César Jiménez
Plaza México de gritos y olés entre las calles de la ciudad que se esparcen por los comederos y puestos. El inicio de la temporada grande de toros es una tregua en la vida agitada de los capitalinos cabales a los toros. El mujerío iluminado por dentro da colorido al coso. El tequila y la cerveza la neta del alma. En el patio de cuadrillas, el "gallo chintololo" y el "de Tlaxcala" le dan la bienvenida al chaval madrileño César Jiménez que confirmó su alternativa española.
Los toros de Marrón que se presentaban salieron gordos, débiles de patas algunos rodando por el suelo y uno protestado y devuelto al corral por impresentable, tornaron la corrida aburridísima. Pero al caer la tarde capitalina, los cabales contemplativos, en medio de un diluvio nos trasladamos a la magia del diestro madrileño alternativado, quien se impuso al clima, a una plaza que se vació y le encontró el son a un bombón de Marrón que acabó planeando bajo el embrujo de su muleta.
Pinceladas que revelaban la suavidad de sus muñecas privilegiadas al tejer una faena en un solo sitio, natural, relajado, dejándose sentir. Ya en estado de trance resultó lo espontáneo del inicio de la temporada. Refrendando su salida a hombros de Las Ventas madrileñas y la puerta del Príncipe de Sevilla este año.
César Jiménez se convirtió en el gran maestro de estética torera, al dejar de lado toda significación sensualista con su pase natural de terciopelo y ayudados modelos de temple, y expresar la emoción de un encantamiento puro, al margen de la lluvia y los cojinazos de algunos salvajes y sugestionar a quienes embelesados, lo percibíamos, transportados a otro mundo, sin otro placer que el recuerdo que iban dejando su faena, en la que meció al torillo, sobre el ruedo vuelto barro de la México.
El torero solo dejaba ir al toro a su sabor, medio adormilado y soñador, sin presionarlo. Creaba en esta forma poesía torera que rasgaba la tormenta y generaba leves ondas como espejo de su torear. Pero no se la creyó, le parecía imposible estar en la México, toreando de salón con una carretilla. Regresó al mundo y a la corrida y volvió picadillo al toro a picotazos. Lo dicho: la gloria es efímera.