El regreso de los pueblos
Los pueblos indígenas están de regreso. Muchos no los ven porque no quieren o porque su racismo es tanto que les impide verlos. Pero existen evidencias de que hace rato se encuentran entre nosotros, peleando sus derechos. Una se mostró desde 1992, cuando los indígenas de Chiapas derribaron la estatua de Diego de Mazariegos, el conquistador español, el héroe de los coletos. Como nadie se lo tomó en serio, fueron incapaces de entender por qué dos años después esos mismos indígenas se levantaban en armas contra el supremo gobierno. Ahora los pueblos de Oaxaca luchan por tirar un títere del sistema, símbolo del autoritarismo y la corrupción. Y, como hace años, los políticos sólo aciertan a calificar su lucha de una manipulación de oscuros intereses. Como en el caso chiapaneco, afirman que los indígenas son incapaces de armar por ellos mismos un movimiento de la magnitud del que hoy se vive en Oaxaca. Por eso les ofrecen que desistan de su rebeldía y a cambio aumentarán las migajas que les reparten para que no se mueran de hambre.
A esos ofrecimientos los pueblos dicen no. Y es que tanto la rebelión de los indígenas chiapanecos como la de los oaxaqueños tienen raíces profundas. Por un lado, son producto del capitalismo rapaz en que vivimos, que convierte en mercancía todos los bienes comunes para despojar a los pueblos, pero por otra obedecen a esa gran anomalía en la organización del Estado mexicano que al formarse no los tomó en cuenta. La combinación de ambos fenómenos ha dado por resultado un neocolonialismo, situación en que los pueblos indígenas viven desde la formación del estado mexicano. Afirmar eso causa rubor en muchos políticos y académicos, quienes responden que es una exageración. Pero no lo es. Y para demostrarlo basta ver que el saqueo de sus recursos naturales lo han hecho los mestizos, los mismos que deciden las formas de gobierno y las reglas bajo las cuales los pueblos indígenas y sus comunidades rigen su organización política. Pocas veces lo hacen, pero cuando entran en conflicto con el Estado, éste aplica su derecho para volver a someterlos. Por eso sus luchas son de resistencia y emancipación al mismo tiempo. Resistencia para no dejar de ser pueblos, emancipación para dejar de ser colonia.
Las mayores rebeliones en Chiapas y Oaxaca durante el siglo XIX no se dieron durante la guerra de Independencia, sino después. Sus causas no fueron solamente el despojo de sus tierras, sino también la usurpación de sus formas de organización política y la imposición de otras ajenas a ellos. De igual manera, los pueblos fueron a la revolución en 1910, cuando Francisco I. Madero llamó a las armas para echar del poder al dictador Porfirio Díaz, pero cuando aquél pactó con éste la continuidad del régimen muchos abandonaron la lucha. Años después las elites políticas se enfrascaron en una lucha por el usufructo del poder, mas no por devolver la tierra o el poder a los pueblos, que recuperaron las primeras, pero no el segundo.
Es importante no olvidar estos acontecimientos a la hora de intentar una explicación a fondo de las rebeliones de los pueblos. Guardadas las proporciones, las demandas de entonces siguen siendo las mismas de hoy. Aunque ahora se expresen como reclamos de autonomía, en el fondo se trata de su derecho a seguir siendo pueblos y recuperar sus territorios y derechos políticos, de los cuales han sido despojados. Así lo entiende la clase gobernante, por eso simula que los atiende.
En Chiapas, por ejemplo, firmó los acuerdos de San Andrés sobre derechos y cultura indígena a sabiendas de que no iba a cumplirlos. Dos años después, en Oaxaca, el gobernador simulaba un nuevo pacto con los pueblos indígenas del que ningún pueblo se enteró, pero a él le sirvió para legitimar unas reformas sobre derechos indígenas, que, después confesaría, tenían más propósitos de contención del movimiento indígena que de reconocer los derechos de los pueblos.
Ahora los pueblos de Oaxaca andan rebeldes peleando por que se vaya el gobernador. No porque crean que con eso se resuelven sus problemas, sino porque saben que es el principio para cambiar el actual estado de cosas. En el fondo saben que superar el colonialismo en que viven pasa por un nuevo pacto social que transforme las instituciones y las reglas con las que se rigen; en otras palabras, corregir la anomalía en la formación del Estado mexicano que no les permite vivir como son.
Los personeros de quienes por décadas han usufructuado el poder en el estado dicen que eso no es cierto, que de la actual rebelión no puede salir ningún pacto constructivo porque ahí nadie sabe lo que quiere. Simulan no entender nada para no ofrecer soluciones de fondo y seguir usufructuando de manera ilegítima un poder que nadie les ha confiado. A pesar de eso, los pueblos insisten: van por lo que van, por la cabeza del gobernador y por la transformación del Estado. Lo primero no condiciona lo segundo. Por eso ya se construyen poderes populares y verdaderos gobiernos indígenas por todo el estado.
En los próximos días se verá quién puede más: el dinero o la fuerza organizada de los pueblos.