La segunda muerte de la Revolución Mexicana
Fallecida de muerte natural hace ya muchos años, Vicente Fox decidió, en su último año de gobierno, volver a matar a la Revolución Mexicana. Para cometer el homicidio no cambió el nombre al monumento levantado en su memoria, ni mandó demoler las estatuas de sus caudillos, ni optó por hacerla desaparecer de los libros oficiales de historia patria. Su técnica fue más sencilla y aparentemente menos escandalosa: decidió suspender el desfile deportivo con el que cada año el jefe del Ejecutivo le rendía honores.
Otros le siguieron en su vocación homicida. El panista Jorge Zermeño, presidente de la Cámara de Diputados, para borrar los restos de tan incómodo pasado, mandó quitar del Palacio de San Lázaro una exposición fotográfica de Francisco Villa. Las imágenes del Centauro del Norte cabalgando en el recinto legislativo resultaron intolerables para el diputado conservador. Según él, la Revolución Mexicana debe desaparecer del memorial cívico. El 20 de noviembre debe conmemorarse a San Roque y San Octavio, y nadie más.
Sin embargo, de la misma manera que sucede en la fiesta brava con algunos toros que aparentemente heridos de muerte reviven cuando el puntillero quiere rematarlos, así, la pretensión del Presidente de la República y el legislador panista de acabar con la fecha histórica, parece haberla traído de ultratumba. Este 20 de noviembre el aniversario luctuoso estará más vivo que nunca.
Ciertamente, en esta resucitación tiene también mucho que ver Andrés Manuel López Obrador. No es poca cosa que ese mismo día, en el Zócalo de la ciudad de México, el Peje tome posesión como presidente legítimo. En la hora de la disputa por la historia, López Obrador ha decidido reivindicar la transformación social de 1910-1917 construyendo una especie de maderismo social que luche contra la usurpación de la Presidencia de la República por parte de Felipe Calderón.
Pero, ¿acaso eso es razón suficiente para querer matar nuevamente a la Revolución Mexicana? No, no lo es. Las causas son otras y no sólo de coyuntura. Por principio de cuentas la decisión proviene de que Vicente Fox es un hombre de derecha que ha decidido salir del clóset. Y la única revolución con la que el mandatario se siente a gusto es la "espiritual universal para tener la oportunidad de ser felices, de vivir mejor, de tener menos dolores y penas" a la que convocó inmediatamente después de su triunfo electoral del año 2000.
Al pensamiento conservador que representa el mandatario le incomoda la Revolución Mexicana. Le disgustan sus conquistas, aunque hayan sido disminuidas. La reforma agraria, la educación pública gratuita laica y obligatoria, los derechos laborales, la propiedad estatal del petróleo y su rectoría de la industria eléctrica le resultan inadmisibles.
En el nombre de este proceso histórico perviven conquistas sociales y actividades económicas las que se quiere acabar y desamortizar. A pesar de su primera defunción, la Revolución Mexicana sigue siendo un formidable dique ideológico contra las pretensiones privatizadoras del capital trasnacional, los organismos financieros multilaterales y la tecnoburocracia. Acabar con ella, con sus restos mortales, sigue siendo una operación fundamental para preparar el asalto a los últimos vestigios del Estado de bienestar, las pensiones de los trabajadores al servicio del Estado, el petróleo y la electricidad.
La vertiente popular de la Revolución Mexicana, el zapatismo, el villismo y el magonismo, sigue siendo una fuente de identidad, articulación y legitimidad para las expresiones de resistencia de los trabajadores del campo y la ciudad en todo el país. El enorme malestar social que sacude el territorio nacional mira atrás para actuar hacia delante. En estas corrientes revolucionarias de comienzos del siglo XX ha encontrado un vehículo sustantivo para insertar su resistencia en la volátil arena política de principios del siglo XXI, apoyándose simultáneamente en sus fuertes lazos con el pasado y en su capacidad de innovación. Para muchas de ellas, la Revolución no es sólo pasado sino futuro.
Y por si fueran pocas todas estas razones para tratar de acabar con ella, los nuevos homicidas de la Revolución Mexicana pueden esgrimir en su favor que ni siquiera sus principales beneficiarios políticos y económicos la defienden realmente. Ya como jefe del Ejecutivo, el mismo Carlos Salinas de Gortari pretendió cambiar su ideología por el liberalismo social.
La segunda muerte de la Revolución Mexicana camina de la mano de la militarización del Palacio de San Lázaro para "facilitar" la toma de protesta de Felipe Calderón como Presidente de la República. No son hechos aislados. En ambos se resume el triunfo de la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón tan caro a la derecha mexicana. Sin embargo, lo que los modernos conservadores parecen ignorar con estos desplantes autoritarios es que la historia no se deroga por decreto. Menos aún si está presente en la memoria popular. Allí está como ejemplo vivo, la enorme fascinación que la figura de Francisco Villa ejerce entre millones de mexicanos. La historia acostumbra cobrarse las facturas de quienes pretenden ignorarla.