Usted está aquí: domingo 19 de noviembre de 2006 Opinión Del infantilismo al laicismo

Rolando Cordera Campos

Del infantilismo al laicismo

El año 2000 fue visto como el de la democracia y del inicio de una nueva era de la política mexicana. Fue, también, el año en que se inauguró la banalización de la política como forma legítima de lucha por el poder y se llevó a ésta a niveles de infantilismo que nadie, salvo los brujos de la mercadotecnia alojados en el cuarto de guerra de Vicente Fox, había imaginado.

El banderazo de salida de esta estrategia, para llamarla de algún modo, fue aquella memorable tarde en que el "hoy, hoy, hoy" de un caprichudo aspirante a la Presidencia mexicana fue convertido en letal bumerán contra Cuauhtémoc Cárdenas y Francisco Labastida por los mencionados hechiceros, y alcanzó velocidad de crucero cuando antes de tomar posesión el presidente Fox se fue a la Basílica y luego, en San Lázaro, primero se dirigió a sus hijos y luego al Congreso de la Unión. Ahí, y no en dos semanas por culpa de las hordas populistas, perdió toda dignidad la solemnidad republicana del México posrevolucionario ante la mirada condescendiente de todos los oficiantes y sumos sacerdotes de la democracia que se inauguraba.

Paradojas o ironías históricas, pero ha sido esta dialéctica entre permisividad y desparpajo adolescente la que ha gobernado hasta la fecha nuestra evolución política hacia un nuevo régimen que pueda darle sentido a la pluralidad y la diversidad de todo tipo que se apoderaron del escenario de la vida pública hasta el grado de hacer aparecer al Estado como caricatura del Mago de Oz. El espectáculo se vuelve circo y éste teatro de niños, pero el domador sigue siendo el mismo y está a punto de retirarse con otra gloriosa victoria: la reducción de la política a elemental intercambio entre el teatro callejero atribuido e impuesto a la izquierda y una ridícula celebración de machismo constitucional que en los últimos días se ha apoderado de la derecha, en las voces y gestos de algunos de sus destacados dignatarios en el Senado, la Cámara de Diputados y los varios bufetes de picapleitos desde donde perora... y lucra.

El populismo dejó de ser una variable descriptiva para volverse una suerte de mito ordenador, por un rato dominante, de la imaginación de muchos alineados por la derecha aunque insistentemente defensores de la posibilidad democrática y de sus instituciones. Pero, a la vez, en el campo de la izquierda el discurso flaquea y corre el riesgo inminente de volverse reiteración justiciera sin perspectiva de renovación efectiva de la política o de la economía, y ante ello prima también el machismo rebelde, la bravata de algunos de sus inefables voceros, para tornar el conflicto político y el litigio por el poder en pleito infantil a la salida de la escuela.

Mientras tanto, la economía real flaquea y el orden social cruje no tanto por la conspiración de los violentos cuanto por la inepcia de lo que queda de los cancerberos del Estado y sus cuadros de inteligencia. Darle un curso nuevo, o al menos de alivio y enmienda, va a requerir de grandes operaciones de concertación política y social para hacer pocas y pequeñas cosas en el terreno de las leyes, las instituciones en general y la asignación y uso de los precarios recursos fiscales de que dispone el Estado. También en la extensión territorial de la transparencia, como han propuesto cuatro gobernadores, y en la democratización progresiva de la política económica. Es aquí y no en el ensalmo fariseo de la defensa o la aplicación del Estado de derecho donde se va a poner a prueba la capacidad de la política democrática para abrirle paso al país en medio de la turbamulta y el ruido, que amenazan volverse histeria cuando los que están a punto de tomar la Presidencia se hacen eco de las fantasías y las pesadillas pueriles del que se va y convocan a repudiar a los "bárbaros" que asedian las murallas de un palacio también imaginario, como el reino que para él y sus cercanos se inventó el presidente Fox en fecha muy lejana.

La democracia, como camino de orden civilizado y como promesa de inclusión e igualdad ciudadana, supone un "mínimo técnico" de madurez, y eso no se puede adquirir gracias al libre comercio. Pero tampoco en el confesionario del cardenal. Es, debería ser, la hora de la democracia laica, que sólo puede articular una izquierda racional. Veremos.

 
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