Usted está aquí: martes 5 de diciembre de 2006 Opinión Las bombas de Blair

Pedro Miguel

Las bombas de Blair

¿Y qué país sería un buen candidato a recibir en su territorio el impacto de las 160 bombas atómicas de nueva generación cuya fabricación ha sido propuesta por Tony Blair al Parlamento de Inglaterra? Cabe esperar que los gobernantes británicos se hayan planteado, por obvia, esa pregunta, y que se hayan formulado algunas más, y que hayan dado con las respuestas y las hayan puesto en un escenario de juegos de guerra. Desde 1994 Londres dispone de 134 juguetes Trident, ensamblados por la benemérita Lockheed Martin estadunidense. De ellos, 64 están colocados de manera permanente en los cuatro submarinos atómicos Vanguard, el doble de largos y de anchos que un Jumbo, que se pasean por las aguas del planeta. Cada Trident está armado con tres cabezas nucleares (podría llevar 12) y es capaz de transportarlas a una distancia de 7 mil 400 kilómetros de su sitio de lanzamiento y depositarlas en sus objetivos con un margen de pocos metros de error. Cada bomba atómica de esas, fabricadas en Aldermaston, Berkshire, tiene un poder de destrucción equiparable a ocho como la que lanzó Harry Truman sobre los habitantes de Hiroshima. Hora de hacer cuentas: 64 Trident por 4 Vanguard por tres cabezas por ocho Hiroshimas hace un total de 6 mil 144 Hiroshimas: toda una magnífica estupidez. Eso, sin contar con los submarinos de clase Trafalgar y los navíos Swiftsure que lanzan misiles crucero Tomahawk, y que causan daños convencionales no cuantificados. Ah, y cada Trident les cuesta a los contribuyentes británicos 30 millones de dólares.

"Los gringos y los rusos tienen mucho más", podrían decir los gobernantes ingleses. Sí: es el mismo argumento que usa el régimen de Corea del Norte para justificar la producción de unos cuantos cacharros atómicos. Pero la excusa central no es la cantidad, sino la defensa de la patria, y en eso también coinciden Pyongyang y Londres.

El problema es que el sistema de armas basado en los Trident ingleses viene con fecha de caducidad: a partir de 2024 su poder de destrucción quedará constreñido al mero impacto de las 60 toneladas que pesa cada uno de estos proyectiles con nombre de chicle y silueta de supositorio. En 1991, en la primera guerra del Golfo Pérsico, Saddam aventó sobre Tel Aviv misiles Scud sin más carga letal que una punta rellena de cemento. Pero ese tercermundismo sería intolerable en Downing Street.

Por eso, Blair propone ahora una razonable reducción del arsenal atómico de su país: construir tres nuevos submarinos para remplazar a los cuatro Vanguard actualmente en servicio y reducir en 20 por ciento el número total de sus bombas nucleares que, según Wikipedia, es de unas 200. El costo de la operación sería de entre 15 mil y 20 mil millones de libras, los nuevos juguetes estarían listos en 17 años y su vida útil llegaría hasta mediados de siglo. El cómplice de Bush dijo que si bien la guerra fría ha terminado, Gran Bretaña no debe darse el lujo de renunciar a su condición de potencia nuclear porque en cualquier momento aparece un Estado terrorista armado con juguetes atómicos.

Y aquí hay que regresar a la pregunta del principio, y a otras: ¿qué país se merece que Londres le lance esos misiles? ¿Irán, Siria, Corea del Norte, Argentina? ¿Se atrevería Tony Blair o cualquiera que despache en Downing Street a causar una, cien, mil o seis mil Hiroshimas en cualquier parte del mundo? ¿De quién podrían proteger a Inglaterra? ¿De Saddam, de Galtieri, de los terroristas del Metro de Londres? ¿O es su pretendido remplazo una mera expresión de machismo y pérdida de autoestima? ¿De qué carajos le sirve a Gran Bretaña su fuerza atómica?

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