Usted está aquí: domingo 26 de noviembre de 2006 Estados Vivir en albergues, cada día más difícil para damnificados por Stan

En el poblado de Honduras hay hasta 19 familias hacinadas; "vecinos ya muestran hartazgo"

Vivir en albergues, cada día más difícil para damnificados por Stan

La entrega de "minicasas" no les causa alegría; "de qué vamos a vivir, no hay empleos", dicen campesinos

ANGELES MARISCAL CORRESPONSAL

Ampliar la imagen Trece meses después del paso del ciclón Stan, miles de damnificados siguen viviendo en refugios temporales, condiciones insalubres y sólo con lo indispensable para sobrevivir Foto: David Viñuales

Ampliar la imagen Las constructoras dejaron abandonadas las obras de reconstrucción de casas, escuelas y puentes. Toneladas de varillas, cemento y otros materiales yacen a lo largo del camino hacia la sierra, en Siltepec Foto: David Viñuales

Siltepec, Chis., 25 de noviembre. Un grupo de mujeres se arremolina alrededor de un fogón sobre el que se cuecen varios kilos de maíz para hacer tortillas. Es la dieta diaria, junto con los frijoles, de los 13 meses recientes para las 19 familias originarias del poblado Buenos Aires, que habitan en el albergue ubicado en la comunidad de Honduras.

La madrugada del miércoles 15 de este mes nació Artemio Roblero, el quinto de esta población que vive su primer día en este refugio de lámina. Rosa, su madre, lo parió en una habitación donde duermen nueve personas, sobre pedazos de cartón y plástico. Cuando llueve, algo común en la sierra, todos se levantan y se acomodan sobre botes, sillas o lo que encuentran, porque el agua fluye por todos lados.

Construyeron el albergue en el atrio de la iglesia católica del poblado, luego que Buenos Aires fue arrasado por Stan. Sólo dos de las 27 casas quedaron en pie. En lo que el gobierno estatal les entrega nuevas viviendas ­promesa hecha desde el inicio de la tragedia­ viven casi exclusivamente de la ayuda que les brindan organizaciones humanitarias.

"¿Trabajar? Nosotros sí queremos, pero no hay muchos lugares donde nos contraten. Este año, por lo mismo de la tragedia, casi no se cosechó café y en la sierra no hay más trabajo que de peones o cortadores (de café)", explica Abelardo Ramírez Torres, uno de los líderes de los damnificados.

El albergue se formó con 180 personas, pero al paso de los meses ocho familias se cansaron de esperar "que nos den las casas, y se fueron a vivir con familiares. La vida aquí es difícil, pues la gente de Honduras ya quiere que nos vayamos. Una vez nos quitaron el agua potable porque dijeron que no alcanzaba. Ahora el agua nos la regala un señor de la parte alta, que tiene un pozo", explica Ramírez Torres.

Mientras las mujeres ­unas 20­ esperan que el maíz se cueza, unos jóvenes desgranan unas mazorcas que les regalaron. Por fuera, el lugar se ve aseado, pero dentro de las construcciones, de cuatro por cinco metros, el aire es irrespirable. Ahí se acumulan sillas, camas, cajas, ropa y todo lo que rescataron de sus viviendas.

Pese a los ademanes amables y los rostros sonrientes, se percibe que la convivencia ya resulta difícil. Los hombres se sientan a la orilla de la iglesia y los niños deambulan. No hay mucho que hacer, prácticamente encerrados en el espacio que ocupan las seis construcciones de lámina rodeadas por tela de gallinero.

Abelardo narra que la última vez que llegaron al albergue representantes del Instituto de la Vivienda del gobierno del estado fue hace cinco meses. "Nos llevaron al lugar donde nos iban a dar las nuevas casas, están en el municipio de Frontera Comalapa, como a ocho horas de Siltepec, en la zona baja".

Las nuevas casas, como todas las que ha entregado el gobierno estatal en las zonas rurales, miden siete por cinco metros y constan de dos habitaciones con techo de lámina. No hay espacio para los fogones, menos para construir otras piezas.

"Estamos agradecidos que nos den una casa, pero a la vez nos preocupa, porque allá (en los nuevos asentamientos), ¿de qué vamos a vivir? En Buenos Aires teníamos milpa, cafetales, nuestros animalitos, de esos nos manteníamos. En Comalapa no hay mucho dónde emplearnos, entonces no sabemos qué es peor, si seguir aquí o irnos al nuevo lugar", dice el campesino.

A lo largo de los caminos que llevan a las comunidades se observan las casas que entregó el gobierno a los damnificados, todas pintadas de naranja intenso. Más de la mitad lucen vacías y muchas están a medio construir, sin personal que se dedique a terminarlas.

Parado en el portón de una vivienda, a pocos metros del río que cruza el barrio Guayabal, Leonardo Roble Galván, comisariado del ejido Cruz de Piedra, explica: "Mi casa está donde estoy, quedó en zona de riesgo. El gobierno ya nos entregó una que está subiendo el cerro, pero nosotros somos ocho adultos y tres niños; no cabemos ahí, ni las camas se pueden meter".

Relata que este año el río subió de nivel hasta un metro, al menos en tres ocasiones. "Entonces conseguimos algo de comida y nos refugiamos en la casa que nos dio el gobierno, pero no se puede hacer nada más, no sirven para vivir".

Ellos no lo saben, pero las viviendas ocultan otras deficiencias, confiaron especialistas del Fondo Nacional de Habitaciones Populares, dependientes de la Secretaría de Desarrollo Social, organismo mediante el cual se han otorgado los más de mil millones de pesos destinados a la construcción de viviendas para los damnificados.

Por ejemplo, en vez de construir fosas sépticas tradicionales, se instalaron tinacos con capacidad para 400 litros. Teóricamente serían suficientes para almacenar los desechos de una familia de dos adultos y dos niños por un periodo máximo de tres años. Cumplido este plazo debe llegar un camión recolector para vaciar el depósito para éste pueda reutilizarse.

Pero las familias de la sierra constan de entre ocho y 10 personas, lo que significaría que las fosas se llenarían en poco más de un año, lo que aunado a la improbabilidad de que hasta la zona lleguen los camiones para recolectar los desechos de 4 mil viviendas ­por los costos y la carencia de equipo­ se prevé que terminarán vaciándose en los ríos o deshaciéndose de ellas con la consecuente contaminación.

Otro tanto ocurre en las zonas urbanas. Un cartel colocado a la entrada de un fraccionamiento construido en Tapachula señala que las obras debieron concluir en agosto, aunque durante la visita que hizo La Jornada, a mediados de noviembre, cientos apenas se estaba edificando.

 
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