"Somos más fuertes de lo que pensamos, sólo necesitamos un motivo para comprobarlo"

La memoria de los caídos reanima a los oaxaqueños en huelga de hambre

KARINA AVILES

A veces el cuerpo se les adelanta. Le dan ganas de "rendirse", y cuando esto sucede la memoria de sus muertos, sus desaparecidos, la imagen de los niños hambrientos en sus escuelas, no se lo permite. Llevan 17 días con una dieta de suero y té, firmes para aguantar otros más y acabar con la harta pobreza y la injusticia en su tierra oaxaqueña.

"Yo lo tomo de esta forma", confía el maestro Omar: "¿Qué tengo yo para enfrentar a este pinche sistema?" Solito se responde: "mi cuerpo. Si nos van a matar a tiros, mejor resistir".

Huele a medicinas y más a preocupación en este su campamento, que lo vinieron a poner aquí para acompañarse día y noche de Benito Juárez. Todos hacen algo y ni así se les va una palabra de las que salen de la pequeña bocina.

"Reportando que un helicóptero sobrevuela muy bajo. Llamado de alerta: la zona de Brenamiel rodeada por la Policía Federal Preventiva. Radio Universidad Oaxaca".

Omar se comunica por celular con uno de sus compañeros, allá, a más de 400 kilómetros de distancia, en la llamada zona de la "invasión militar". "¡Cuídate!, te acabo de oír en el radio, cuidado, no te acerques tanto".

Ya se le ven muchos kilos de menos debajo de su playera. Omar Olivera, frente a una laptop, revisa los comunicados, ordena los archivos, las bitácoras, escribe y escribe...

Dentro de sus archivos están los nombres de los cuatro compañeros que ya no pudieron continuar con esta medida de presión para reclamar la caída del gobernador Ulises Ruiz. Ellos son el profesor Epifanio Paredes Pablo, de 32 años; el indígena triqui Constantino Martínez Guzmán, de 26; la maestra Juana García Sánchez, de 46, y la profesora María del Rufugio Zura.

El doctor Morse García López, oaxaqueño que apoya al movimiento con sus servicios profesionales, indica que los cuatro presentaron "desequilibrio hidroelectrolítico, anemia perniciosa" y a algunos se les manifestó el "síndrome conversivo" que tiene que ver con alteraciones sicológicas a causa de la presión.

Las charolas con vasos llenos de suero para todos no dejan de circular. Al día se deben tomar como mínimo cinco, con 300 mililitros de suero y otros tres de té con miel. La huelga es seria, afirma el doctor.

"Mi cuerpo -dice la maestra rural María Carmen Altamirano, de San Miguel El Grande- siente que en determinados momentos ha tenido ganas de rendirse, pero cuando lo intenta hay algo dentro que se rebela y no se lo permite: los torturados, las familias de los muertos y los que ya se fueron".

María, de gran melena rizada, empezó a dar clase a los 18, era monolingüe -sólo sabía español- y estudió con profesores que le hablaron de escuelas en forma. Cuando llegó de maestra al pueblo, encontró un cerro. Le dijeron: "Esa es la escuela".

Ahora está aquí, en la ciudad de México, con sus "dos pies cocinados", como dice, o con las llagas reventadas que todavía no se curan de la larga caminata de Oaxaca hasta acá.

"Somos más fuertes de lo que pensamos, lo que necesitamos es un gran motivo para comprobarlo. Mi caso es la dignidad del pueblo, cuando hay de por medio algo tan grande, uno siente deseo de colaborar". A su lado, hay una cartulina hecha por ella que dice: "Por los niños de Oaxaca".

Su compañera, Crucita Ramírez, comenta que los poderes estatal y federal ya no tienen nada que ver con la gente sencilla. Si el Senado hubiera actuado con responsabilidad, no habría más muertos ni este ambiente. "Aún así seguimos, no nos han dominado".

Al final, pregunta si puede enviar un mensaje a sus compañeros en Oaxaca: "Que los quiero mucho". Nada más.