La violencia
Sí, nuestro país ha caído en la violencia, todos la resentimos y la tememos y la ejercemos, y no respeta nada ni a nadie en su horrenda y creciente espiral. Pero es que todos nos hemos vuelto violentos en nuestro trato cotidiano, en nuestra mirada ciega para con los demás.
Llego al semáforo de la esquina y veo la fila de gente que me asedia: la pequeña niña desarrapada, y yo no abro la bolsa pensando en que esa no es la solución del problema. ¿Pero cómo le irá a la niña en la noche? ¿Cuánto tiempo pasará para que sea violada o ya lo fue para estos momentos? Veo la mano del anciano macilenta más por la pobreza que por la edad, veo al joven de ropa de color indeterminado claramente sujeto a algún vicio que lo lleve a olvidar un rato su desesperanza. Mi impotencia se confunde con la violencia: la frecuente negación mía en espera de un cambio de fondo. Pero ¿cómo mirar hoy al otro lado? ¿Cómo no paliar por un instante este triste y cada vez más extenso panorama? ¿Cómo creer en las bondades del poder regulador del mercado? ¿Cómo aceptar proyectos apoyados en una caridad tramposa que arroja unas monedas para aquietar la conciencia de la "gente decente"?
Leo el periódico y veo los noticiarios plagados de muertes violentas, innecesarias. Veo también los rostros sonrientes de los empresarios asegurándose entre ellos el crecimiento de sus prebendas. Escucho el discurso hueco, acomodaticio de los políticos. Me entero de que la ayuda a alguna región en desgracia se queda en las manos que deberían repartirla, pero que no lo hacen. No, no lo hacen del norte al sur, del oriente al poniente de mi país. Escucho las voces de los damnificados azotados por una inundación dentro de sus casas llenas de aguas negras porque nadie hizo nada para tener en buen estado las tuberías.
Veo la descomposición de las formas en la clase política, la violencia actual y la que se perfila para después. Veo los rostros desencajados de ambos lados y me duelo de ello. Es el dolor de quien teme que a medida que pasen los días, las cosas puedan salirse de control. Y pienso que es muy fácil culpar a la población de los más que tienen lo menos y brindar apoyo gubernamental a los que tienen lo más y que son los menos, pero que saben cómo usar cuchillo y tenedor. En realidad, los primeros no lo precisan: lo magro de sus alimentos lo hace irrelevante.
Pero entre ellos políticos y pueblo también se deslizan en su espacio actos violentos, abusivos. La violencia es pandemia que ahoga el tejido social de arriba a abajo.
Pienso en mis amigos nacidos en España en tiempos de la guerra civil y pienso en mis amigos sudamericanos que aquí encontraron refugio y pienso en dónde podrían caber quienes aquí no ven claro el futuro que parece anticipar una mirada intolerante, represiva, indiferente. Y no hablo sólo de los braceros, hablo también de la joven clase ilustrada que no quiere vivir con sus hijos amurallada y que ha huido huye porque ve su futuro cancelado.
Y digo también que, hablando en privado, todos aceptan que hay desigualdades, pero muchos, cuya voz se deja oír fuerte, aseguran que la gente trabajadora siempre encuentra dónde colocarse. El antediluviano discurso parece no perder nunca actualidad. Pero, ¿y la larga caravana en los semáforos será de puros flojos? ¿De niños que no quieren ir a la escuela? ¿Y dónde colocar las voces de los campesinos despojados de sus tierras? De hecho, yo sé de al menos un conspicuo miembro de la casta financiera que mandó eliminar a unos ejidatarios que se oponían a que se obstruyera un camino vecinal para expander su casa de fin de semana. Sé de uno, ¿pero cuántos más habrá? La violencia, hoy, cunde como la humedad cuyos orígenes son diversos.
La ceremonia del cambio de gobierno prometió ser la debacle, pero acabó por resolverse, no de la mejor manera, no la hay. Pero eso no es lo que más me preocupa al ver la conducta violenta en la Cámara de Diputados. Lo que yo temo es lo que viene después con el gabinete desplegado. ¿Marcha atrás en la protección de la salud reproductiva y la dignidad de las mujeres? ¿Garrotazos a quienes protesten por un estado de cosas tan prolongadamente injusto? ¿Qué viene ahora? ¿El reforzamiento de la opinión de una clase media que pide el sometimiento de la masa y que aplaudirá las medidas represoras? ¿Qué, por Dios?, me pregunto para estar a tono en el lenguaje. ¿Cuántos de los despojados caerán muertos antes de darse por vencidos?
Entiendo que el Presidente es sólo un ser humano, no es más ni tampoco menos, y no es razonable pedirle que domine todos los aspectos. Para eso nombra a sus colaboradores. ¿Pero, de verdad, son éstos los más adecuados, los del juicio más sereno y conocimiento más amplio de su cometido? Ojalá que alguien respetable pudiera convencerme que ése es el caso. Desde mi orilla yo lo dudo mientras la violencia crece.