La tragedia de Pemex
Petróleos Mexicanos es la empresa más importante de México y lo ha sido desde su creación, en 1938 -luego de la expropiación decretada por el presidente Lázaro Cárdenas-, gracias a los enormes ingresos y utilidades que ha generado, especialmente desde el sexenio de José López Portillo, debidos prácticamente en su totalidad a la extracción y venta de petróleo crudo.
La dimensión de sus operaciones de extracción la colocan también como una de las cinco empresas petroleras más grandes del mundo, sin embargo, 70 años después del inicio de sus operaciones, otros indicadores como los estados financieros, los montos destinados a inversión, la eficiencia, la productividad, el desarrollo y la generación de tecnología propia, el valor agregado de su producción, sus estadísticas de accidentes, el efecto en la formación de cadenas productivas locales, el impacto en la calidad de vida de las regiones donde opera, etcétera, ponen de manifiesto que Pemex no sólo está entre las últimas empresas de su género, sino que puede ser considerada un verdadero desastre.
Cuando el presidente Cárdenas, en el final de su periodo de gobierno, hizo un llamado a los trabajadores y a la población en general para restablecer la producción petrolera, luego de la crisis que habían creado las condiciones que dieron lugar a la expropiación, la respuesta entusiasta y general no se hizo esperar, así surgió Petróleos Mexicanos (Pemex), dejando atrás la explotación y el maltrato para los trabajadores mexicanos, pero también supuestamente, el aprovechamiento de nuestros recursos en beneficio desmedido de intereses extranjeros.
Durante un buen número de años, la empresa petrolera administrada por el gobierno empezó a generar riqueza, contribuyendo al desarrollo económico y al bienestar de los mexicanos, generando industrias y empleos, diversificando la economía; al mismo tiempo, las dimensiones de la fuerza de trabajo empleada por Petróleos Mexicanos, la convirtieron en una fuerza política importante, que los sucesivos gobiernos de la República decidieron controlar, cosa que hicieron corrompiendo con dádivas a sus dirigentes. Las dádivas y prebendas incluyeron el otorgamiento de contratos a los líderes sindicales, el pago de sobreprecios a los servicios y artículos requeridos, la realización de proyectos cuya utilidad nunca fue comprobaba y que comenzaron a incidir en costos excesivos de operación y baja productividad.
Con el paso del tiempo, la burocracia y el sindicato petrolero ahogaron a Petróleos Mexicanos en la corrupción, el derroche de recursos en oficinas, en viajes y en actividades inútiles, que se convirtieron en ejemplo de lo que no debe ser en la industria mundial del petróleo, mientras que para las empresas mexicanas, trabajar con Pemex implicaba la participación en concursos amañados y el riesgo de perderlo todo, ante la posibilidad de que los contratos se convirtieran en proyectos interminables.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el petróleo se convirtió en la principal fuente de energía en el mundo y las empresas petroleras fueron consideradas estratégicas para sus países; parte de los recursos generados por ellas fueron empleados en investigación y desarrollos tecnológicos de primer orden; tal fue el caso de las empresas norteamericanas que en su afán de liderazgo, financiaron el desarrollo de universidades, de centros de investigación y de toda una industria de alta tecnología, con repercusiones importantes en la microelectrónica, la creación de nuevos materiales y el estudio de la tierra.
Numerosos grupos de científicos e ingenieros, constituidos para responder a las necesidades crecientes de la industria petrolera, activaron procesos de investigación en muy diversos campos de la ciencia, con resultados que impactaron prácticamente todas las actividades humanas.
Desafortunadamente este no fue el caso de México y de Petróleos Mexicanos, cuyos dirigentes lejos de seguir las pautas de las empresas líderes, como Shell, British Petroleum, Mobil Oil y Exxon, entre otras, prefirieron el camino fácil de la simulación y la dependencia tecnológica. Así, en lugar de conformar o inducir la generación de industrias mexicanas en materia de electrónica, sensores, sistemas de control, software especializado, plataformas marinas, etcétera, prefirieron contratar o comprar los productos y servicios en otros países y a precios muy altos, seguramente por las comisiones con que realizaban esas compras a las empresas extranjeras; México se quedó atrás, inclusive de países sin petróleo, y sin una tradición industrial sólida, como es el caso de España.
El Instituto Mexicano del Petróleo, después de décadas de existencia, en nada ha contribuido al desarrollo tecnológico del país, pese a los abultados recursos que maneja. Una más de las simulaciones del sector, estimuladas desde la Presidencia de la República, con el propósito de mostrar de manera concreta que el manejo del petróleo por una empresa pública es una estupidez.
La explotación irresponsable de los mantos petroleros y la canalización de los recursos provenientes de esa explotación para financiar el gasto corriente del gobierno, ha dado como resultado que la gigantesca riqueza petrolera de México sea dilapidada sin producir beneficios concretos para el país, y sin permitir asegurar, tampoco, las condiciones mínimas de seguridad y crecimiento que la empresa requiere.
Petróleos Mexicanos puede y debe ser el gran motor de la economía mexicana, para ello requiere cambios estructurales en su administración, objetivos, cultura laboral y relación con el gobierno, todos ellos pueden ser realizados de acuerdo con la Constitución. Esperemos que el gobierno de Calderón no caiga en las tentaciones de privatizar, pero tampoco de seguir dilapidando los recursos de esta industria.
Ello coloca desde ahora y para el siguiente gobierno una disyuntiva clara: dejar las cosas como están o buscar un cambio de fondo en la administración de la empresa, inyectando además los recursos dilapidados por la administración actual y sus antecesoras.