Usted está aquí: domingo 5 de noviembre de 2006 Opinión A la mitad del foro

A la mitad del foro

León García Soler

El vocerío presidencial

Ampliar la imagen Ernesto Zedillo, designado en lugar de Colosio en consulta por video con aires de espiritismo FOTOCarlos Ramos Mamahua

Atento a la mayestática intervención de Juan Carlos de España, sentado entre Kofi Annan y Evo Morales, Vicente Fox aparece distante y meditabundo. ¿Quién tuviera un rey como jefe de Estado? ¿Quién supiera lo que es un jefe de Estado? O el Estado, para no distraerse con los arreglos petroleros de su vecino de asiento con la hispana Repsol; no enterarse de la marcha de campesinos bolivianos y del campo de batalla de viejos dinosaurios en Oaxaca. La posesión de la tierra y la disputa por el poder. En el llano y eterna, aquella. Y la disputa por el poder en el aire enrarecido de las alturas; mareo oligárquico en la danza de los millones que se transforma en ópera bufa en la que los adoradores del mercado denuncian monopolios.

Pobre Fox, tan lejos de la realidad y tan cerca de Estados Unidos. En Oaxaca la guerra florida de los que han detentado el poder y han sido tentados por mefistofélicas ofertas de la pluralidad. En busca del centro del universo que no tiene principio ni fin, crece y se despliega al infinito; ruta del hoyo negro de la impunidad sin compromiso personal ni convicciones ideológicas. Donde no hay izquierda ni derecha, se aferran al vacío. Pobre Fox. Ya se va y Felipe Calderón busca un punto de apoyo para el retorno a la realidad. En la Conago se alzan las voces de Enrique Peña y de Marco Antonio Adame Castillo en demanda de fondos no aleatorios, fundados en la equidad, fincados en el sentido común. Y Francisco Gil se abre las venas de liberal decimonónico.

Luego de elocuente elogio al individuo, Francisco Gil se refleja en Limantour: la paz y progreso de los científicos, para enfrentar la tormenta que amenaza a Washington y va a recalar al sur del muro que levanta Bush. La tecnocracia no tiene edad, centro ni unidad. Guillermo Ortiz ajusta las cuentas para sentenciar que nunca hubo mejores bases para los buenos augurios, que la estabilidad no es parálisis, que no desvaría Vicente Fox cuando dice que nos esperan seis años maravillosos y que Felipe Calderón recibirá el legado de Midas. El doctorcito Zedillo en el papel del doctor Faustus. En Montevideo, Enrique Iglesias pareciera recordar las pláticas con Gustavo Petriccioli: promesas cumplidas a ritmo de tango, por el de la voz que anunciaba el arribo del doctor Aspe y la economía prendida de los alfileres que desprendió un ignoto inconsciente para abrir la caja de Pandora en el infernal 1995.

Agua que pasó molino. Lula no acudió a la Cumbre Iberoamericana celebrada en Montevideo. Orden y progreso es la divisa verde amarilla del Brasil, positivismo de Comte para el país del futuro. Vicente Fox se despidió con otra victoria que como puede que sí, puede que no, lo más seguro es que quién sabe: los 22 que sí asistieron aceptaron su propuesta de solicitar a Estados Unidos que reconsidere la decisión de construir el muro fronterizo: el documento aprobado por unanimidad, aclaró el canciller español, implica "un rechazo, no una condena". ¡Faltaba más! Aunque en las elecciones de este martes pudiera George W. Bush perder la mayoría republicana en el Congreso.

Volvió Vicente al herradero de la primera sucesión posalternancia. Y dice. Y seguirá diciendo en las cuatro semanas que faltan para que se vaya al rancho. Y crecerá el vocerío presidencial en los 10 días que cambiarán el mundo enano de nuestras clases dirigentes. Del 20 de noviembre (otrora aniversario de la Revolución Mexicana), día en que Andrés Manuel López Obrador tomará posesión del cargo de presidente legítimo del gobierno que "no será meramente testimonial, simbólico (sino) todo lo contrario, activo, reivindicador, propositivo". Hasta el 30 de noviembre. Luego, Felipe Calderón, en sesión de Congreso general, rendirá protesta como titular del Supremo Poder Ejecutivo de la Unión, cargo que se deposita en un solo individuo.

