Hablando de terrorismo
Hacia octubre de 2003 se realizó en la ciudad de México la reunión de Seguridad Hemisférica, cuya finalidad era tratar de establecer una agenda común de amenazas y riesgos para el continente americano. Las conclusiones, dada la dinámica y realidad de la enorme mayoría de los países, fueron, por decir lo menos, frustrantes. Y resultó ser así porque en tanto la postura de Estados Unidos era destacar el terrorismo y el narcotráfico como principales peligros, para México eran la pobreza y la marginación. Pero tenemos más. En marzo de 2005 tuvo lugar en Madrid una reunión internacional a propósito del aniversario de los atentados terroristas en la estación de Atocha de esa ciudad. El debate llegó al punto del desacuerdo para encontrar una nueva definición de lo que debiera considerarse terrorismo. Al final se decidió mantener la acepción contenida en los acuerdos de la ONU.
Vale tener en consideración estos breves antecedentes, pues no puede andarse por la vida como funcionario público o presidente electo señalando de buenas a primeras que hay terrorismo en México o en cualquier otra parte del mundo. Y menos aún cuando a unas horas de la entrevista con el presidente George W. Bush resulta ser un tema el terrorismo que sin duda es y será prioridad en lo que resta de su administración al frente de la primera potencia mundial.
En otras ocasiones he tenido la oportunidad de insistir en que uno de los principales problemas en el debate de nuestros días es el uso y abuso de conceptos cuyos contenidos no nos tomamos la molestia de analizar ni profundizar. Mas en el papel de un funcionario cuyos pronunciamientos adquieren otra connotación a partir de la difusión misma de sus posturas, la actitud debiera ser otra. Ese es el momento en el que aparece la sombra tenebrosa de la prudencia que pretende anteponerse a la siempre seductora estridencia.
Ahora bien, por lo que hace al concepto y aplicación de términos como el de terrorismo, su utilización conduce a escenarios donde las posibilidades para la confrontación, la recurrencia a la fuerza en detrimento acelerado de la política y la argumentación demandan una serie de consideraciones, la principal sin duda respecto de en qué se ha fallado desde las estructuras de gobierno y del Estado. Sea en materia de inteligencia y prevención del delito, así como en el ámbito de la estabilidad social, la primera tarea de cualquier gobierno es evitar mediante la política y la ley que el clima de convivencia se deteriore. Son los funcionarios públicos y representantes políticos los primeros llamados a actuar con sensatez, con prudencia. De lo contrario, sin margen alguno para que se deslinden de sus cargos para que en su "calidad de ciudadanos" expresen lo que se les ocurra, podemos señalar que en México ya tuvimos suficiente.
Tratar el terrorismo como quien diserta sobre el futuro director técnico de la selección mexicana de futbol, esto es, ante la menor provocación de un micrófono de algún medio de comunicación o acto público denota, por lo menos, desconocimiento respecto de la gravedad e implicaciones de la materia. Vivimos un ambiente de tensión, producto de la incapacidad crónica para lograr acuerdos de fondo; la ancestral división entre los mexicanos nos habría mostrado en este inicio del siglo XXI que por ese camino no hay proyecto de nación que pueda prosperar. El lenguaje acompañado de las actitudes evidencia la ausencia de disposición a acordar, y ambos elementos son bajo la luz de los acontecimientos el mejor ambiente para que la crispación y la radicalización se fortalezcan. No hay política. La descomposición del pacto social se acelera. Tengamos prudencia con los conceptos que anteceden a las acciones.