Budapest + 50
El pasado lunes se cumplieron 50 años del inicio de la rebelión fallida de los húngaros en contra de las tropas soviéticas en Budapest. El 23 de octubre de 1956 hubo de manera casi espontánea una manifestación que inicialmente agrupó a más de 20 mil personas pero luego superó las 200 mil. Invocaron la democracia, cantaron canciones prohibidas por las autoridades y derribaron una enorme estatua de Stalin en el centro de la ciudad. Los tanques soviéticos tuvieron que marcharse, pero a la semana regresaron con mucha violencia. El primer ministro Imre Nagy hizo un llamado a la opinión pública mundial que fue desatendido. El político reformista y centenares de otros dirigentes fueron arrestados y ejecutados. Casi 3 mil personas murieron y decenas de miles abandonaron su país.
Recuerdo que los acontecimientos de octubre y noviembre de 1956 en Budapest dieron lugar a lo que quizás hayan sido mis primeras discusiones de política internacional. Eran pláticas muy animadas entre adolescentes. Unos abogaban por el mantenimiento del bloque soviético. Otros defendían el derecho de los húngaros a sublevarse contra la URSS. Una década después, tras la rebelión de primavera en Praga, los ejércitos del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia.
Para justificar su intervención militar Brezhnev ideó una doctrina que llevaría su nombre: si se hubiera permitido a Checoslovaquia salirse de la "comunidad socialista" se afectarían "nuestros intereses vitales y hubiera sido en detrimento de los demás estados socialistas". En otras palabras, Moscú se reservaba el derecho de intervenir para evitar un cambio de régimen en un país de su órbita. En diciembre de 1979 lo hizo también en Afganistán, con resultados desastrosos. No pudo ganar esa guerra, misma que contribuyó al fin del bloque socialista de Europa oriental y a la desintegración de la propia URSS.
En ese otoño de 1956 pocos de mis amigos aceptaban el pisoteo soviético en Budapest, pero no lográbamos encontrar una respuesta adecuada. La intensidad de la guerra fría había empañado nuestra visión de un mundo libre y justo. Para algunos adultos con los que platicaba no había dudas. Mi tío Jaime condenó vigorosamente a los soviéticos. Como trotskista en los años treintas fue perseguido por los estalinistas en España. No les perdonaba que hubieran acabado con su sueño de un mundo mejor.
Lo ocurrido en Hungría en 1956 fue un indicio de que las cosas podrían cambiar dentro del bloque socialista de Europa oriental. Algo parecido se estaba gestando en Polonia. Pero también fue un indicio de que Moscú no permitiría esos cambios. Curiosamente fue el propio gobierno soviético, que quizás haya alentado a los políticos reformistas en otros países. Tras la muerte de Stalin en 1953 empezaron las críticas al desaparecido dictador que culminaron en los ataques oficiales en febrero de 1956, durante el vigésimo congreso del Partido Comunista de la URSS, y en la disolución poco después del Cominform ("el buró de información" que agrupaba a los partidos comunistas del bloque soviético).
Los acontecimientos de 1956 en Budapest también revelaron los límites de la capacidad de acción de Estados Unidos. Lanzada por Truman y vigorizada por John Foster Dulles, la campaña anticomunista de Washington no se tradujo en hechos concretos en Hungría. Una intervención militar no era factible a menos que uno quisiera correr el riesgo de desatar una guerra mundial. Hay que recordar también que por esas fechas estalló la crisis de Suez.
Empero no es correcto incitar a un pueblo a rebelarse y luego quedarse de brazos cruzados. Hasta el 4 de noviembre de 1956 (el día en que regresaron los tanques soviéticos) Radio Europa Libre insistía en alentar a una revuelta popular, anunciando que Washington pronto daría una señal clara de apoyo. El 10 de noviembre todo había terminado. Casi cuatro décadas después, Estados Unidos haría lo mismo en Irak. En 1991 alentó a los kurdos y chiítas a sublevarse en contra de Saddam Hussein y luego los abandonó a su suerte.
El presidente George W. Bush aprovechó el aniversario de lo acontecido en Budapest para comparar a los actuales dirigentes en Irak con los insurgentes húngaros de 1956. A los húngaros de hoy les dijo: "Hemos aprendido de su ejemplo y hemos resuelto que, cuando un pueblo está dispuesto a luchar por su libertad, Estados Unidos estará a su lado".
Para conmemorar la fallida sublevación de 1956 y rendir homenaje a sus mártires, el gobierno húngaro organizó una serie de actos a los que asistieron unos 50 jefes de Estado o de gobierno, la mayor concentración de altos dirigentes políticos en la historia de Budapest. Pero la situación política en Hungría complicó los festejos.
El mismo 23 de octubre hubo una manifestación más en contra del primer ministro Ferenc Gyurcsany. Sus bonos han caído estrepitosamente en las últimas semanas a raíz de la divulgación, el 17 de septiembre, de una grabación en la que confesó haber mentido acerca del estado de la economía húngara en vísperas de las elecciones legislativas del pasado abril a fin de ganar los comicios. Hace un mes que se ha desatado una ola de manifestaciones encabezadas por miembros de la oposición conservadora (el Fidesz), cuya demanda es la dimisión de Gyurcsany. El primer ministro encabeza el partido socialista, pero muchos de sus opositores le echan en cara haber sido en el régimen desaparecido un dirigente de las juventudes comunistas. Luego se hizo muy rico y más tarde incursionó en la política.
Al inicio de los festejos, el presidente Laszlo Solyom instó a la unidad nacional. Pero los actos oficiales sólo pudieron empezar una vez que la policía, valiéndose de gas lacrimógeno y balas de goma, había dispersado a los manifestantes.
* Ex subsecretario de Relaciones Exteriores y director del Instituto Matías Romero