Lo inesperado
Hay una reflexión de Philip Roth en su libro La conjura contra América (por cierto una desafortunada traducción) que resuena en el oído contemporáneo con demasiada claridad. Dice Roth, en boca de él mismo como joven narrador de su novela y ante el desmoronamiento moral de su padre, debido a su impotencia para cambiar lo inesperado que: el desenvolvimiento de lo inesperado lo envuelve todo. Cuando hay giros que toman por un mal camino, lo incontrolable de lo inesperado se convierte en lo que llamamos la historia. Y ésta tiende incluso a volverse inofensiva cuando todo lo que es inesperado en su propio tiempo es luego recontado como algo inevitable. "El terror de lo inesperado es lo que la ciencia de la historia esconde, así, convierte un desastre en una épica."
En la novela de Roth, Franklin Roosevelt pierde a finales de 1940 su intento de una tercera relección a la presidencia de Estados Unidos a manos del republicano Charles Lindbergh, el famoso aviador, que es pronazi y llega a un acuerdo con Hitler para mantener a su país aislado en la guerra europea y que, según afirma, no concierne a los estadunidenses (es decir, a los americanos). El padre de Roth, judío de Newark, teme lo peor y frente a la complacencia general que lo envuelve advierte el peligro que todo eso entraña, pero es absolutamente impotente para siquiera controlar en alguna medida el embate de los acontecimientos en contra de su propia familia.
El libro se publicó en 2004, año de la relección de Bush Jr. y en una época en que aún parecía poder seguir defendiendo a ultranza su política exterior en Medio Oriente. Eso fue antes de que se hiciera cada vez más evidente la incapacidad de contener la revuelta y la violencia en Irak, el nuevo impulso de los talibanes (y de la producción de amapola y heroína) en Afganistán, antes del desastre provocado en Líbano, en los territorios palestinos y en el propio Israel con un gobierno cada vez más impresentable. Esto fue antes de las pruebas nucleares de Corea del Norte y del desafío iraní, y todo esto ocurre mientras se profundiza la debacle de Darfur.
Ahora, a fines de 2006 los demócratas han vuelto a ganar el control del Congreso de Estados Unidos que perdieron hace 12 años, en lo que se ha interpretado como un voto de censura a la política del segundo presidente Bush. Ahora, éste ha tenido que arroparse con el refuerzo de otros antiguos operadores políticos de su padre, que tampoco tienen nada bueno que mostrar, como pasó a las claras con el primer grupo que heredó (el de Cheney, Rumsfeld y demás), que hoy habrán de estar atrás de las bambalinas. El desenvolvimiento de los sucesos es, como siempre, impredecible.
Lo que no debería perderse de vista es la gran capacidad de erosión que tiene la decadencia que se impone en el campo político y social. Al entusiasmo sigue sin falta el desencanto y hasta el ánimo de largo aliento que ha logrado encarnar la imagen del sueño americano muestra hoy, en medio de la opulencia de unos cuantos, sus grandes carencias. Y todo puede ocurrir cuando menos se espera, ésa es la fuerza del argumento de Roth en su planteamiento sobre la "conjura americana".
Siempre es más fácil ver a los demás que verse a uno mismo. El espejo comunica, a veces malas nuevas cada vez que a diario nos reflejamos en él para observar nuestra propia apariencia, y también nuestra inevitable decadencia. Pero la vida de un hombre no puede asemejarse de modo directo a la de una sociedad, por más que ésta pase también por etapas de crecimiento y otras de desgaste que en nuestro caso ha sido ya demasiado largo. La nuestra ha sido sacudida por mucho tiempo, sus cimientos se han debilitado y su cohesión se ha relajado más allá de lo que puede advertirse a primera vista. México exhibe hoy signos de profunda decadencia que no pueden esconderse tras el simplismo cínico que encanta a muchos políticos, o la satisfacción que parece generar entre algunos la estabilidad económica.
No hace falta más que ver el entorno del país, cuyo deterioro parece estar tan cerca de nuestras narices que impide verla claramente. Así como el personaje de Roth se da cuenta de la fragilidad que puede abatirse sobre la vida cotidiana que transcurría con cierto grado de seguridad y previsibilidad y, de pronto, las coordenadas empiezan a cambiar de manera hasta cierto punto imperceptible pero, sin embargo, definitiva. De la misma manera no sería ocioso hacernos un simple cuestionamiento: ¿cómo se contiene, primero, y cómo se revierte, después, en una sociedad con las particularidades de la nuestra la marcha del desgate que finalmente concierne a todos?