México SA
Cinismo de la clase político-empresarial
El Banco Mundial se escandaliza de los monopolios que ayudó a consolidar en el país
Ampliar la imagen Desde la izquierda, los representantes del Fondo Monetario Interncional, Rashad Kaldan; de Petroamérica, Adrián Lajous, y de la Universidad Harvard, James Robinson, ayer en la conferencia internacional sobre equidad y competencia en México Foto: Cristina Rodríguez
En estos días en los que la "desmemoria" parece ser la constante, un "sorprendido" Banco Mundial advierte que "un grupo de 20 personas o familias" consolidaron su poder económico (sin mencionar el político) en el sexenio foxista, y casi la mitad de ellas "se benefició de las privatizaciones realizadas a principios de los años 90".
El Banco Mundial, el gran "promotor" de las privatizaciones en los países subdesarrollados (México ha sido unos de sus principales laboratorios), ahora se muestra estupefacto por los resultados de esa política de desmantelamiento del aparato productivo del Estado, y de manera mañosa limita el avance de dicha casta al periodo en el que el desvanecido Vicente Fox permaneció sentado en Los Pinos.
Que el que felizmente ya se va, por muchos desmayos que ello le provoque, acentuó los privilegios de 20 multimillonarios (y algunos más), no tiene punto de discusión (remember su gobierno "de, para y por" los grandes empresarios), pero otra cosa es que el Banco Mundial "olvide" cómo aparecen esos nombres en la gran marquesina de los multimillonarios mexicanos, sin dejar a un lado los correspondientes a promotores del lado político.
"En la actualidad, los grupos poderosos se benefician del status-quo y no tienen incentivos para cambiar su conducta. Hasta la fecha se ha observado un equilibrio político en el que estos grupos reciben rentas sustanciales a costa del dinamismo en el crecimiento", subraya el horrorizado Banco Mundial, cuando mucho tiene que ver en el asunto.
Como bien apunta la información de La Jornada (Roberto González Amador), el "sorprendido" organismo financiero no menciona nombres ni apellidos, como si los multimillonarios fueran algo etéreo, aunque sí los sectores específicos que dominan: minería (Germán Larrea y Alberto Bailleres), banca (90 por ciento trasnacional, y las rebanadas mexicanas de Roberto González Barrera y Carlos Slim, sin olvidar a Roberto Hernández y Alfredo Harp Helú), telecomunicaciones (el propio Slim), industria cervecera (Aramburuzavala-Fernández y Eugenio Garza Lagüera), del cemento (Lorenzo Zambrano), farmacéutica (Isaac Saba), televisión (Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego) y tortillas (Roberto González Barrera), entre otros.
Qué decir de otros sectores controlados por unos cuantos, aunque los magnates no aparezcan en la lista de Forbes, como el pan industrializado (la siempre pía familia Servitje), el refresquero (el propio Garza Lagüera), avícola (Robinson Bours), vidriero (Sada González), entretenimiento (Soberón Kuri) y hasta sepulturero (Cantú Charles, Gayosso), por citar algunos cuantos.
Algunos de esos nombres de tiempo atrás aparecieron en la gran marquesina de los privilegiados en México, surgieron en la posrevolución, no sin el gentil impulso del alemanato. Son fortunas de pedigrí, como en los casos de las familias Bailleres, Aramburuzavala, Garza y Azcárraga, ahora tuteladas y explotadas por segundas y terceras generaciones. Hay otras que están íntimamente ligadas al periodo neoliberal, y específicamente a la especulación bursátil, como la Slim, Hernández y Harp, y algunas más asociadas íntegramente a compadrazgos políticos (sin que las otras demeriten en este sentido), como la de González Barrera y Salinas Pliego. Estas no son de pedigrí, pero sí resultonas.
Si el Banco Mundial, y de pasada el PNUD, hubieran hecho el ejercicio de revisar la aparición de mexicanos en la lista de multimillonarios de Forbes, constaría que desde el salinato los privilegiados autóctonos aparecen ya relacionados y que de siempre el status-quo los ha beneficiado.
La política privatizadora impuesta por el Banco Mundial, más los matrimonios político-empresariales (uno de los más recientes, que no el último, el de Olegario Vázquez Raña con Martita Sahagún), ha generado la tendencia monopólica que ahora critica el "sorprendido" organismo financiero multilateral. Y mientras siga así de cínica (léase "sorprendida"), la clase político-empresarial que sabiamente dirige los destinos de este México por ella agredido y ofendido, seguiremos como el país de la simulación.
Allá por 1994 la economía mexicana crecía a una tasa anual promedio de 3.9 por ciento, y en la lista de Forbes (con información de 1993) aparecieron 24 magnates mexicanos, con fortunas conjuntas por 44 mil 100 millones de dólares (sin considerar los 3 mil millones que poco después la propia revista especializada atribuyó a Carlos Hank González, quien de inmediato pidió lo borraran de la lista). Al tipo de cambio de la época, esa fortuna en dólares se traducía en alrededor de 150 mil millones de pesos, algo así como 11 por ciento del producto interno bruto de entonces. De este total, 15 por ciento (6 mil 600 millones de dólares) correspondieron a Carlos Slim, esto es, casi 2 por ciento del PIB para él solito.
En su más reciente reporte, correspondiente a 2006 (información de 2005 y un crecimiento económico anual promedio de 2 por ciento), sólo aparecen 10 magnates, con fortunas conjuntas por 50 mil 800 millones de dólares, algo así como 559 mil millones de pesos, casi 7 por ciento del producto interno bruto. De este total, 60 por ciento (30 mil millones de dólares) corresponden a Carlos Slim, esto es, casi 5 por ciento del PIB para él solito.
¿''Sorpresa"? No: "continuidad", con la asesoría del Banco Mundial.
Las rebanadas del pastel:
¿Y los sindicatos protegidos que denuncia el Banco Mundial? (Pemex, CFE, SEP e IMSS), preguntarán algunos. Apoyando el "cambio" y la "continuidad", como Víctor Flores, Carlos Romero Deschamps, Joaquín Gamboa Pascoe y amigos que los acompañan... Fuentes de Los Pinos, regularmente bien informadas, aseguran que el presidente Fox se desmayó luego que un despiadado panista le informó en qué estado real deja al país.