Desde el otro lado
El hartazgo
El Partido Demócrata se hizo de la mayoría de la Cámara de Representantes y el Senado en Estados Unidos en las elecciones del pasado 7 de noviembre. Al vuelco en el Congreso hay que agregar el triunfo de seis candidatos demócratas quienes arrebataron los gobiernos de sus estados a los republicanos. Ahora también hay una mayoría de estados gobernados por demócratas.
Se puede hacer un análisis puntual de lo sucedido en cada estado y distrito, y encontrar una explicación diferente en cada uno del porqué el cambio de humor en los votantes. Parece, sin embargo, haber un denominador común: la necesidad de restablecer un equilibrio en el poder.
Fue demasiada la influencia ejercida en las decisiones más importantes en el país por parte de grupos identificados con ideas fundamentalistas más propias del medioevo que del siglo XXI. Sí, fue la guerra de Irak, los escándalos por corrupción, la ineptitud, el déficit fiscal y las verdades a medias, pero, además, la creciente intolerancia en un país que se ha preciado de tolerante.
Un país que, a pesar de la xenofobia rampante de algunos grupos, ha sido capaz de asimilar una diversidad étnica y cultural difícil de encontrar en otro lugar. Cabe creer que eso también, consciente o inconscientemente, movió a la mayoría de electores a expresar su desacuerdo con esa dirección que el país tomó en la última década. Todo apunta a que fue el voto de moderados e independientes, quienes inclinaron la balanza y salieron a decir que ellos también cuentan.
El poder por el poder mismo, sin importar los medios, se ha convertido en obsesión ignorando las demandas concretas de los ciudadanos comunes. Una es reducir el multimillonario gasto en las campañas electorales. Para el ciudadano medio es ofensivo constatar el altísimo costo en la promoción de la imagen, mas no las propuestas, de los candidatos en momentos en que aflora la desigualdad en las ciudades y el campo de EU.
Están vivas aún las imágenes de la pobreza puestas al descubierto por Katrina y los electores no pueden ver con buenos ojos que un candidato, quien dice representar sus intereses gaste diez, quince o más millones de dólares para ganar su representación.
Por desgracia hemos presenciado cómo en países con muchos menos recursos ahora también se gastan millones en la promoción de imagen, como sustituto de las propuestas. La capacidad para importar los peores vicios de países desarrollados es síntoma de la mediocridad que nos ahoga.
No se conoce con precisión el perfil completo de quienes acudieron a las urnas el pasado 7 de noviembre, pero no dejan de ser refrescantes las estimaciones previas de que gran número de hispanos ahora sí votó. Si es el caso, es la hora de que se escuchen seriamente en Washington sus demandas y se concreten en leyes que les hagan justicia. Esa sería la mejor noticia en medio de toda esta expresión masiva de hartazgo.