A menos que los timoratos que ven fantasmas, aunque no salgan de noche, logren una transmisión virtual del Poder Ejecutivo, en privado, intramuros y entre guardias pretorianos. Como prólogo a la comedia hubo cónclave jesuítico de trivia nostálgica entre "voceros presidenciales". Algún despistado anticipó que el decano sería Humberto Romero, jefe de prensa de Adolfo el viejo y secretario particular de Adolfo el joven. No asistió el michoacano inmortalizado por haber apodado Tribilín a Gustavo Díaz Ordaz: anotación a pie de página sobre el poblano a quien el triunfo, como a Tiberio, confirmó en su resentimiento. El mismo que Carlos Salinas descubrió tardíamente en Ernesto Zedillo, designado en lugar del asesinado Luis Donaldo Colosio, en consulta por video con aires de espiritismo que envidiaría el apóstol Madero.

En la Universidad Iberoamericana pudieron pontificar Fausto Zapata, Luis Javier Solana, Otto Granados, José Carreño Carlón, Carlos Almada, Fernando Lerdo de Tejada y Rubén Aguilar. Consejeros áulicos en el imaginario popular; mensajeros fatales para gloria del gran Renato Leduc, los voceros fueron modestos jefes de prensa y al precipitarse el priato tardío alcanzaron rango de subsecretario de la Presidencia. Lo fue Fausto Zapata, uno de los tres que llegaron a gobernar un estado de la República. Efímero el malhadado mandato del potosino; Otto Granados gobernó Aguascalientes, donde ya había sido gobernador el güero Rodolfo Landeros. "La popularidad no sirve para nada", dijo Granados en respuesta a Rubén Aguilar, madrugador heraldo en el combate de encuestas que emprendió el poder mediático durante el diálogo del elogio a la locura entre el estratega de Nacajuca y el Macabeo abajeño.

El manejo de las crisis es "el talón de Aquiles" en la vocería presidencial, dijeron. Vocero, portavoz, magnavoz, repetidor, heraldo, oráculo, síbilas y síbilos, diría el foxilenguaje. Por mucho que repitan la sandez de la mentira repetida, la creen verdad nada más los ya enfermos de la sicofancia de Goebbels, vocero para führers de petate. Mientras hubo intención de emular la grávitas romana, mientras se procuró preservar la distancia, mantener la discreción, "respetar la investidura", decía Ruiz Cortines, no se engañaron con la fantasía de gobernar por discurso. Luego, fatalmente, vino la incontinencia retórica. Nadie puede transformar la verborrea en parcas nuevas de palacio.

El mal no está en la vocería, sino en el vocerío presidencial. En la popularidad diseñada por encuestas que secan el poco seso y conducen a la locura de creer que deben gobernar conforme lo dicte la opinión cotidiana: no conduzcas, no guíes, no fijes rumbo alguno; propón el que te digan los augures, ofrece al pueblo lo que te digan que el pueblo quiere.

Ese vocerío y sus ecos no ahogan el clamor del pueblo. Sonido y la furia de una transición en presente continuo narrada por idiotas. Ahí está la esperpéntica evolución del diálogo como salida de pie de banco en el cambio que eliminaría el autoritarismo presidencial y borraría la visión de súbditos que recitan el ensalmo: Señor, mi Señor, gran Señor:

Entre las barricadas demolidas en Oaxaca y la confusión entre uso y abuso de la fuerza pública, después de eliminar a tirios y troyanos como interlocutores, el increíble y camaleónico Flavio Sosa declara solemnemente que la APPO dialogará únicamente con el presidente Vicente Fox.

¿Habrá todavía alguien que sepa lo que es el Estado?

 
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