Poblada de silencios
Con viento, helada, lluviosa y poblada de silencios, la Plaza México dejaba al descubierto el cemento sacando de sus casillas a los toreros. Se acababa el disimulo; la corrida se fue por el despeñadero. Los toros debutantes de San José; el primero, pésimamente picado, sacó una chispa de genio e hizo ver mal a su matador Ignacio Garibay. Después, cinco mansos mensos, débiles, algunos rodando por el ruedo y Téllez y Rodríguez incapaces de calentar el cemento y la tarde se hundió en el barro y el silencio.
El "cabal" entumido se fue entibiando por el abrigo, la bufanda, el sombrero y un sopor lo llevó a dormir. En la imagen le apareció un toro vibrante, bloque de expresividad y codicia al seguir el trapo rojo y revolverse en un palmo de terreno en boyante embestida. Dureza y sensación de peligro en los pitones le transmitían emoción. Suavidad y blandura en las manos al meter la cabeza debajo del caballo después de arrancar de largo y empujar con los riñones; una y otra vez, recreo de la belleza del toro bravo. Ese toro que no aparece en la actual temporada y desde su salida muestra su garbo, expresividad en la mirada agresiva, agilidad basada en músculos desgrasados y entrenados en los paseos en la ganadería, que le den ese galopar, que es la tonada de la música que permite faenas de cante grande.
Retorno al toro mencionado, pero sin abandonar ninguna de las características del toro artístico. Faenas en las que prive la emoción, la pureza de la suerte de varas. No un puyacito cada toro que se ha vuelto norma e impide ver la bravura de los bureles. Toros que en su sangre traen el dominio y son la representación de las fuerzas irracionales de la naturaleza.
Cuando acabé de despertar, solo quedaba el ruedo.