Editorial
Irak: efectos de la ocupación
La monstruosa serie de ataques contra civiles que tuvo lugar ayer en la Bagdad ocupada, y que marcó un hito de violencia sin precedente desde la invasión estadunidense a Irak, constituye un ejemplo inequívoco de los efectos de la ocupación: la labor "democratizadora" de Washington en esa nación árabe ha derivado en una sangrienta guerra civil, posiblemente inducida por los propios mandos invasores para justificar su perpetuación en tierras iraquíes, y en una situación de desgobierno, violación masiva a los derechos humanos, saqueo de los recursos naturales por parte de las potencias invasoras y destrucción, en general, de un país que si bien padecía una dictadura implacable, se mantenía en paz hasta antes de la llegada de las fuerzas occidentales.
El mando de los ocupantes y sus peleles locales hablan de carros bomba llevados hasta Ciudad Sadr por "presuntos milicianos sunitas", y es un hecho que la carnicería allí perpetrada fue respondida de inmediato por efectivos de la milicia chiíta local, el denominado Ejército Mahdi, con disparos de mortero que destruyeron una mezquita y un centro de estudios de la etnia suni. Pero hay razones para pensar que la masacre fue una provocación, acaso montada por Estados Unidos, para exacerbar los rencores entre ambos grupos. En efecto, tanto los grupos de la resistencia sunita como el Ejército Mahdi se han enfrentado, en el pasado reciente, a las fuerzas invasoras, para las cuales sería demoledora una alianza entre los dos principales grupos étnicos y sus expresiones armadas. En forma por demás significativa, el pasado 20 de marzo el general William Caldwell, vocero de las tropas de ocupación, admitió, acaso sin darse cuenta de la magnitud de lo que estaba diciendo, que "en las zonas donde realizamos operaciones aumentó la violencia confesional" entre sunitas y chiítas.
Pero, incluso si se admitiera que la masacre de ayer en Bagdad fue mero efecto de un encono cada vez mayor entre bandos rivales iraquíes, ha de reconocerse que es la ocupación del país por tropas angloestadunidenses la que ha creado las condiciones para que la rivalidad tradicional aflore y se desarrolle hasta los extremos de barbarie que pueden observarse todos los días en la nación invadida. En esa circunstancia, el gobierno títere, lejos de actuar como factor de estabilidad y convivencia armónica, se constituye como un factor adicional de violencia: la Misión Asistencial de la ONU en Irak señaló antier, al dar a conocer que el mes pasado murieron 3 mil 709 civiles a causa de la violencia, que "cientos de cadáveres aparecen en distintas zonas de Bagdad, esposados, con los ojos vendados y con huellas de tortura y de ejecución; muchos testigos reportaron que los autores de esos asesinatos usaban atuendos de milicianos o uniformes policiales y del ejército".
La conclusión es ineludible: el gobierno de George W. Bush es moral y políticamente responsable del desastre y la carnicería que tienen lugar en Irak, pero las tropas de Washington son totalmente incapaces de ponerle freno a la espiral de violencia provocada por ellas mismas. En consecuencia, no hay justificación posible para la permanencia de las fuerzas invasoras en el país árabe, y su única razón real para permanecer allí es continuar el pillaje y el saqueo de Irak por Estados Unidos e Inglaterra y seguir procurando oportunidades de negocio a empresas de sus respectivos países.