Editorial
Irak, pesadilla de la Casa Blanca
La estrategia militar estadunidense en Irak ha resultado desastrosa para todos los involucrados en este conflicto. Estados Unidos ha perdido 3 mil soldados desde marzo de 2003, cuando George W. Bush ordenó la invasión de ese país. Las bajas entre la población civil han sido mayores: decenas de miles de personas han muerto en la guerra, que actualmente está fuera de control.
Las cifras de bajas en el ejército estadunidense, datos proporcionados por Associated Press y la web independiente iCasualties.org, entre otras fuentes, y aceptadas por oficiales de EU, parece no haber tenido ningún impacto entre las altas esferas del poder en el vecino país del norte. El presidente Bush prometió a su pueblo que esas muertes no serán en vano y advirtió a los estadunidenses que el final de la lucha contra el terrorismo no estaba cerca. Recordó que el Pentágono estaba preparando una nueva táctica para solucionar el conflicto.
Sin embargo, mientras la violencia parece imparable, el gobierno estadunidense sigue sin definir en qué consistirá el tan anunciado cambio de estrategia en dicha nación.
No hay duda de que se necesita un cambio de rumbo urgente. Luego de más de tres años de decisiones polémicas como la misma invasión lanzada a pesar de la oposición de gran parte de la comunicad internacional, de errores de cálculo los altos mandos estadunidenses habían manifestado su convicción de salir pronto de Irak, y de yerros militares parte importante de las bajas han ocurrido por fuego amigo, aún está en el aire el verdadero objetivo de la Casa Blanca en esa zona del planeta, más allá de mantener una fuerte presencia en el Medio Oriente, de gran importancia geoestratégica.
Un gran número de oficiales estadunidenses, incluidos altos funcionarios del Pentágono y el mismísimo jefe supremo de las fuerzas armadas de Estados Unidos, Bush, han asegurado que sus decisiones tienen el firme objetivo de democratizar y pacificar Irak.
Pero la realidad es que no se ha hecho demasiado desde Washington para que ello ocurra. La reciente ejecución de Saddam Hussein, ocurrida el pasado 29 de diciembre, por ejemplo, probablemente tenga el efecto contrario al buscado por las autoridades estadunidenses e iraquíes: desalentar a los seguidores del ex dictador.
Para muchos analistas, su ejecución cuestionada fuertemente en todo el mundo por el irregular proceso en el que se condenó a Hussein y por la sentencia misma agudizará la guerra interna y las divisiones entre los distintos grupos de combatientes. Por otro lado, podría convertir a Saddam en un mártir que exacerbe aún más los ánimos de las facciones sunitas en guerra contra las fuerzas de ocupación. Esto podría suceder no sólo en Irak: la figura del ex dictador también podría ser usada como un símbolo en otros países de la región.
La Casa Blanca prometió hace casi cuatro años que ayudaría al pueblo iraquí a construir una democracia sólida y próspera. Sin embargo, su intervención ha llevado muerte y destrucción al país del Medio Oriente y ha generado las condiciones para una guerra civil encarnizada y cruel, de larga duración y difícil solución. ¿Hasta cuándo piensa la Casa Blanca mantener esta situación?