La belleza en libertad

El nuevo disco de Sting ha confundido todavía más a los confundidos, azorado a los azotados y ha hecho más libres a los libertarios. Los despistados insisten en asestarle el ridículo terminajo de ''pop" a un disco de música renacentista. Otros no pueden creer todavía cómo un músico identificado con el rock haya logrado grabar bajo el emblemático sello amarillo, nada menos que el logo de la Deutsche Gramophon, la disquera por antonomasia de la música que también recibe un término incorrecto: ''clásica".

Lo cierto es que se trata de un acto de libertad de uno de los músicos más libres de la actualidad, el maestrazo Gordon Summer, mejor conocido como Sting, quien al terminar una sesión de música libre, la que él acostumbra hacer, en un concierto realizado en 1982 en el Covent Garden (templo inglés del arte operístico, por cierto), escuchó por primera vez el nombre de John Dowland y se convirtió en un leitmotiv para él. Su amiga, la hermosísima maestra Katia Labeque, quien con su hermana Marielle han visitado México vestidas de Mozart despertando con las maravillas de sus teclas las más bellas fantasías de todo melómano que se respete, empezó a cantar las límpidas canciones del compositor isabelino John Dowland (1563-1626), con su amiga, a quien describe como ''la hermosa y exótica" Katia Labeque, acompañándolo al piano.

Luego, su camarada Dominic Miller que es, como dijeran los clásicos, su guitarrista de cabecera, le mandó construir un laúd, instrumento para el que escribió Dowland música virginal y ese laúd tiene inscrito en su centro un laberinto, como reproducción del que mandó construir a su vez Sting en su casa de campo en Inglaterra y con ese instrumento y con el laudista Edin Karamazov, más de Sarajevo que de una novela de Dostoievsky, nos entrega ahora este disco de belleza melancólica que nadie debe perderse. Es la belleza en libertad, ni más ni menos.