TOROS
Sacó agua de las piedras: cuajó un faenón, mató recibiendo y cortó merecida oreja
César Rincón dictó cátedra de maestría ante un manso perdido de Marco Garfias
Juan Antonio Adame mostró la buena clase que tiene: merece una nueva oportunidad
Ampliar la imagen El colombiano César Rincón ante el toro al que cortó una oreja Foto: Jesús Villaseca
Ante un manso del hierro potosino de Marco Garfias criadero en franco declive que año tras año manda peores encierros, pero ninguno tan malo como el de ayer, el maestro colombiano César Rincón dictó cátedra en la Monumental Plaza México y sacando agua de las piedras, ahí donde los demás no hubieran sabido qué hacer, estructuró una deliciosa faena de muleta por ambos lados, combinando tandas de muchos pases y largas pausas, para alzarse como el triunfador de la segunda corrida de la temporada "un poco menos chica" 2006-2007.
Rincón hizo las cosas con tal grandeza que puso en evidencia a sus alternantes. A su lado, Eulalio López El Zotoluco, nuestro "máximo" producto de exportación, que no es un maestro sino un fajador, estuvo a merced del menos malo de su lote y sólo consiguió retirarse entre abucheos del escaso público, mientras por su regiomontana parte, el muy joven Juan Antonio Adame, de 23 años y tres de alternativa, que confirmó ayer, mostró la buena clase que trae de suyo, pero también la mezquindad de las empresas que dicen vivir de esto y que lo han mantenido al margen porque su negocio, ya se sabe, es perder dinero, no ganarlo.
Si en México hubiese inversionistas interesados de verdad en fomentar la fiesta, le habrían dado todos los toros que necesita para cuajar como figura. En cambio, los dizque "renovadores" de la México, le echaron dos burros de Marco Garfias uno de hecho se llamaba Platero y el subalterno Gustavo Campos le rompió un pitón aparentemente a propósito, a saber por qué, ante los cuales apenas pudo lucir su enorme elegancia como banderillero y sus buenos modales con el capote, la muleta y el estoque, pero nada más: ojalá le firmen otra fecha con reses a la altura de su potencial.
Al Zotoluco se le ha vista hacer tantas veces lo mismo que en esta breve reseña cabe sólo apuntar que estuvo empeñoso con Gambusino, su primero, negro zaino de 511, que empujó fuerte al tomar la puya y que después se rajó por su notoria falta de bravura. El de Azcapotzalco lo persiguió por todo el ruedo, sin sujetarlo jamás, ni en tablas ni en el tercio, y alargó tanto la lidia que el juez Ramitos tardó 17 minutos en tocarle el aviso número uno y cinco más el número dos, lo que constituye una estafa al público y una violación al reglamento.
Después de penar así, pasó inédito frente a Carbonero, el más alto y pesado (a fuerza de tragar hormonas, no de crecer como el dios de las reses manda), que fue víctima de un ataque de miopía al salir del tercio de rehiletes, algo que también le ocurriría, pero mucho más acentuadamente, al segundo de Rincón. Este dijo que venía a cortar una oreja y vaya que se la ganó a pulso ante Gambusino, un cárdeno delantero, de 475, el más novillo del sexteto, que salió del chiquero escobillado de ambos pitones.
Apenas olió el peto del picador, se dejó clavar los adornos mal pero rápido por los hombres de la cuadrilla, y llegó a la muleta abúlico, ausente, autista. Rincón lo recogió en tablas, junto al burladero de matadores, y se lo llevó a los medios, de donde el peludo se escapó a toriles. Y el maestro fue hasta allá y cortándole el viaje lo embrujó con una primera tanda de derechazos en los que la magia nació de la belleza del temple. ¡Cómo no!
A la mitad de la segunda serie el animal consiguió huir. Su lidiador entendió que pedía tregua y se la concedió para zumbarle, ahora sí, la tercera serie de derechazos, pero más lentos, más hondos y más templados. Los sombreros empezaron a caer. Vino el turno de la mano izquierda. El manso embistió con la cabeza arriba y Rincón porfió sin acomodarse. De repente oyó un grito: "¡Agarra bien la muleta!", y se despatarró con el amor propio herido para cuajar dos naturalones de órdago. Lo demás fue lo de menos.
Adornos, aliños, meros preparativos para el momento de la verdad. Y con absoluto dominio se perfiló para entrar a matar, le echó la franela al belfo al rumiante y la atrajo hacia sí, sin moverse, mientras el morrillo se tragaba el acero hasta las bolas. Digno final de un faenón que ahí queda. Igual que la semana pasada, la nueva banda de música de la plaza cosechó carretadas de aplausos con La virgen de la Macarena, Corazón hispano y En el mundo, gracias al talento de Constantino y Miguel Blas e Hidelberto Arias, sus virtuosos trompetas solistas, de los que ya se hablará aquí la semana próxima.
Por lo pronto, Reynaldo Vázquez, el director del nuevo conjunto, que reúne a músicos de la Sinfónica Nacional y de la Orquesta de la Secretaría de Marina, dijo a este diario que ojalá el público se acerque a pedirle sus pasodobles favoritos, que ellos, los filarmónicos, para eso están, "para complacer a la afición, que es la esencia de la fiesta".