rezagado no sólo de las naciones desarrolladas, sino también de los países en desarrollo miembros de esa organización. En 1985 los ingresos fiscales como proporción del producto de México eran de 17 por ciento, para Corea el dato fue 16.4, y en Turquía de 15.4. Para 2005 el cociente mexicano creció a 19.8 por ciento, mientras en Corea pasó a 25.6, casi 10 puntos de aumento, y en Turquía llegó a 32.3, más que duplicándolos. El promedio de los países de la OCDE en 2005 fue de 35.9.
Más grave aún es el dato de los impuestos sobre los ingresos y ganancias como proporción del PIB. Estos ingresos tributarios en México, que apenas representaron 4.6 por ciento del PIB en 2005, para nuestros socios comerciales, Canadá y Estados Unidos significaron 16 y de 12.5 por ciento, respectivamente. El promedio de los países de la OCDE fue de 12.5, en tanto que para Corea y Turquía fueron de 7.5 y 7 por ciento.
Así las cosas, la responsabilidad fiscal foxista no aparece. Se aprecia, por el contrario, un gobierno que dilapidó los ingresos derivados de la explotación de recursos petroleros no renovables en gasto corriente, en lugar de invertirlos en proyectos generadores de ingreso y empleos. Sus supuestos éxitos no existen. Su fracaso simplemente se maquilló.