Usted está aquí: lunes 4 de diciembre de 2006 Opinión Jazz

Jazz

Antonio Malacara

Camposanto de Sibila de Villa

DESPUES DE LARGA batalla contra los demonios personales que cada uno anda arrumbando entre closets y desvanes, Sibila de Villa se decidió a presentar un primer disco solista, Camposanto, y el resultado es, metáforas aparte, un impresionante haz de luz que nos muestra los diferentes rostros y la excelente salud de la música popular contemporánea en este país.

DEDICADO A LA memoria de su padre, y como buena fotógrafa que es, la Sibila saxofonista se va directamente a los sonidos visuales, llegando inclusive a verdaderos despliegues cinematográficos en temas como Vete de mí, el clásico de Homero y Virgilio Expósito donde los saxos alto y tenor de Alejandro Campos, uno de los invitados a la liturgia, se funden en delicados dúos de antología con los saxos y las flautas de su anfitriona, logrando que la melodía original se deje apenas entrever en medio del brillante arreglo de Alejandro Velasco.

Y ESTO ES sólo con uno de los convocados, porque cada uno de los siete temas que conforman este culto es abordado con diferentes instrumentistas, sean del jazz o de la vanguardia sin etiquetas, sean como parte de los diferentes dúos o como arreglistas, pero todos indiscutibles maestros de nuestro tiempo, ahí están Héctor Infanzón, Rosino Serrano, Agustín Bernal, Omar Ortiz, Leonardo Sandoval, Alvaro Bitrán, Jorge Coco Bueno, Alejandro Velasco, Alejandro Campos, Don Thompson y un invitado de (todavía más) lujo: César Valdez, organillero que da vuelta a la manivela para entretejer Toda una vida junto a Sibila y Omar.

LAS SIETE PIEZAS son boleros, unos de evidente fama y fortuna popular, y otros que más bien son rarezas, como El último beso, de Agustín Lara, la cual sólo habíamos escuchado en un disco antiquérrimo en la voz de Juan Arvizu. Aparecen además temas de Armando Manzanero, Jorge del Moral, Osvaldo Farrés, Consuelo Velásquez y Gonzalo Roig; este último, sí, con Quiéreme mucho, que pudiera haber resultado un lugar común, de no ser por la exquisitez musical con que Agustín Bernal acostumbra firmar.

EN GENERAL, LOS fraseos de Sibila de Villa son tan sencillos como intensos; con esa difícil sencillez que sólo se logra después de años de trabajo; con esa intensidad que nunca se despeña, ni por accidente ni por vocación de abismo, que se mantiene flotando ahí, en la espiral que rediseña el bolero en turno, en la siempre efímera eternidad del jazz.

Y ME PERMITO la licencia de enjazzarla, porque a pesar de que esta mujer nunca se ha asumido como jazzista (al menos no lo había hecho hasta hace algunos meses, después de deambular entre la trova y las canciones de Liliana Felipe y Astrid Hadad), estoy seguro que el contenido de este compacto no puede encontrar mejor acomodo (para su rápida localización, por supuesto) que en el apartado que una fonoteca dedica al jazz.

LA EVIDENTE MELANCOLIA con que la saxoflautista construyó este disco, es anunciada desde la dedicatoria en la portada. Aunque resulta evidente que no se trata de la melancolía que refunde a perpetuidad en la depresión, sino de aquella que, tibia y con calma, te conduce al descubrimiento de los claroscuros y su belleza. Salud.

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