Usted está aquí: domingo 5 de noviembre de 2006 Política El redescubrimiento de México

Rolando Cordera Campos

El redescubrimiento de México

A medida que avanza la sucesión presidencial el país topa con viejos problemas no resueltos y con otros nuevos pospuestos irresponsablemente por el gobierno del cambio. De la desigualdad y la pobreza masiva hemos tenido que hablar y reconocerlas como nuestra falla ética fundamental, pero ahora habría que añadir la nueva demografía, encarnada por jóvenes urbanos, con promedios de escolaridad superiores a los de sus padres, que han sido despojados de las expectativas de empleo bueno y seguridad social y sólo miran para el norte. O a la pregunta habitual de la encuesta sobre lo que hacen responden con un brutal "nada".

Mucho habrá que decir sobre este tema que se apoderó de la opinión pública al calor de la campaña presidencial y de su secuela fraudulenta, pero que ahora resiste los embates de unas supuestas racionalidades modernas que recomiendan dejar atrás la cuestión, al menos mientras las piezas del nuevo gobierno se acomodan. Salir de los reflejos pobristas que han acompañado el debate contemporáneo de la cuestión social es necesario y urgente, porque lo que importa es encontrar caminos de redistribución y crecimiento de la economía y del empleo; sin embargo, el punto de partida de esta búsqueda no es soslayar la evidencia abrumadora de los muchos pobres, cuyas magnitudes no ceden por más programas que se hagan, sino admitir que la ruta escogida hace 20 años simplemente no funciona como esperaban sus promotores y que es preciso reformarla y reconocer una realidad inconmovible ante los discursos y las buenas intenciones. Esta realidad de pobreza y desigualdad marca el presente y contamina la política.

De insistir en los eufemismos clasistas que introdujeron los publicistas de la cúpula empresarial en la campaña, ahora revestidos de un horror de sacristía ante la movilización popular o la sobrevivencia política de López Obrador, el talante social se contaminará aún más y el conflicto político se volverá pleito mayor de masas y clases. Lo que no podrá borrarse es la evidencia de que el país de los modernos no ha podido cursar satisfactoriamente la asignatura mayor de la equidad social.

Lo más grave, por lo que implica para la agraviada convivencia de los mexicanos, es lo que ocurre en la política. A unos cuantos años de que se presumiera la reforma electoral como definitiva, nos encontramos no sólo con sus insuficiencias previsibles, sino con la constatación de que sus mecanismos institucionales, tal y como han sido administrados por los responsables de hacerlo, no funcionan bien y han llevado al sistema político al borde del colapso, entre otras cosas porque lo que predomina en su interior y en sus relaciones con el resto de la sociedad y del propio Estado es la desconfianza y el encono y no la disposición, aunque sea provisoria y rejega, a la cooperación.

Peor aún, no sólo topamos con la triste realidad del imperio del dinero en la política a un grado mayúsculo y corrosivo, tenemos que admitir que incluso el ejercicio de los derechos civiles se ve obstaculizado, cuando no conculcado, por el imperio de los poderes de hecho, el cacicazgo o, como ha ocurrido en Oaxaca, por una decadente "razón de Estado" heredada del autoritarismo más rastacuero y primitivo pero que ahora hacen suya los náufragos del priísmo tardío y adocenado. Una y otra vez, la corrosión de nuestro sistema judicial nos ofrece el triste panorama de su ineficacia costosa, y el orden político el de su contumaz y cara circularidad, que se ha vuelto viciosa y lo único que logra es alejar más a los partidos de las comunidades y al Estado de la nación real.

Querer exorcizar este letal alejamiento recurriendo a una legalidad fantasmal es una forma nefasta de autoengaño, que produce mitomanías políticas varias. Todas ellas, perniciosas para la empresa de construir un orden democrático sobre las ruinas humeantes de un régimen que sólo por ignorancia o mala fe podía haberse dado por muerto gracias a la alternancia y el triunfo de los cristeros redivivos.

Si los derechos civiles se ejercen sólo a un alto costo y riesgo, y los políticos democráticos han caído en una rutina bochornosa que sólo sirve para que los usufructuarios de lo establecido se regodeen de su poder y triunfo pírrico, lo que sigue es la reproducción sin fecha de término de confrontaciones locales que recogen la desigualdad y el rencor del subsuelo, ahondado por el cambio económico que dislocó sin nada o muy poco a cambio, pero que ahora traen consigo una disputa a muerte por el poco mando que quede en el Estado.

La petroadicción de la República y sus implicaciones terribles sobre el magro acuerdo federal logrado en estos años de federalismo salvaje, ahora enajenado por una asignación irresponsable de los excedentes petroleros, se convierte con las horas en un nuevo eje volcánico que puede sin mayor trámite acelerar la furia del enfrentamiento local y regional. De ocurrir así, el ruido se impondrá a la poca razón política e histórica que nos queda a la mano.

México se redescubre y a los ojos del mundo se perfila como un torrente sin cauce ni control. Llegó la hora de volver a la "Enciclopedia viviente" que querían los revolucionarios franceses ilustrados, y echar a andar una deliberación urgente para imaginar y volver realidad una nueva manera de sobrevivir juntos. La que teníamos e imaginamos bien hecha dejó de rendir sus frutos, los inventados y los que razonablemente se esperaban de ella.

 
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