Usted está aquí: miércoles 1 de noviembre de 2006 Política Oaxaca: espejo incómodo

Luis Linares Zapata

Oaxaca: espejo incómodo

Es, hasta cierto punto, entendible la incomodidad del México que se piensa bien enchufado ante la inesperada insurrección oaxaqueña. La profunda oquedad donde estaban sumergidos los que son, éstos sí, subordinados, les regatea cualquier oportunidad de legítima protesta. Los revoltosos son parte integral de esa base de sustentación donde se finca la modernidad mexicana actual. Y, en las alturas decisorias, hay la determinación suficiente para prolongar tal estatus. Los segmentos populares, sobre todo los de un estado del sur profundo, no tienen, en esa lógica depredadora, razón alguna para llevar su inconformidad hasta el límite de adueñarse de las calles y atentar contra la propiedad y el libre tránsito ciudadano. Que inventen otras maneras civilizadas de protesta, gritan encolerizados los "bien nacidos". Algunas marchas pacíficas en días de asueto serán permitidas. Pero solicitar la renuncia de un gobernante elegido es una pretensión que no se puede conceder. Máxime que quienes apadrinan la revuelta son líderes corruptos, vividores que medran de las dádivas presupuestales administradas a voluntad por el gobernante en turno. Un mal necesario del que la gente bien no quiere saber gran cosa. Allá ellos y las autoridades que deben administrarles sus emolumentos con avaricia.

¿Por qué cambiar las cosas establecidas si vamos tan bien en la Oaxaca turística? Vienen de todo el mundo a degustar sus exquisitos sabores. Las ruinas de su pasado son todavía atractivas. A pesar de sus casuchas de paja y niños lombricientos que deambulan por las cercanías, bien se puede pasar un buen fin de semana en sus playas. Sin ellos, casonas de mil metros cuadrados o más de superficie no podrían rechinar de limpias a tan bajo costo. Tampoco se preservarían las buenas costumbres en los departamentos de mediano talante citadino sin las cocineras mixes o las lavanderas mixtecas.

La estructura de dominación que los aprieta sin miramientos ha sido condescendiente con ellos, asumen las clases medias acomodadas. Les permite huir en masa al extranjero, hacer monerías folclóricas con sus groseras manos y exponerlas al regateo en los mercados, atender al turista con delicadeza, barrer las calles del centro histórico, soplar cornetas en las bandas de viento pueblerinas que tanto renombre han alcanzado, bailar ante multitudes con coloridos trajes y soportar con resignación cristiana sus penas y dolores allá en la montaña. Trastocar, por capricho de unos cuantos, tan cómodas conquistas es intolerable. Exigir la desaparición de poderes no logra sino concitar la reposición inmediata de la paz alterada. Más para allá de eso es transgredir el estado de derecho, atentar contra las instituciones que, con ferocidad inaudita, ha preservado Ulises Ruiz. Papel estelar que tan bien desempeñaron antes José Murat, Diódoro Carrasco o Heladio Ramírez y toda la colación antecedente de fina prosapia priísta que se fue heredando el mando sin cortapisas. Todo un dechado de demócratas salidos de esas tierras abruptas y pedregosas.

No se le puede dejar este problema al presidente que llegará en unos cuantos días. El qué culpa tiene en todo esto, se le estropearía su triunfal entrada. Acción Nacional y el gobierno de Fox tienen que asegurar la toma de protesta de Calderón. Para lo cual hay que amarrar, una vez más, las alianzas entre los poderosos del PAN y el PRI. Sin ellas, el mandato constitucional quedaría incumplido y la debilidad del gobierno sería notable hasta para los más incrédulos.

Pero después de más de cinco meses de refriegas y muertes en las calles y pueblos oaxaqueños, la conciencia colectiva de sus habitantes se ha vuelto más molesta y deseosa de cambiar las cosas imperantes. Han vislumbrado un panorama difícil, escabroso, lleno de trampas y dolores, pero quieren llegar a él, subirse al camión de un progreso que les ha sido negado con dolo. Quieren empezar a construir su presente con dignidad y oportunidades efectivas. Ya no toleran ser los parias de una actualidad mediocre donde sólo algunos cuantos pueden gozar de los bienes producidos por los demás.

Pero, después de las fotografías de los matones del sistema de opresión publicadas en todos los diarios capitalinos y en otros medios de comunicación, es imposible el refugio en la indiferencia, el perdón y el olvido. La complicidad criminal del aparato represor apareció esplendorosa, a la vista de todos. Pero entre los muertos hubo un americano metiche inesperado. Hasta los más viciosos apoyadores del envío de la fuerza pública federal matizaron sus posturas. Ahora también se clama por castigar a los asesinos de siempre: policías con o sin disfraz de pistoleros al servicio de los poderosos locales y nacionales.

Y todo empezó a resquebrajarse ante la atónita mirada de millones de mexicanos. Las cadenas televisivas han sido, a pesar de sus intenciones de apoyar al sistema de control, la tierra de nadie donde las imágenes destruyen la tranquilidad y alebrestan las conciencias, impelen a la reflexión: el antídoto de la estulticia y las visiones tan simplistas cuan convenencieras. La actuación de los segmentos populares oaxaqueños ante la intromisión de la PFP y demás apoyadores es heroica. Les costará cara la defensa de su dignidad y futuro, no cabe duda. Pero han fincado su derecho a la insurrección contra un modelo de opresión que no da para más. La solidaridad de sus congéneres no se hará esperar, ya ha despertado esa fina distinción de clase y, por contraria ruta a los que se piensan distintos y ajenos al movimiento desatado en Oaxaca, se verán en un inclemente espejo que ya refleja el rostro, informe aún, de una Oaxaca de ciudadanos.

 
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