El codex Romanoff
Ganadora del primer premio Víctor Hugo Rascón Banda instituido por Conaculta, la Universidad Autónoma de Nuevo León y la Fundación Sebastián en 1984, este texto de Estela Leñero se estrenó bajo la dirección de Lorena Maza. Atribuido a Leonardo da Vinci, aunque algunos duden de su autoría, El codex Romanoff fue descubierto en una copia a máquina en 1981 y se supone que, tras muchas vicisitudes, llegó a Rusia y fue comprado por el zar Alejandro II y, quienes estiman que pertenece al genio renacentista dan por descontado que el original permanece en custodia en L'Hermitage, aunque allí lo niegan. A favor de los que tal piensan está el hecho de que Da Vinci fue maestro de ceremonias en la corte de Ludovico Sforza, donde intentó cambiar los groseros gustos renacentistas por un arte culinario refinado, amén de que en el Codex se dan, junto a recetas de cocina y consejos para tener buenas maneras en la mesa, inventos que facilitaran la labor de los cocineros y que pueden ser nacidos del prodigioso ingenio de Leonardo. La autora de la obra lo ubica en la cocina de un convento mexicano en el siglo XIX, entre cuyas paredes no puede ser mencionado por tratarse de un texto que contraviene los preceptos de frugalidad que establece la rígida Madre Superiora.
La malicia de la dramaturga hace que el temor al sexo que hasta la fecha tiñe a las jerarquías de la Iglesia católica se desplace a los placeres del paladar y el olfato de los guisos nuevos y exquisitos que la novicia Aurora elabora de acuerdo con las recetas de Leonardo, que son dados, en lugar de recibir confesión de la hermana Pilar, por el padre José -seducido por los ricos chocolates que la monja le va dando-, que conoce el manual y lo retiene escondido en el convento, de donde saldrá para seguir su azaroso camino. Estela Leñero ha dicho que quería hacer una comedia de aventuras, la que se entrelaza con los buenos oficios culinarios de Aurora y la búsqueda interior de la novicia de un camino que le devolverá la fe y la vocación monjil, entre los avatares de una vida aventurera que la hace conocer el amor de un marinero y servir en un remoto dispensario en la selva. Los sucesos pueden ser un cuento de la novicia, como se desprende del final, que cumplimenta los anhelos de ambas mujeres por tener un poco de libertad, aunque una vez desaparecida la dura Madre Superiora, la encuentren en el mismo convento, en su amistad y en el gusto por los platillos exóticos.
La gran cantidad de lugares que pide la autora se ofrecen con muy pocos elementos, algunos a base de luz, en la escenografía e iluminación de Sergio Villegas que mantiene siempre el gran fogón, así sea desplazado de lugar en el escenario -para marcar los diferentes lugares en donde guisa la novicia- y la enorme chimenea con un caldero al fondo; la ubicación del dispensario se dará mediante un pequeño armario con pócimas y medicinas que bajará del telar. Lorena Maza dirige con mucho acierto y buen trazo la escenificación, dando en todo momento la ubicación de los diferentes actos, como el flagelo de la hermana Pilar, en un área restringida por un haz de luz que se supone que es su celda, y hace que el mismo Leonardo se presente al principio probando guisos y degustando aromas para ubicar al espectador en lo que se narra y al final a sor Juana, invisible para las dos monjas que ahora tienen un nuevo empeño. La directora añade un sesgo de lesbianismo, que no está en el texto, a la relación entre Pilar y Aurora, yo pienso que de manera gratuita, porque puede existir mucho cariño entre mujeres sin recurrir al sexo, máxime que éste ya ha sido sustituido y sublimado por los placeres gastronómicos que, además, la directora ha acentuado en todo momento con orgasmos ante la delicia de los alimentos.
Con vestuario de Eloise Kazan y apoyados por la musicalización de Erando González, los actores logran un buen desempeño homologados por la excelente dirección de Lorena Maza. Evangelina Sosa es una audaz y cálida Aurora y Renata Ramos, muy digna y entonada como Pilar, amén de la gracia con que encarnan a sus personajes. En un rol sin mayores matices, Norma Angélica es la Madre Superiora. Erando González transita de la chispeante glotonería hasta la enfermedad terminal como el padre Ramón y también es el Leonardo del principio. Andrés Zuno como el padre José, Martín Altomaro como el Dr. Zárate y Catarina Mesinas -que hará también a Sor Juana- bien en sus papeles respectivos.