Retratar a pasajeros de barcos por todo el mundo, modus vivendi de la fotógrafa mexicana
Imágenes de Paloma Mora, una ventana al mundo que quisiéramos conocer
Todos quieren moverse: los del sur al norte y viceversa; es una cuestión generacional, comenta
Este trabajo es una bendición, pero no puedes hacer lazos duraderos con nadie, afirma la artista
Ampliar la imagen Paloma Mora, fotógrafa trotamundos, y algunos testigos en papel de sus andanzas por tres continentes Foto: Fernando Camacho Servín
Tomar las maletas, botar la sucia rutina de esta ciudad, subirte a un barco para ver el mundo con tus propios ojos y hacer fotos para dejar testimonio: el trabajo que todos quisimos tener alguna vez.
Esa fantasía que muchos acunan pero nunca se atreven a cumplir es la que la fotógrafa mexicana Paloma Mora ha adoptado como su modus vivendi. Originaria del Distrito Federal, hace poco más de un año vio un anuncio en el periódico donde se solicitaba personal para tomar fotos a los pasajeros de los barcos que se van meses enteros en viajes de placer.
"No lo pensé. Dije: vámonos. Este trabajo ha sido una bendición, un sueño cumplido", dice. De sus andanzas por tres continentes decidió armar una expo-venta de fotografía que permaneció sólo un fin de semana en una vieja casona de la colonia Roma, pero que puede verse parcialmente en su sitio de Internet, www.palomamora.com.
En entrevista con La Jornada, Paloma cuenta cómo surgió este proyecto singular, tanto de vida como de expresión artística, y en su calidad de trotamundos reflexiona sobre temas como el desarraigo, la migración y la experiencia de observar cómo se vive, ama y trabaja en otras latitudes.
Mi vida la dejé entre Ceuta y Gibraltar
Los cielos infinitos de Cádiz; las imágenes clandestinas de la catedral de San Marcos en Venecia; los hielos siempre cambiantes de Alaska; el montículo anónimo donde alguna vez se posó uno de los pies del Coloso de Rodas; la asepsia y ostentación de los rascacielos japoneses; el mar imposiblemente hermoso de las islas caribeñas.
Todos esos paisajes diversos, y hasta encontrados, aparecen en las imágenes de Mora, fotógrafa e historiadora de arte. Son placas que fascinan de inmediato por los lugares que muestran, pero también porque en ellas hay intención y buena hechura.
Dejar tu casa por meses enteros para afrontar un trabajo pesado a miles de kilómetros no es algo que se haga con la mano en la cintura. Esta experiencia, cuenta, "es agotadora. Se necesita ser valiente porque se labora bajo mucho estrés. Es un día en el mar y otro en el puerto y se hacen contratos por seis meses, con dos de descanso".
En estos cruceros trabajan alrededor de dos mil 600 personas de varios países del globo. Es una especie de babel flotante donde se utiliza el inglés como lengua franca para dirigirse tanto a los viajeros como al resto de la tripulación, aunque también se escuchan conversaciones en francés, español, portugués, rumano, polaco.
Estando allí se dio cuenta de la magnitud del fenómeno migratorio mundial. "Todo mundo quiere moverse, los del sur al norte y los del norte al sur, por diferentes motivos. Pienso que es una cuestión generacional", afirma.
Los mexicanos, todavía conocidos por su apego al terruño y la familia, no son la excepción, tercia en la plática Brenda Luna, curadora de la exposición de Paloma y amiga suya. "Todos nos vamos por el trabajo. Existe mucha fuga de cerebros porque aquí no se encuentra en qué desarrollarse", señala.
Mora ha hecho viajes al norte de América, Asia, el Caribe y buena parte de Europa, y en estos momentos está a punto de enfrascarse en su quinta travesía. Pero junto a la emoción de conocer nuevos países y continentes, también "hubo momentos en los que me sentí sola. Cada sábado se iban personas que conocía; no se pueden hacer lazos duraderos con nadie".
De todos los lugares que ha conocido, es Asia lo que más le ha fascinado, especialmente Japón, país donde le gustaría vivir, y cuya arquitectura es motivo de muchas de sus tomas.
En sus fotos está la vibra estremecedora de Nagasaki; el encuentro de tradición y modernidad de Shangai. Pero sobre todo está una ventana al mundo que quisiéramos conocer, una forma de viajar con ella, aunque sigamos suspirando con los pies enraizados.