Usted está aquí: martes 7 de noviembre de 2006 Opinión Taller Tiempo Extra de Emilio Payán

Teresa del Conde

Taller Tiempo Extra de Emilio Payán

La mejor colección de grabados y estampas que existe en México es la del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), que alberga también la que quizá sea la mejor biblioteca sobre arte moderno y contemporáneo que existe en el país. Allí vi algunas de las piezas ahora rencontradas en su lugar de origen: el taller Tiempo Extra que se ubica en una de las calles que antaño formó parte del conglomerado de la fábrica de papel Loreto. Allí han trabajado varios de los principales artistas de México. Hay espacio dedicado a galería y sólo ocasionalmente se exhiben obras que no correspondan a la índole de los originales múltiples. Está vigente una muestra temporal que proviene del Experimental Printmaking Institute, con sede en Pensilvania (Lafayette College) instancia con la que se ha establecido un intercambio.

Lo interesante es que allí convergen grabadores e impresores de todo el mundo, que colaboran junto con los estudiantes en los procesos de creación y edición de carpetas, cosa que favorece las relaciones profesionales en este campo entre varios países. Pero la verdad es que, en términos generales, esa exposición me pareció menos interesante que las piezas mexicanas que allí se trabajan, de las que siempre hay algunas colgadas y enmarcadas, empezando ahora por un formidable grabado al aguafuerte y aguatinta de Manuel Felguérez, de 102 x 160, realizado a partir de tres planchas de registro impecable.

De dimensiones aproximadas pueden verse allí dos piezas más: una que ya me era conocida y que es obra de Sergio Hernández y, otra, de Gabriel Macotela, las dos espléndidas. De factura reciente hay una suite en mezzotinta, aguafuerte y linóleo de Roberto Parodi, que se antojaría ver toda desplegada en un muro, además de ocho aguafuertes de Saúl Villa, a partir de imágenes de computadora, que ''narran" el proceso de una casa en explosión.

Hay además agradables aguafuertes a tres tintas de Joy Laville, con sus motivos recurrentes, y el Cuarteto de celebración de Jazzamoart, con amplio tiraje destinado a distribución por el Auditorio Nacional.

Vicente Rojo, José Luis Cuevas, Alberto y Francisco Castro Leñero, Patricia Soriano y Manuel Marín, entre otros, han efectuado sea piezas sueltas que portafolios, siempre supervisados por ellos y por Payán, eso hace de la visita a Tiempo Extra experiencia necesaria para toda persona interesada en las técnicas del grabado, que al igual que la litografía ­con excepciones­ suelen ser medios poco apreciados por los coleccionistas de arte, pese a la larga tradición que existe en México en este campo y a sitios de exhibición como el Museo de la Estampa y el ya mencionado IAGO.

Nunca he logrado entender ni mucho menos compartir esa especie de desdén que a veces se expresa hacia los procedimientos gráficos, teniendo en cuenta los horrores del llamado ''arte comercial" que pueden verse a precios elevados en todas partes, a los que no haré referencia, en cambio menciono que en la actual sede de la Galería Kin, por el rumbo de Chimalistac, el pintor (y también estupendo grabador) Luciano Spanó tuvo una exhibición de 20 pinturas trabajadas en París, todas del mismo formato y deambulando por zona de la misma área geográfica conocí el espacio correspondiente a una galería particular, regida por Julia Newmann; allí se llevó a cabo, sólo por una semana, la abundante muestra de pinturas recientes de Mauricio Cervantes titulada Embarcaciones, corrientes, detectores.

Como sucede con la muestra de Spanó, la atención del espectador se enfoca hacia el modo como el artista concibió y plasmó cada pieza, independientemente de las ''deconstrucciones formales" o de los ''mitos arquetípicos" que pueden encontrarse en el fundamento de sus respectivas fuentes de inspiración. Lo que cuenta, en uno y otro caso, son los resultados, no otra cosa.

Mauricio Cervantes pudo procurarse un catálogo, bien editado, que da cuenta de su proyecto actual en el Sistema Nacional de Creadores, abarcando parte de la exposición seleccionada por Julia Newmann.

Lejos de menospreciar este tipo de promoción alentada por curadores y galerías independientes, me parece que se debe reparar en ellas, porque dan cuenta de un fenómeno: la prevalencia de las disciplinas tradicionales, de sus modalidades actuales y, sobre todo, de modos hasta el momento inéditos de promoción artística.

El registro mediante un catálogo ­como en el caso de Cervantes­ es siempre deseable, pero encuentro en su publicación un defecto: se intentó compaginar las obras con ilustraciones diminutas de sus ''fuentes de inspiración", llámese San Clemente de Tahul, San Millán de la Cogoya o la Casa del Dean de Puebla. Como carecen de pies de grabado, salvo en los casos obvios, el lector se ve impedido de identificar esos detalles.

 
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