La vida de un bailarín ofrece una retrospectiva de su quehacer artístico
Aclamado estreno de la nueva coreografía del legendario Maurice Béjart, en Lausana
Si a mi edad uno quiere redescubrir su pasado, debe hacerlo con su alma de niño, dijo
El creador francés fue ovacionado cuando salió al escenario del teatro Beaulieu
Lausana, 19 de octubre. Con un aclamado estreno de La vida de un bailarín, el coreógrafo francés Maurice Béjart (Marsella, 1927), gravemente enfermo, ofreció una conmovedora retrospectiva de su propia vida artística poco antes de su cumpleaños 80.
Las ovaciones del público la noche del miércoles, tras la función de algo más de una hora de duración, se volvieron casi frenéticas en el teatro Beaulieu, de Lausana, cuando Béjart salió al escenario por unos instantes, apoyado en uno de los bailarines de su prestigiada compañía.
El coreógrafo, nacido el primero de enero de 1927, fue sometido a varias operaciones en la cadera y sólo puede moverse con muletas o en silla de ruedas.
La obra refleja las más importantes etapas vitales de esta leyenda de la danza, a lo que hace referencia también el cartel de La vida de un bailarín.
Muestra cuatro fotos de Béjart: el niño de ocho años de mirada tímida; el bailarín de 28 de su primera obra, Symphonie pour un homme suel; el hombre de 48 en su cúspide creativa y el coreógrafo en la actualidad.
Dos figuras de cómic
Maurice Béjart relata la vida de un bailarín desde la mirada de dos figuras de cómic, Zig y Puce, creadas por Alain-Ogan en 1925, que formaron parte de su infancia.
''Si a mi edad uno quiere redescubrir su pasado, debe hacerlo con su alma de niño", dijo el artista.
Y así esos dos personajes similares a payasos guían al espectador por un colorido popurrí de danza y música, que comienza con una escena solista, la cual muestra a un bailarín ejercitándose en la barra, y acaba en una dramática danza entre el bailarín y la muerte.
La obra es mucho más que una sucesión cronológica de grandes éxitos y derrotas personales de Béjart. También se escenifican fragmentos de su alabada coreografía Bolero, pero no con la música original de Ravel, sino con una mezcla de Offenbach, Wagner y Stravinski.
Con el mismo ánimo experimental, Béjart mezcla estilos musicales y de danza de El pájaro de fuego y La vida parisina, utilizando complicadas composiciones atonales, por las que siempre tuvo predilección, así como éxitos mundiales, por ejemplo, The streets of love, de los Rolling Stones.
Dramática lucha
Maurice Béjart apuesta también esta vez por su inconfundible y profundamente personal forma de expresión en un espectáculo teatral amplio, en el que las palabras están en armonía con la música y el lenguaje del cuerpo.
Cuando Zig y Puce anuncian ''No queremos tutú" y le quitan la falda roja a la bailarina, hacen referencia al antiguo revolucionario Béjart, quien eliminó del escenario el vestido de tul y nylon de las bailarinas, y vestía a sus intérpretes con medias y jeans, para consternación del mundo de la danza de entonces.
La coreografía La vida de un bailarín apenas si requiere decorado. En cambio, destacan más la luz, el colorido del vestuario y las formaciones de los bailarines.
Sobre todo fascina al espectador una escena en la que medio centenar de bailarines y bailarinas, en leggins de color rojo fuego, bailan con pequeñas varas de madera y terminan en un círculo, recostados sobre el escenario.
Muy dramática es la lucha entre la muerte y el bailarín, una escena a la que se le quita un poco de tensión cuando el tercer personaje de cómic, el pingüino Alberto, aparece.
La presencia muchas veces humorística de los personajes de cómic, bailados e interpretados de forma extraordinaria, matiza un poco el dramatismo y las emociones de esta nueva obra maestra del legendario Maurice Béjart.