Ciudad Perdida
Gabinete local: primer desencuentro
Ausencias notorias en la ALDF
Largo y tedioso discurso de Círigo
Tal vez el tufo a acuerdos inconfesables, y las muy notorias ausencias, fueron lo más destacado en el acto protocolario de la toma de protesta del nuevo jefe de Gobierno de la ciudad de México, Marcelo Ebrard, ante la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
Pero por detrás del acto, silenciosamente, se tejía un primer desacuerdo en las filas del gobierno. La gente de los llamados Chuchos estudiaba a conciencia la pertinencia de aceptar la oferta que Ebrard le hiciera a Jesús Zambrano para integrarse a su gabinete en una cartera recién creada, desde donde el supuesto sería conducir la protección y fomento del empleo en la ciudad.
La primera señal del desencuentro fue la ausencia de Zambrano en el evento. Se rehusó a compartir con el nuevo jefe de Gobierno el primer gran asunto político: la toma de posesión. Sus razones estaban de manifiesto, para él como para su grupo. El nuevo puesto era más el cumplimiento de una cuota que la posibilidad de hacer política desde allí.
Para Zambrano su destino era la Secretaría de Gobierno, pero para otros se trató de un movimiento de ajedrez en el que él mismo tendría, desde la persepctiva del nuevo gobierno de la ciudad, que enfrentar a su grupo, Nueva Izquierda, mayoritario en la fracción parlamentaria del PRD de la Asamblea, y del que forma parte, por más alejados que se encuentren ahora.
Sin embargo, en las filas del nuevo jefe de Gobierno existía un gran impedimento para hacer el nombramiento favorable a Nueva Izquierda: sobredimensionar a esa corriente perredista que ya es mayoría en la Asamblea, en la Cámara de Diputados y en el Senado. Hubo voces que advirtieron de la peligrosidad de darle mayor fuerza.
Pero ayer por la noche los militantes de esa corriente acordaron rechazar la propuesta, y con ello iniciar una guerra prolongada entre Nueva Izquierda y el gobierno central, aunque la decisión de Zambrano ya estaba tomada desde el lunes por la mañana.
Otras ausencias, explicables solamente en el marco de un acuerdo de no agresión, entre PRD y PAN, fue que así como ningún miembro del gabinete federal se presentaría a la ceremonia, ninguno del gabinete legítimo que encabeza Andrés Manuel López Obrador estaría presente, es decir, se le quitó el picante a la sopa para que nadie saliera ardido.
Aunque al final Víctor Hugo Círigo Vásquez, líder de la bancada perredista en la propia Asamblea, pero fundamentalmente miembro de Nueva Izquierda, se lanzó un discurso largo, tedioso, salido de sus entrañas más que de su quehacer político, donde puso de manifiesto su coraje contra el gobierno saliente de Alejandro Encinas, y el entrante de Marcelo Ebrard, porque se desalojó un predio invadido por su gente hace unos días en la delegación que el gobernó, y porque las cosas en el gabinete no salieron como él y su corriente Nueva Izquierda habían planeado.
También hubo cosas curiosas. El más sonriente, más aún que el propio jefe de Gobierno, era Manuel Camacho Solís, y el más encorajinado de los periodistas fue uno que no fue requerido para el evento, y que recibió con un editorial radiofónico a Ebrard, donde decía casi con despecho que la toma de protesta se había efectuado entre miembros del equipo de seguridad de Marcelo, cosa que no le extrañó de Felipe Calderón y los militares que lo rodearon en la Cámara de Diputados, y una noche anterior.
Por lo demás el discurso del jefe de Gobierno aclaró caminos y buscó no irritar a nadie, cuando menos a estas horas, aunque para muchos se quedó corto en sus compromisos políticos, tal vez muy al estilo de Manuel Camacho, que no al de López Obrador, pero ya veremos, esto apenas empieza y el estilo de Marcelo Ebrard, que otros le escatiman, pronto podría dar de que hablar. Así fueron las cosas.