Usted está aquí: viernes 20 de octubre de 2006 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez

Viaje a la China

Construcción de ejes de gobernabilidad

Evasión o necesidad de buscar relaciones

Dicen que abrumado por las innumerables peticiones de trabajo, por las que suponen que son obligatorias y por las que no lo son, Marcelo Ebrard emprende a partir de hoy una gira de trabajo por el país más poderoso del mundo: China.

Para los mal pensados el viaje obedece a la necesidad de Ebrard de tomar distancia de todos los compromisos que se hicieron durante la campaña, con los de aquí y con los de allá. Y tal vez sea cierto, porque el gran pastel que se prefiguró antes del 2 de julio quedó reducido a una dona, que como tal tiene hoyo en su mejor mitad.

Para decirlo más claro: ni siquiera todos los que están pueden tener un lugar en un proyecto reducido con intenciones de volar lejos, muy lejos.

Ebrard, que se va a la China, busca tomar distancia de todos los intereses que merodean al poder, que sí fue electo, que sí es legítimo, pero que hasta hoy se resiste a formar parte de la mezcolanza perversa que supone el PAN.

Quienes saben del asunto aseguran que el viaje de Ebrard, más que nada, tiene que ver con la búsqueda de las grandes inversiones que protejan el crecimiento de la ciudad de México, pero para los mal pensados sólo advierte la necesidad de no tomar decisiones prematuras que pudieran lastimar el transcurso, hasta ahora pacífico, de los intereses tribales por el gobierno de la ciudad.

No obstante, el proyecto fundamental del gobierno que se iniciará en la primera semana de diciembre tendrá que correr paralelo a las intenciones de las otras expresiones políticas que pretenden conservar, aun con el cambio, los beneficios de una capital mutilada.

Tal vez el viaje de Ebrard sirva para entender que el mundo ya no gira en torno del neoliberalismo y que urgen cambios estructurales, no para crear más privilegios a quienes han sido siempre beneficiados, sino para establecer nuevas reglas que den forma a un quehacer renovado, con la idea de entender las demandas populares.

Pareciera que Ebrard se fuga ante los problemas; sin embargo, ha ido construyendo ejes de gobernabilidad que no serían de lo más conveniente para la moral política de la derecha, que intenta dar forma a una expresión política que no tiene cabida hoy en la ciudad de México, ni en el país.

Si tuviéramos que sopesar el viaje de Ebrard, muy seguramente no tendríamos ningún pretexto para explicar el de uno que todavía no representa a los demás; sin embargo, se tiene que entender que con los índices de desempleo que nos muestra cada vez el INEGI, las únicas opciones serían: o buscar un empleo donde no lo hay o convertirse en el delincuente que empeña su vida en cualquiera de sus acciones, para crearse vida donde empieza la muerte.

No es fácil asimilar que el proyecto político pasa por un entendimiento, no muy bien razonado, de quienes suponen que antes de comprar chalecos antibalas se deben comprar cañones, pero en la ciudad de México se ha demostrado, desde hace ya buen rato, que con el ideal al frente se puede transitar por el camino de la democracia, que más allá del voto nadie entiende.

El tránsito por la democracia exige, es verdad, correr por diferentes mundos. Vaya o se quede, más tarde que temprano Ebrard tendrá que decidir quiénes lo acompañarán en la tarea de hacer un buen gobierno, y francamente no se necesita ir a China para entender el terrible drama de la pobreza, ni para suponer que esta democracia impedirá a la izquierda asentarse en el centro de las decisiones. Pero bueno, Marcelo va, dicen, en busca de las inversiones, y si no, que el pueblo se lo demande.

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