Adiós a la procuraduría
Seis años y un día estuve al frente de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal. Fueron días intensos todos, sin uno solo en el que no tuviera, aun en descanso, algo que escuchar, algo que decidir, una instrucción que dar, una orientación que encaminar.
En mi ya larga vida pública, fui legislador en varias ocasiones, maestro de derecho, articulista, honrosamente de La Jornada, y dirigente político; dos veces secretario general del viejo PAN, ya extinto, con José Angel Conchello, entre 70 y 73, y con Pablo Emilio Madero de 84 a 87, y en ninguna actividad había sentido tan exigente el compromiso y tan difícil de afrontar como en la procuraduría de la ciudad de México.
Pero a cambio de la intensidad de la labor, del abandono forzoso de otras actividades, incluida la vida familiar, tuve el honor de participar en el mejor gobierno que hasta hoy ha tenido la ciudad de México, o por decirlo mejor, en los dos gobiernos: uno de poco más de cuatro años, y el otro, bien engarzado con el primero, de un año y pico, pero ambos, cada uno en su estilo, con la mira puesta en los pobres, y como dice el lema, para bien de todos, porque mejorar a los de menos recursos, además de ser justo mejora a la sociedad en su conjunto.
Estos gobiernos se vieron recompensados en las elecciones de julio con una votación favorable al PRD, partido que los patrocinó y al cual pertenecen ambos jefes de gobierno, Andrés Manuel López Obrador y Alejandro Encinas. El día de los comicios, en un jurado popular, en el que se sienta en el banquillo de los acusados al gobierno que concluye un periodo y con el voto de todos se le juzga, otorgando a favor del partido gobernante si lo hizo bien, o en contra, si lo hizo mal.
En el caso, la aprobación fue contundente y quienes llegan ahora a ocupar los cargos públicos en la ciudad, tanto en la Asamblea Legislativa como en el gobierno, son en alguna medida deudores de quienes gobernamos antes. Encontrarán bases para nuevas acciones, no tendrán que empezar de cero ni por ello caer en el complejo de Adán, propio de quien llega a bautizar todo; se hizo mucho y la plataforma para seguir avanzando está presta y firme.
Por lo que toca a la procuraduría, dejamos buenas cuentas, índices delictivos menores que los que recibimos, programas y acciones que buscaron humanizar y racionalizar la procuración de justicia; nunca consignamos por salir del paso, ni nunca, contra, lo que se ha dicho sin conocimiento de causa, pusimos cuotas de consignaciones o de detenciones; por el contrario, al procurar justicia procuramos hacer el menos mal posible a la colectividad y a las familias de los indiciados, buscando y encontrando formas equitativas, además de legales, para los casos difíciles o en aquellos en que más por azar que por maldad las personas se ven involucradas en la comisión de delitos.
El trabajo y el compromiso fueron con la justicia y con la búsqueda de la verdad de los hechos, no para quedar bien con la opinión pública o para impresionar a los medios y evitar las críticas.
Cuando hubo errores los reconocimos y los corregimos, y si ciertamente hay aún corrupción encubierta, de ésta son corresponsables los litigantes que la propician y provocan para ganar sus casos.
Propiciamos como algo fundamental la capacitación, y el Instituto de Formación Profesional fue el eje alrededor del cual funcionó el resto de la institución.
Modernizamos el sistema de averiguaciones previas, lo pusimos en línea y lo dotamos de las herramientas para facilitar y acelerar el difícil e incomprendido trabajo de oficiales, secretarios y agentes del Ministerio Público; la visitaduría, más que un órgano persecutorio, sirvió para corregir sobre la marcha y acompañar el trabajo de los que son responsables de las indagatorias.
Cuidamos los procesos, incrementamos y modernizamos nuestras bases de datos, instrumentos inmejorables para la investigación, y con pocos recursos, mantuvimos a la procuraduría del DF en un nivel técnico de liderazgo frente a las de otras entidades federales, a las que frecuentemente apoyamos y de las que recibimos apoyo, así como mantuvimos, dadas las circunstancias, las mejores relaciones posibles con la Procuraduría General de la República.
Todo, gracias a un trabajo intenso y congruente, en el que cada uno de los que integramos la institución puso su parte. A muchos pude darles las gracias personalmente; a los demás, por la hospitalidad de La Jornada, les agradezco desde este artículo (que volverá a ser, con la venia de la dirección, semanario).
En fin, me despido de la Procu, de la responsabilidad directa y personal de dirigirla como procurador, pero quedo marcado por ella, seguiré a su servicio y la defenderé; desde donde me toque continuar en la vida pública, me seguiré sintiendo ligado a su suerte, porque en ella encontré de todo: sin duda algunos pillos que traicionaron su deber, pero muchos más, la gran mayoría, gente de primera, que sirve con profesionalismo, con vocación y con amor a la institución a la que
pertenecen.