Usted está aquí: jueves 9 de noviembre de 2006 Opinión Grupos armados: ficción o realidad

Adolfo Sánchez Rebolledo

Grupos armados: ficción o realidad

México, en grandes áreas de la vida social, sigue siendo un país opaco, hasta cierto punto impenetrable. Cada vez que la violencia estalla en algún punto del territorio nacional solemos hacernos sin ingenuidad posible las mismas preguntas y extraer conclusiones parecidas en torno a la manera como operan los aparatos del orden y los grupos armados, es decir, una esfera especialmente difusa (y confusa) de nuestra realidad.

Los bombazos de la madrugada del domingo dieron pie a instantáneas especulaciones sobre sus posibles autores y beneficiarios: que si la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) quería extender el conflicto a la capital, que si las fuerzas del orden habían decidido justificar la política de mano dura ante el inminente cambio de gobierno, en fin, que si todo derivaba de la resistencia lopezobradorista. A la incertidumbre y el temor, se sumó la confusión aportada por distintos medios y voceros políticos. Algunos, como Alejandro Encinas, condenaron sin titubeos los hechos calificándolos como actos de provocación, y la APPO de inmediato se deslindó ratificando el carácter pacífico de sus acciones, lo cual ayudó a distender la situación. En general, hay rechazo generalizado a estas manifestaciones de violencia que nos retrotraen a un pasado de trágica memoria y en nada sirven para fortalecer la creación de una fuerza popular verdaderamente democrática.

Pero el tema sigue presente. Las máximas autoridades minimizan la importancia de las ya decenas de siglas que dicen denominar a otras tantas células a lo largo y ancho del país, y cuando estallan bombas ­no simples petardos­ se apela al carácter incruento de las acciones que sólo tendrían el fin de "llamar la atención". Es hora de que las autoridades dejen de manipular con informaciones de suyo reservadas, pues no se puede afirmar, como hace a diario Ulises Ruiz (y algunos altos funcionarios federales), que la APPO está controlada por "los violentos", sin ofrecer pruebas y dejando en la oscuridad la obvia intervención de otros grupos a su servicio que ya han asesinado a numerosos ciudadanos.

En todo caso, nadie acepta fácilmente la explicación más simple: los bombazos sí fueron colocados por grupos armados ultraizquierdistas que siguen su propia lógica y calendario, conforme a la visión general que los distingue de otras ramas del mismo árbol, así como del resto de fuerzas que rechazan el camino de la violencia. Cuando se supo que detrás de las explosiones estaba un "frente" de organizaciones guerrilleras, para muchos desconocidas, las dudas crecieron, no obstante que la presencia de alguna está registrada y, en algunos casos, fotografiada en acciones de propaganda armada, como si alguien que también apoya al movimiento popular oaxaqueño u otra causa fuera incapaz de propiciar tales acciones provocadoras, sin descartar que el golpe simbólico al TEPJF, la banca y el PRI fuera bien recibido por algunos sectores, aunque a los más les parezca increíble o abominable. Por desgracia, la historia está llena de casos semejantes en los que se duda si por los actos realizados se trata de verdaderos guerrilleros o de grupos impulsados desde algún rincón del aparato del Estado, pero luego resulta que, en efecto, sí lo eran, aunque se trate de grupos pequeños o muy locales, pero capaces de condicionar el curso de un movimiento que a ellos los desborda, lo cual no descarta la actuación de tipo contrainsurgente practicada por el Estado para neutralizar a sus adversarios. En este campo, la ausencia de información fidedigna de las autoridades, en particular las que tienen a su cargo las tareas de inteligencia, propicia no el secreto indispensable de las diligencias, sino la manipulación de versiones interesadas que de cualquier modo cumplen con un cometido político más allá de las intenciones declaradas de los presuntos protagonistas.

Lo cierto es que siempre que una acción de este tipo intenta comprometer objetivamente la actuación de los movimientos sociales, se saca a relucir una hipótesis conspirativa, como si los grupos armados fueran meras agrupaciones fantasmas, "hechizas", en lugar de considerarlas fracciones sectarias que no pueden entender la dinámica de la lucha popular concebida como expresión de una actividad política que rechaza la violencia y, con ella, los objetivos no democráticos, autoritarios, que suele acompañar a su prédica. A la confusión contribuye el discurso general empleado para justificar o "reivindicar" los atentados, construido a partir de tópicos y clichés ideológicos por desgracia no ajenos a la cultura política aún prevaleciente en amplios segmentos de la izquierda social y política. No obstante, no es fácil explicar (véase el Manifiesto 3, donde se reivindican los hechos) por qué los miembros de tales organizaciones asumen para sí el derecho o la responsabilidad de "replicar" a la violencia del Estado en el caso oaxaqueño, al margen de los mecanismos de dirección de un movimiento que ha declarado una y otra vez su carácter pacífico, aun después de los graves momentos de confrontación a los que se ha tenido que enfrentar.

La APPO, repito, se ha deslindado. Y, sin embargo, es imposible no reconocer el riesgo que para su causa representa la escalada violenta que sólo puede servir a la causa desesperada de Ulises Ruiz, quien aún espera una confrontación que imponga la represión en toda regla, incluida la persecución de los dirigentes más notorios. Desde ese punto de vista, la APPO debería ser contundente en el rechazo a los grupos incontrolados que desde su seno practican, como en el caso de los militares detenidos en torno a la Ciudad Universitaria, actos violatorios de los derechos humanos e indignos de quienes deberían dar pruebas fehaciente de superioridad ética. La diversidad característica del movimiento oaxaqueño es parte de su riqueza, pero no significa que se acepten todas las formas de lucha o que todas sean igualmente convenientes. Un ejemplo positivo se dio cuando un grupo de jóvenes pretendió ir contra la policía cuando el resto se encaminaba hacia la plaza de Santo Domingo, destino final de la magnamarcha, y fue disuadido de hacerlo por los organizadores de la APPO, evitando la inminente provocación. En las próximas semanas las tensiones aumentarán. Corresponde a las fuerzas políticas democráticas mantener la cabeza fría y actuar con inteligencia.

 
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