Usted está aquí: martes 21 de noviembre de 2006 Opinión Arte pictórico estadunidense en el Munal

Teresa del Conde

Arte pictórico estadunidense en el Munal

La sección destinada a las vanguardias de mediados del siglo XX que ofrece esta muestra es paupérrima si se compara con el resto, pero no son puntos que pueden objetarse porque eso es lo que pudo obtenerse en préstamo y porque los museos no han gozado durante los últimos (ni antepenúltimos) tiempos, de al menos mediana salud presupuestaria; sus directores y curadores hacen milagros, cosa que el grueso del público ignora. Con todo y eso, infraestructuralmente, el Museo Nacional de Arte (MUNAL) está cerca de ser impecable y eso ya es decir mucho.

Si tan sólo se exhibieran allí unas 10 pinturas del conjunto proveniente de Los Angeles County Museum, ya ese número escueto sería suficiente para visitar y aprehender la exposición, que tiene el interés no sólo de introducir a la pintura del país vecino desde antes de su Independencia, sino también la oportunidad de establecer cruzamientos con lo que aquí se trabajaba a finales del virreinato cuando todavía la preminencia se la llevaba la pintura religiosa a pesar de que hubo interesantes ejemplos de retratística y en contados casos de pintura de género. Eso se debe a que la clientela principal en nuestro país, fue la Iglesia, cosa que no sucedió en el norte protestante.

El público que visita esta exposición puede sorprenderse, por ejemplo, con el Retrato del joven artista atribuido a Randall Palmer (ca. 1838) . El muchacho, de unos 14 años, está sentado ante el caballete que sostiene un paisaje , acompañado de enseres connotativos de situaciones históricas, puesto que aparecen allí bustos en escayola de George Washington y Benjamín Franklin. Su vestuario lo ubica en la alta burguesía del momento, con vestuario poco apropiado para la actividad que desempeña, que requeriría una bata de pintor como las que endosan las caricaturas de Daumier. En cambio la pintura de aire prerrafaelita de Allen Smith jr., El joven mecánico, tiene ambientación semejante en su detallismo a la que priva en los cuadros del inglés Holman Hunt y los niños representados por Smith son de clase proletaria, connotando el oficio que uno de ellos practica en momentos en que la industrialización va a tomar la delantera a los objetos hechos a mano.

Otro cuadro de matiz histórico-sociológico, casi contemporáneo del anterior es el de Emanuel Gotlieb Leutze: semejante a escena teatral narrativa de acontecimientos que se dieron durante la guerra del medio siglo XIX. Una elegante mujer tocada con sombrero de paja y faldas abullonadas quema espeso trigal, acompañada de personajes que parecen ayudarla, entre ellos el joven negro que sostiene un bote de gasolina. Se trata de acto patriótico: la poseedora de ese cultivo prefiere prescindir del trigo antes de que los ingleses osen apoderárselo. Winslow Homer es uno de los más conocidos pintores del siglo XX estadunidense, en parte porque ilustró escenas de la guerra norte contra sur antes de dedicarse por completo a la pintura al óleo.

El cuadro que lo representa, Recolectoras de algodón, casi parece una glosa de Millet, excepto que las mujeres aquí son mulatas, a diferencia de la madre y la niña que aparecen en el cuadro de Mary Cassatt, impresionista ella de la misma generación que sus famosos colegas; esa pintura parece no estar terminada propositivamente, y no es particularmente hermosa, pero basta el nombre de Cassat para que el público le preste atención, porque lo anexa a personalidades como Berthe Morisot, quien era nieta de Fragonard, o como Degas, de quien fue amiga. Según mi criterio, Cassat fue mucho mejor grabadora que pintora. Su representación predilecta es la de la joven madre con su criatura, tema parangonable a la que quizá sea la pieza más impactante de todo el conjunto: el retrato de la Sra. Davis junto con su hijo Livingston Davis, por John Singer Sargent, con las dos figuras a escala natural.

Aparte de ser el retratista más ''virtuoso" y favorecido de su época, Sargent ilustra las modalidades de la moda femenina e infantil a finales del siglo XIX que no cambió mucho a los albores del XX, como puede apreciarse observando otro retrato femenino: el de la esposa del pintor John White Alexander. Esta pintura es derivativa del retrato inglés durante el siglo XIX, en tanto que el de Sargent rinde pleitesía a la retratística española del siglo de oro, opción más inteligente, un poco a lo Manet.

Marsden Hartley, con incursiones en cubismo y abstracción, está representado con título desconcertante: The Lost Felice es un retrato femenino aunque el rostro del personaje corresponde a un hombre con cara picassiana, de extraño parecido a la fisonomía sintetizada de Siqueiros. En realidad, se trata de un retrato espiritualista. El personaje femenino, flanqueado por dos almas (no se sabe si en pena), sostiene en sus manos un plato en el que está el pez emblemático de Cristo. Hay singulares (y muy buenas) piezas sobre ambientaciones urbanas de la primera posguerra del siglo XX.

 
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