Usted está aquí: domingo 12 de noviembre de 2006 Opinión Bajo la Lupa

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

Baby Bush y la maldición de Gilgamesh

Ampliar la imagen George W. Bush durante la celebración del Día de los Veteranos, ayer en el Cementerio Nacional de Arlington Foto: Ap

La antigua Mesopotamia no es una tierra común: todavía susurran sus moradores modernos que ronda por ella el fantasma del demiurgo babilónico Gilgamesh, quien reinó en Uruk 2 mil 700 años antes de Cristo, con antelación a la narrativa bíblica.

Irak ha sido el cementerio de varios imperios, incluyendo el corto legado estadunidense, y sus invasores suelen sufrir en forma devastadora la venganza de Gilgamesh, quien nunca pudo obtener el secreto de la inmortalidad, por lo que de vez en cuando se escuchan sus lamentos subterráneos en la ribera del Eufrates.

Hubiera sido demasiado pedir al errático Baby Bush aspirar a la inmortalidad, pero en términos mas bursátiles y terrenales no pudo capturar su objetivo principal: el petróleo de Irak.

Lo que Gilgamesh no pudo obtener para sí mismo no iba a permitir que otros imperios, como la torturadora teocracia bushiana de corto alcance metafísico, lo adquiriesen, así fuese a niveles vulgares.

La venganza de Gilgamesh ha sido doble: primero en Irak, con la detención de la invasora dupla anglosajona, y ahora en el propio suelo estadunidense, donde prevaleció el tema del empantanamiento militar como prioridad electoral.

La maravillosa sociedad civil estadunidense se repuso de su letárgica intoxicación multimediática para propinarle a Baby Bush la lección de su vida en las urnas que, más que electorales, resultaron funerarias para el Partido Republicano, vapuleado en la Cámara de Representantes, el Senado y las gubernaturas (que incluye la justicia divina del triunfo en Ohio, donde se fraguó uno más de los fraudes bushianos). Más aún: los demócratas descuelgan 275 puestos en las elecciones legislativas estatales (Democracy Now!, 8/11/06).

El triunfo de los demócratas es también la apoteosis que la justicia divina nos debía a los pacifistas del planeta entero, quienes repudiamos el belicismo a ultranza de Baby Bush controlado por los neoconservadores straussianos, es decir, los neomoabitas veneradores de Moloch que manejan la banca israelí-anglosajona, la cual sale derrotada desde Medio Oriente hasta el medio oeste estadunidense: es el triunfo de la civilización concretizada en las urnas de la voluntad democrática por encima de la barbarie de Abu Ghraib.

Uno por uno van cayendo los mendaces mandatarios que inventaron el engaño de las "armas de destrucción masiva" como coartada para capturar el petróleo de la patria de Gilgamesh: Aznar fue sacado a patadas en España por su lúcido electorado, y luego, en Gran Bretaña, Blair prefirió ceder el poder por la puerta trasera a Brown en la primavera entrante. Baby Bush imita con mayor impacto la suerte maldita de sus dos aliados principales en la invasión ilegal y unilateral a Irak. Es la revancha trimilenaria del demiurgo babilónico Gilgamesh.

El 7 de noviembre significa un parteaguas de dimensión histórica, y en ese sentido representa un golpe de timón decisivo contra todo la insanidad mental que brotó a caudales desde el 11/9.

El 7/11 es superior al 11/9 en la medida en que rectifica y modifica la geometría política nacional y global: sus alcances no son solamente catárticos, sino regenerativos de lo que pudiera concretarse como el nuevo orden mundial en una mejor convivencia universal. El triunfo de los demócratas, nuestro triunfo, es festejado en todos los rincones del planeta, porque puede poner fin a la pesadilla del unilateralismo bélico bushiano.

Pero el 7/11, un verdadero "anti-11/9" telúrico, es todavía más profundo, porque marca y enmarca las nuevas corrientes históricas de la desglobalización y asienta el viraje hacia el centro-izquierda desde Brasil hasta Estados Unidos, con pocos días de diferencia, en lo referente al continente americano.

Paul Krugman, el israelí-estadunidense, quien está resultando todavía mejor pensador que economista, aduce correctamente que el "movimiento conservador" llegó a su fin: "asistimos a la caída del movimiento conservador, la poderosa alianza de individuos acaudalados, intereses trasnacionales y la derecha religiosa que se configuró en la década de los 60 y los 70": The New York Times (10/11/06).

Desde el thatcherismo y la reaganomics, el conservadurismo anglosajón (ya no se diga sus caricaturas tropicales) degeneró en una "maquinaria política corrupta" y alcanzó su paroxismo cuando el Capitolio fue asolado por el "síndrome Kamel Nacif", que expuso el fariseísmo de los republicanos, el autonombrado partido de la moral familiar. La gran nación estadunidense castigó en las urnas la corrupción contable de Enron y la putrefacción de la ética y estética gubernamentales mancilladas por el equipo bushiano, una verdadera kakistocracia (el gobierno de los peores).

El Partido Republicano perdió su alma en su extravío globalizador. Fue demasiado el dinero que acumuló, despojando 80 por ciento de los ahorros del resto del género humano ultrajado, para que no hubiese podido sucumbir a los excesos en los que desemboca el acaparamiento del capital desde Sodoma y Gomorra.

Daddy Bush retoma el control del Pentágono por la vía de Robert Gates, quien se hará cargo de la "retirada airosa" de Irak. A ver si se lo permite Gilgamesh. El sonoro repudio a su hijo Baby Bush obliga a lecturas multidimensionales debido a que, pese a su decadencia, Estados Unidos sigue siendo el primum inter pares (el primero entre iguales) de las potencias mundiales, por lo que los efectos de la "revolución democrática" del histórico 7/11 tienen ya repercusiones en todos los rincones del planeta.

Hillary Rodham Clinton y John MacCain se perfilan como los contrincantes en las elecciones presidenciales dentro de dos años, lo que traduce que Estados Unidos abandona el doble fundamentalismo de la extrema derecha religiosa y la plutocracia neoliberal. En México, Salinas y Felipe El Breve entraron en pánico y la suerte de cada uno ha sido echada como reflejo de la de su amo texano quien puede ser llamado a juicio público para ser desaforado: el ominoso impeachment que empieza a cobrar vigor.

Muy hábil, la primera mujer líder en la historia de la Cámara de Representates, Nancy Pelosi, había tranquilizado a los votantes dubitativos de que no se pronunciaría por el desafuero. The Daily Telegraph (9/11/06) expresa el "clamor de los demócratas por desaforar a Bush" debido a su "conducta en Irak" y "su papel en la revelación de Valerie Plame como agente de la CIA", así como los "negocios de la guerra" que beneficiaron a Halliburton, la anterior empresa de Cheney, otro cadáver pestilente. Por menos defenestraron a Richard Nixon, y los republicanos en forma hipócrita intentaron aplicar la misma receta a Clinton por un vestido azul manchado.

Terry McAuliffe, anterior presidente del Partido Demócrata, sentenció que la "presidencia de Bush había concluido" y que el "hombre que pasaría a la historia como el peor presidente de Estados Unidos" sería llamado "a rendir cuentas".

Muy previsor, Gore Vidal, consagrado escritor y familiar de Al Gore, en su reciente entrevista con Alex Jones (29/10/06) levantó la posibilidad de reabrir la investigación de la hilarante "Comisión del 11/9".

Nos encontramos en el acto final de la tragedia bushiana, que quizá no llegue a término.

 
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