Volver
Luego de un estupendo arranque en el cementerio del pueblo, donde un grupo de mujeres cantan, arreglan y limpian las moradas de sus difuntos, al tiempo que intercambian chismes y habladurías de manera jovial y festiva, Volver, decimosexto largometraje de Pedro Almodóvar, renueva con brío similar su gusto por la narración paralela y la fusión de géneros. Comedia y melodrama en los ambientes también contrastados de la ciudad y la provincia, añadiendo ésta vez al registro realista un relato de fantasmas, y haciendo transitar a sus personajes de las atmósferas más negras al rojo encendido de las emociones madrileñas. Al modo de Matador y sus metáforas taurinas, pero con el tema del amor madre-hija remplazando con intensidad parecida los desbordamientos pasionales de las primeras cintas del realizador manchego. Considérese la propuesta argumental: una madre, Raimunda (Penélope Cruz), protege a su hija luego de que ésta mata al padre (en realidad padrastro) que ha intentado violarla. Las dos mujeres descubren la solidaridad y la renovación del cariño a partir de un hecho de sangre. Este tema, inspirado en El suplicio de una madre (Mildred Pierce, 1945), melodrama interpretado por Joan Crawford, tiene como contrapartida la visita que hace Sole (Lola Dueñas), hermana de Raimunda, al pueblo natal para asistir a un funeral, luego del cual descubrirá que su madre, a la que creía muerta, sigue aún muy viva y dispuesta a conquistar de nuevo el cariño de sus hijas.
Después de La mala educación, película con un reparto predominantemente masculino y una trama plagada de enigmas y solemnidad sentimental, el español Pedro Almodóvar regresa a la claridad narrativa, a la comedia y al universo femenino de su primera época. Volver es el rencuentro, mitad festivo, mitad melancólico, con algunas de sus actrices favoritas, Carmen Maura y Penélope Cruz, y también con el terruño, ensayando de paso un acercamiento inusitado a lo fantástico con ese fantasma materno, que luego de pocas escenas cobrará una presencia material vigorosa. Es también el regreso al mundo doméstico de ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, con una madre de familia próxima a la neurosis, pero rebosante de vitalidad, y a las heroínas pop de Mujeres al borde de un ataque de nervios, en su tránsito del Madrid de la movida a una provincia que el cineasta describe con la emoción de un hijo pródigo.
Aunque en Volver el tema de la madre es omnipresente, el registro nostálgico rechaza la complacencia y lo hace disolviendo las desgracias en el juego de la farsa, en el humor de réplicas chispeantes, en un reality show televisivo o en la hilarante interpretación que hace Carmen Maura de una vagabunda rusa. Otra presencia femenina, famosa en teleseries españolas, es Blanca Portillo, interpretando aquí a Agustina, una vecina aquejada de cáncer, quien en busca de su madre extraviada, tal vez fallecida, acude a la televisión sólo para ser objeto del morbo que distribuye aplausos a los enfermos terminales, desentendiéndose por completo de sus vidas afectivas. Agustina, mujer de provincia, nuevo personaje recio de Almodóvar, abandona con dignidad el estudio y encuentra comprensión y cariño en el fantasma femenino más cercano (otra vez Carmen Maura, instalada en icono materno). Las actuaciones son estupendas y registran con igual aplomo el artificio lúdico y la emotividad a flor de piel. Hay homenajes al cine hollywoodense y al neorrealismo italiano, a Joan Crawford y a la Anna Magnani de Bellissima (Visconti, 1951), refrendando una vez más la reputación de Almodóvar como virtuoso retratista de la mujer en el drama y en la comedia, en la contención y en el exceso. La historia es absurda, inverosímil, como tantos otros relatos del fabulador manchego, pero su tema central, el rencuentro afectivo, tiene una concisión tan emotiva que obliga al espectador más recio a admitir que si los fantasmas no existen, habría que inventarlos.